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España y las islas de las Especias. Historia de una frustración (y 3)

Emilio de Miguel Calabia el

 

(En mantener fuertes como éste en las Molucas nos dejábamos el poco dinero que ganábamos en las Filipinas)

Aun así, el gobernador de Manila, Juan de Silva, montó una expedición militar con 2.000 hombres en 1611. El objetivo inicial de expulsar a los holandeses de las islas, hubo de cambiarse por el de controlar la costa de Halmahera, para privar a los holandeses de su fuente de alimentos, al constatar que el Fuerte Malayo era demasiado fuerte, valga la redundancia. La expedición consiguió algunos éxitos, que fueron efímeros: el control del puerto de Talangame y la conquista de Gilolo y Sabugo. La ocupación de Gilolo y Sabugo duraría poco ante la oposición de los locales y la escasez de medios de los españoles.

Juan de Silva, envalentonado con la experiencia de 1611, comenzó a preparar una empresa mucho más osada, que representaría el mayor esfuerzo que harían los españoles en las Molucas en todo el siglo XVII para expulsar a los holandeses. Un componente importante del plan era que los nativos de Maquián a la llegada de la flota española se rebelarían contra los holandeses, que en pocos años habían logrado convertirse en huéspedes indeseables. Los planes eran tan ambiciosos y los recursos tan escasos que de Silva prácticamente dejó las Filipinas desguarnecidas de hombres y de artillería para montar la expedición. La empresa contaría también con refuerzos portugueses procedentes de Goa, cuatro galeones y 300 soldados.

Las cosas se torcieron casi desde el inicio. El 12 de mayo de 1615 la escuadra portuguesa partió de Goa. El tránsito hasta Malaca fue penoso. Llegaron sin provisiones, enfermos y peleados entre sí. Su llegada a Malaca fue providencial. Arribaron justo en el momento en que el sultán de Aceh estaba atacando la ciudad. La escuadra participó en la defensa de la ciudad y contribuyó de manera importante a la derrota de los acehneses. Pero apenas tuvo tiempo de celebrar su victoria. Cinco navíos holandeses aparecieron ante Malaca y destruyeron la escuadra portuguesa.

Aquél hubiera sido un buen momento para atacar las Molucas, toda vez que los holandeses estaban en las inmediaciones de Malaca y las islas estaban desprotegidas. Pero de Silva había cambiado de planes. Ahora su intención era ir a Malaca, enlazar con la flota portuguesa, del alcance cuyo desastre no estaba al tanto, y dirigirse en sucesión a Java y, a continuación, las Molucas.

El 28 de febrero de 1616, con la estación para la navegación demasiado avanzada, de Silva partió de Manila con 10 galeones, cuatro galeras y cuatro pequeños barcos de acompañamiento, a bordo de los cuales había 5.000 hombres entre soldados y marineros y 300 piezas de artillería. Fue a la altura del estrecho de Singapur que el gobernador se enteró de la suerte que había corrido la escuadra portuguesa. Aunque se le aconsejó que procediera inmediatamente contra las islas Molucas, se demoró en la zona de Malaca durante un mes, buscándole las cosquillas al sultán de Johor, cuyas lealtades no estaban claras. Tras haber perdido el mes de marzo absurdamente, se dirigió al puerto de Malaca, que no estaba amenazada en aquellos momentos y donde no estaba claro qué quería conseguir. Lo más útil que hizo en Malaca fue morirse. Le dieron unas fiebres, que se lo llevaron en once días. Murió el 19 de abril de 1616, desmoralizado y convencido de que la expedición había fracasado. Sus últimas órdenes fueron que la flota regresase a Manila, llevando su cuerpo embalsamado. El viaje de regreso fue una pesadilla, porque las fiebres afectaron a la tripulación, que comenzó a morir a un ritmo de 40 y 50 personas diarias. Aunque no habían pegado un solo tiro, la flota entró en Manila a comienzos de junio de 1616 tan destartalada como si hubieran pasado un año en alta mar.

El historiador norteamericano William L. Schurz equiparó este fracaso con el de la Armada Invencible y dijo que a partir de este momento estaba claro quién acabaría ganando la contienda a largo plazo. Yo aquí discrepo. También a los holandeses les resultaba difícil mantener una presencia en las Molucas. Otra gran expedición española habría podido cambiar las tornas y en 1616 nadie sabía que ya no habría más expediciones grandes por parte de España. El comentario de Schurz resulta evidente a toro pasado.

No me resisto a comentar aquí la propuesta que Jacques de Coutre, un súbdito flamenco de la Corona de España, envió a Felipe IV para enfrentarse a los holandeses en el Índico y recuperar la supremacía hispano-portuguesa. De Coutre abogaba por el envío de una gran armada hispano-portuguesa de cuarenta navíos que entraría en el Índico por el cabo de Buena Esperanza e iría atacando y capturando las principales posiciones holandesas. También abogaba por la restauración o recuperación de una serie de fortalezas clave que o bien estaban en estado ruinoso, o bien se habían perdido ante los holandeses. En algunas de esas fortalezas se destacarían pequeñas escuadras, que servirían tanto para defender las rutas comerciales, como para acometer a los holandeses. De Coutre también se dio cuenta de la importancia de la isla de Singapur y de los estrechos que la rodean. Propuso la construcción de dos fortalezas que se apoyasen mutuamente, una en la isla misma y otra en la cercana isla de Sentosa y propuso la fundación de una villa.

