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El primer soldado del Reich (1)

Emilio de Miguel Calabia el

Existe la idea extendida de que Hitler era un energúmeno que se creía que sabía mucho de la guerra y que estaba continuamente interfiriendo con los planes de sus generales, cuando no era más que un aficionado con ínfulas. Esta idea se generó con el libro “Los generales alemanes hablan”, que el capitán y estratega inglés B.H. Liddell Hart escribió tras la II Guerra Mundial sobre la base de las entrevistas que hizo a los generales alemanes que sobrevivieron. No sé si a Liddell Hart se le ocurrió que los generales alemanes estarían más interesados en blanquearse, poniendo distancias con Hitler y los nazis y mostrando que las mayores cagadas militares de la guerra hay que ponerlas en el Debe del Führer, que en la verdad histórica.

El epítome de esta pobre idea de Hitler como estratega militar lo tenemos en “Hitler’s War: Germany’s Key Strategic Decisions 1940-1945” de Heinz Magenheimer. Magenheimer pasa revista a una serie de decisiones clave de la II Guerra Mundial y muestra cómo, ante la duda, Hitler siempre escogía la peor de las opciones.

Pues bien, cuando uno creía que lo sabía todo sobre las escasas habilidades guerreras de Hitler, viene Stephen G. Fritz y en “The First Soldier. Hitler as Military Leader” da la vuelta a la tortilla y nos muestra a un Hitler con una notable intuición estratégica y más dialogante de lo que pensábamos. No se si en su intento de romper moldes, Fritz no se ha ido demasiado al otro extremo.

Fritz afirma que Hitler tenía una intuición estratégica notable y que era muy buen lector de mapas. Apenas veía un mapa, identificaba con presteza las mejores líneas de ataque. Asimismo era capaz de ver las oportunidades antes que muchos de sus generales. Casi más importante, la visión estratégica de Hitler incluía los aspectos políticos y económicos, algo que sus generales, centrados en la planificación militar, tendían a olvidar. Al comienzo de la guerra y prácticamente hasta el fracaso de la ofensiva sobre Moscú, Hitler tendía a seguir los consejos de sus generales. Fue con motivo del fracaso de dicha ofensiva, que empezó a perder la confianza en ellos. En todo caso, Fritz recuerda una y otra vez que los generales alemanes aceptaron como propios los objetivos de conquista que les marcó Hitler. O sea, que menos echar balones fuera.

Hitler tenía tres grandes defectos. El primero era que quería hacerlo todo con pocos medios y, como consecuencia, dispersaba sus fuerzas, cuando hubiera debido concentrarlas. El segundo era que, cuando las circunstancias no se ajustaban a sus planes, tendía a obviar las circunstancias o a tratar de cambiarlas. El tercero era que en situaciones de tensión, ante crisis militares, perdía los nervios y se bloqueaba, incapaz de una decisión o, peor, adoptaba un comportamiento errático. A medida que la guerra fue haciéndose más y más desfavorable para los intereres alemanes, a Hitler le pasó como a Napoleón en las mismas condiciones, que empezó a confundir los deseos con las realidades. Un ejemplo lo tenemos en la Operación Bragation que el Ejército soviético lanzó en el verano de 1944. Hitler y el Alto Mando alemán se autoconvencieron que los soviéticos atacarían por el norte de Ucrania, en dirección a los Cárpatos y a Rumanía, que era la vía de ataque más difícil y más fácil de defender para los alemanes. Evidentemente, los soviéticos atacaron por donde los alemanes menos les esperaban y los barrieron.

Hitler llegó al poder aupado por los nacionalistas conservadores, que vieron en él a una herramienta útil para frenar al comunismo. El Ejército, aristocrático, clasista, ultraconservador y muy nacionalista, al principio no vio en Hitler más que a un cabo austriaco advenedizo, al que se le podrían bajar los humos si se ponía muy tonto. Ésta era sobre todo la posición de los generales de más edad; entre los más jóvenes, en cambio, había algunos que apreciaban el dinamismo y la osadía de Hitler. Hitler se fue ganando al Ejército por una mezcla de manipulación y de dar a los generales lo que querían en términos de armamento. Además de lo anterior, Fritz nos recuerda una cosa que a veces se tiende a olvidar y es que Hitler y sus generales compartían los mismos objetivos. Querían una Alemania grande, con espacio suficiente para el desarrollo de su pueblo, que recuperase el estatus de gran potencia y limpiar el baldón del Tratado de Versalles y para eso entendían que hacían falta unas fuerzas armadas modernas y grandes. Pensaban que Alemania era una víctima, a la que Francia y el Reino Unido querían tener sojuzgada. Todo lo anterior estaba permeado de buenas dosis de darwinismo social y racismo, que no quitaban el sueño a los generales.

En el pensamiento estratégico de Hitler en los años 30, influyeron mucho von Clausewitz y el recuerdo de la I Guerra Mundial. En la lectura que hizo de von Clausewitz, lo que contaba era la ofensiva, el golpe decisivo que resuelve la situación. Por ello pronto abrazó con entusiasmo la guerra motorizada y las armas combinadas; vio en ellas el método para asestar ese golpe que tenía que ser fulminante y definitivo. La I Guerra Mundial le dejó el miedo a la guerra de desgaste, una guerra que Alemania con sus recursos inferiores y careciendo del dominio de los mares, no podía ganar. Es de resaltar que las dos mismas influencias,- von Clausewitz y el recuerdo de la I Guerra Mundial-, también movían a los generales.

Los grandes problemas de Alemania eran la falta de espacio y de recursos y su ubicación encajonada en el centro de Europa. La falta de recursos era lo que en última instancia había ocasionado la derrota en la I Guerra Mundial. La solución a ese problema era expandirse en las primeras etapas del conflicto para crear la base para una economía de guerra aprovechando los recursos de los países conquistados. Habiendo iniciado su rearme antes que Francia e Inglaterra y habiendo modernizado sus doctrinas y su Ejército, Alemania podía contar con una ventana de superioridad durante unos pocos años, tal vez hasta 1941 o 42. Después, el poderío económico de sus enemigos, les permitiría alcanzarla y superarla. La conclusión es que Alemania necesitaba ir a la guerra, en tanto existiese esa ventana de oportunidad.

Desde nuestra perspectiva, todo suena bastante demencial y parece una huida hacia delante. Mientras conquiste territorios a buen ritmo y me apropie de sus recursos, todo irá bien. En el momento en que las conquistas se frenen, que Dios me coja confesado. Aquí se puede ver el peso de la ideología. El racismo, el nacionalismo y el militarismo impedían ver otra posible vía: una Alemania engrandecida pacíficamente (anexión de Austria y de los Sudetes), que recupera su condición de gran potencia de manera consensuada con Francia y el Reino Unido.

 

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