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El primer soldado del Reich (4)

Emilio de Miguel Calabia el

La Operación Barbarroja se desarrolló exactamente como los juegos de guerra habían pronosticado. En sus primeros compases, los alemanes conquistaron grandes extensiones de territorio e hicieron muchos prisioneros, pero no consiguieron noquear al Ejército soviético. Y lo peor fue en el proceso los ejércitos alemanes se desgastaron y se vieron entorpecidos por todos los problemas logísticos y de transporte que los juegos habían pronosticado.

En la segunda mitad de julio empezó a hacerse evidente que los alemanes no podrían conseguir todos sus objetivos antes del invierno. A Hitler también se le hizo evidente que Halder le había engañado y que durante todo el tiempo había estado persiguiendo el objetivo de conquistar Moscú, en contra de sus indicaciones. El problema no era si la estrategia de poner toda la fuerza en el centro y cargar contra Moscú era mejor que la de poner el esfuerzo principal en los flancos. El problema es que los alemanes se habían metido en la boca más de lo que podían masticar y los soviéticos habían resultado mejores combatientes y más obstinados de lo que se había esperado. La destrucción de los ejércitos soviéticos al oeste del Dvina y el Dnieper no se había producido, como tampoco se había producido el colapso del Estado soviético. La guerra relámpago en la URSS había fracasado, pero muchos generales no querían verlo.

Mientras se hacía una pausa para reabastecer a las tropas, los alemanes comenzaron a considerar qué hacer a continuación. Era evidente que carecían de fuerzas para presionar en todo el frente. Había que seleccionar un eje de avance. Halder seguía obsesionado con Moscú, pero Hitler impuso un alto en el centro y una concentración del esfuerzo en Ucrania y la cuenca del Donetsk. Esta decisión de Hitler ha sido muy criticada y se ha dicho que puede que frustrara la conquista de Moscú en el otoño de 1941. Fritz, en cambio, la apoya. Estaba claro que la campaña de Rusia no iba a terminar en 1941. Alemania necesitaba mejorar su base económica para una guerra que se iba a prolongar y los recursos que necesitaría para esa guerra se encontraban en el Ucrania y en el Donets.

Al contar este episodio, Fritz rebate la tesis tradicional de un Hitler que imponía sus decisiones a la manera que lo hacía Stalin. A Hitler le costó seis semanas convencer a sus generales de que había que cambiar de eje de ataque. Aun así, en esas semanas salió el Hitler irresoluto, que aparecía cuando las cosas se torcían. Tras haber conseguido un gran éxito en Kiev y haber penetrado profundamente en Ucrania, Hitler dejó que Halder volviera a imponer su opinión de que había que tomar Moscú.

El 2 de octubre comenzó la Operación Typhoon, el ataque contra Moscú. Los generales alemanes en general estaban optimistas. Creían que se podía capturar Moscú y tal vez, con eso, poner fin a la guerra con la URSS. El inicio de la operación parecía dar pie a ese optimismo. El cierre de las bolsas Vyazma y Bryansk costó a los soviéticos 673.000 hombres y 1.300 tanques. Como de costumbre, el éxito alimentó la ambición de Hitler y Halder que fijaron nuevos objetivos a sus fuerzas, en lugar de concentrarlas contra Moscú, y acaso desperdiciaron la última posibilidad real que les quedaba de tomar la capital.

Para comienzos de noviembre, la situación alemana se había vuelto desesperada. Les faltaban provisiones y combustible. Las lluvias habían convertido las carreteras (si es que podía denominárselas así) en barrizales. Las tropas estaban agotadas, los transportes y los blindados necesitaban piezas de recambio. Los soviéticos estaban cada vez mejor atrincherados. No obstante, Halder seguía pensando que aún podía tomarse Moscú con un último esfuerzo cuando el suelo se helase y antes de que empezasen las primeras nieves. Aún se hacía ilusiones de que los soviéticos lo estaban pasando peor que los alemanes y de que el que más aguantara de los dos acabaría venciendo. Muchos generales alemanes lo veían descabellado; eran conscientes de que las tropas habían llegado al final de su resistencia.

Hitler estuvo extrañamente ausente durante el desarrollo de la Operación Typhoon. Por más que Halder le dijera que la clave de la campaña estaba en la captura de Moscú y que era conseguible, Hitler era consciente de que no habían conseguido los objetivos de la Operación Barbarroja y de que la iniciativa se le estaba escapando de las manos y había caído en una suerte de resignación fatalista.

El ataque japonés contra Pearl Harbour el 7 de diciembre le dió nuevas esperanzas. Esperaba que Japón forzase a EEUU a centrarse en el Pacífico y que, por lo menos hasta 1943, EEUU no estaría en condiciones de intervenir en Europa. Esto le daba un año extra para acabar con la URSS. Además, ahora que EEUU había entrado en la guerra, Alemania podía declararle una guerra submarina sin restricciones. No obstante, hay testimonios que apuntan a que para comienzos de 1942 Hitler ya se había dado cuenta de que no podía ganar la guerra.

Tras el fracaso ante Moscú, Hitler comenzó a interferir más estrechamente en la conducción estratégica de la guerra y comenzó a promover a generales más jóvenes y, si era posible, nazis convencidos. Estaba convencido, en parte con razón, de que había salvado a la Wermacht de una catástrofe de proporciones napoleónicas al ordenar resistir en el puesto al contraataque ruso y negarse a dar la orden de retirada como querían sus generales. Comenzó a menospreciar a los oficiales profesionales que se manejaban mejor con los mapas que bajo con fuego enemigo. Quería generales que demostrasen la misma templanza y aguante que él pensaba que había demostrado en esas semanas cruciales, generales combativos, capaces de soportar la presión de estar bajo el fuego enemigo.

 

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