Las propuestas de de Coutre eran buenas, pero nunca se pusieron en práctica. La Monarquía hispánica estaba sobreextendida y el Océano Índico no dejaba de ser un frente muy secundario. Si después de 1616 no se lograron allegar recursos para emprender otra expedición del alcance de la del gobernador de Silva, mucho menos hubiera sido posible ejecutar los planes propuestos por de Coutre.

Para 1620 los españoles estaban básicamente a la defensiva y carecían de medios para repetir experiencias como la de 1616. Las Molucas seguían siendo una sangría de hombres y dinero. En 1628 el gobernador de Manila, Juan Niño de Távora, propuso al rey el envío de una fuerza de 500 soldados para la conquista de la isla de Maquián, que era la que producía más clavo. La idea era privar a los holandeses de su principal suministro de clavo para forzar su salida de las islas. Una muestra de la sobreextensión del imperio español y su falta de recursos es que este plan modesto e inteligente nunca llegó a ejecutarse. Mandar a 500 hombres a las Molucas era más de lo que España podía permitirse.

En los enfrentamientos entre holandeses y españoles, los sultanes locales jugaron un papel muy importante. Su apoyo era vital para ambos. Tidore se mantuvo sólidamente pro-español desde que Elcano apareció en las islas. Ternate, en cambio, fue un continuo dolor de muelas para los españoles, primero como aliado de los portugueses y más tarde como aliado de los holandeses.

Lugar aparte entre los reinos nativos, merece el Sultanato de Macasar, que durante varias décadas a mediados del siglo XVII alcanzó una posición preeminente en la región. Macasar se islamizó a comienzos el siglo XVII, lo que le permitió integrarse en la red de sultanatos musulmanes de la región, cuya principal actividad era el comercio. Dado que Ternate estaba en el campo holandés, Macasar resultaba un contrapeso interesante. Su importancia venía reforzada por el hecho de que era una de las principales fuentes de víveres para los españoles de las Molucas.

Macasar fue gradualmente convirtiéndose en una alternativa e incluso en una plataforma de oposición a los holandeses. Si los holandeses habían llegado inicialmente a la región bajo la bandera del comercio, con el tiempo comenzaron a tener ambiciones territoriales y su manera de entender el comercio, creando monopolios artificiales y explotando implacablemente a los productores, les hizo cada vez más odiosos. A partir de 1627 el sultán de Macasar comenzó a enviar buques comerciales a Manila y macasarenses, portugueses y españoles se hicieron conscientes de los muchos intereses que tenían en común. No obstante, la posibilidad de una alianza no fructificaría como consecuencia de la ruptura de la unión hispano-portuguesa en 1640 y de la Paz de Münster de 1648 con los holandeses.

Para 1640 las potencias ibéricas estaban de retirada. En 1641 los portugueses perdieron Malaca, que era un puerto clave para sus ambiciones en el mundo malayo. En 1642 el gobernador del fuerte español en Formosa lo rindió después de que Manila no hubiese respondido a su petición de auxilio tras un primer ataque de los holandeses el año anterior. En 1645 Manila se planteó el desmantelamiento de los fuertes en Ternate y el repliegue sobre Filipinas. Si no se hizo, fue por dos grandes motivos. El primero, las interacciones con Macasar permitían aún albergar alguna esperanza de ganancias comerciales. El segundo, era el prestigio. La retirada de las Molucas supondría abandonar a los aliados moluqueños de España a su suerte y sería un baldón para la reputación española en la región.

La Paz de Münster privó del argumento geopolítico a aquéllos que defendían que España siguiera presente en las Molucas. 15 años después de su firma Manila se vio amenazada por el pirata chino Koxinga, que había alzado la bandera del legitimismo Ming contra los invasores manchúes y se había hecho fuerte en Formosa, de donde había expulsado a los holandeses. El gobernador de Manila Sabiniano Manrique de Lara ordenó esta vez sí el desmantelamiento de los fuertes españoles en las Molucas y el regreso de las tropas para preparar la defensa de Filipinas.

Esta historia aún tuvo una coda un siglo después. En 1775 los sultanes de Ternate, Tidore y Bachán, hastiados de los holandeses, pidieron volver a la soberanía española. España respondió con tibieza que si los sultanes se rebelaban por sí solos y expulsaban a los holandeses, Manila reactivaría las relaciones con las Molucas. Eso nunca sucedió. 250 años de relaciones entre España y las Molucas terminaron así, con un intercambio diplomático inane.

 

 

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