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El Kaiser Guillermo II (y 5)

Emilio de Miguel Calabia el

 

(La guerra como seguramente le habría gustado a Guillermo II: un asunto limpio en la que gente honorable se saluda y se reparte medallas)

Llegamos al momento culminante de julio de 1914 (por cierto que existe un libro magnífico de David Fromkin, – “Europe’s Last Summer”-, que da cuenta de los movimientos diplomáticos que fueron llevando paso a paso a Europa a la tragedia de la I Guerra Mundial). Ha habido muchas interpretaciones muy variadas sobre las intenciones del Káiser en esos días. Aquí me aparto un poco de Clark, que a veces me parece que lleva su deseo de exonerar al Káiser demasiado lejos, y me acerco más a Fromkin.

Aparentemente el Káiser pensaba que Austria-Hungría estaba legitimada para emprender acciones contra Serbia en respuesta al asesinato del archiduque Francisco Fernando y también creía que el Ejército ruso no estaba preparado para una guerra. El famoso “cheque en blanco” que Guillermo II dio a Austria-Hungría partía de esas dos consideraciones y de la creencia de que los austro-húngaros golpearían a Serbia con celeridad. Guillermo II facilitó la decisión austro-húngara de ir a la guerra con Serbia con las seguridades que le dio, pero los austro-húngaros ya estaban bastante decididos para ir a esa guerra. Prueba de que Guillermo II ni esperaba, ni deseaba el estallido de una gran conflagración europea es que partió de vacaciones el 6 de julio como hacía todos los años.

Para finales de julio, Guillermo II ya estaba bastante más nervioso, pero aún creía que no se llegaría a una guerra. La respuesta serbia al ultimátum austro-húngaro le alivió. Pensó que se trataba de una victoria moral para Austria-Hungría y que ya no hacía falta ir a la guerra. Por ello le sorprendió desagradablemente cuando al día siguiente los austro-húngaros movilizaron a su Ejército. Las próximas horas las pasó tratando de calmar las aguas. Su propio Ministro de la Guerra, Erich von Falkenheym comentaría más tarde que el Káiser había pronunciado “discursos confusos que dieron la clara impresión de que no quería la guerra y de que estaba decidido a [evitarla], aunque eso significara dejar a Austria-Hungría en la estacada.” Los historiadores han tendido a ver en las reacciones de Guillermo II a finales de julio como la historia del gallito fanfarrón que se achanta cuando descubre que la pelea va en serio. Yo lo presentaría de otra manera: como mucho había querido a comienzos de julio un castigo austro-húngaro a Serbia, localizado en el tiempo y el espacio, y creía que ésa era una solución más que probable. En la tercera semana de julio, después de haber estado dos semanas desconectado, se dio cuenta de que la situación se había salido de madre y existía el riesgo de un conflicto continental. Los movimientos de Guillermo II en los pocos días previos al estallido de las hostilidades cabe interpretarlos como un esfuerzo desesperado por detener una maquinaria bélica que ya se había puesto en marcha.

¿Cómo interpreta Clark el papel de Guillermo II en el estallido de la I Guerra Mundial? Las acciones de Guillermo II no fueron muy diferentes de las de Nicolás II de Rusia y de Francisco José de Austria-Hungría. Los tres jugaron con fuego y provocaron un conflicto que ninguno de los tres quería. En los tres casos los militares contribuyeron mucho a caldear el ambiente; eran partidarios de la guerra, estaban convencidos de que la podían ganar con rapidez y creían que era mejor golpear el primero y golpear ahora. Clark concluye que Guillermo II podía influir en la política exterior alemana, pero no podía determinarla. La crisis del verano de 1914 demostró los límites de su poder.

El monarca prusiano era sobre el papel el comandante supremo del Ejército. La realidad es que Guillermo II tenía una relación distante e incómoda con sus generales. No había participado en el día a día de la planificación militar y los generales le habían mantenido conscientemente al margen. El resultado fue que cuando comenzó la I Guerra Mundial Guillermo II tenía una idea muy somera de la planificación estratégica alemana.

En los primeros días de la guerra tomó una decisión muy sensata: abstenerse de interferir en el desarrollo de las operaciones. Fue la mejor decisión que podía haber tomado. Guillermo II era una persona frágil y excitable. Los grandes éxitos le ponían en estado de euforia, pero las malas noticias del frente le deprimían y hacían que se derrumbase. Se pasó la guerra en estado de agotamiento, un agotamiento que era más mental que otra cosa. Guillermo II pasó la guerra en el cuartel general, pero para lo que influía igual la hubiera podido pasar jugando con trenecitos.

Tal vez la decisión de pasar la guerra en el cuartel general fuese uno de los peores errores que cometió, ya que le mantuvo aislado del pueblo. Ese error fue acompañado de otro: contribuir,- o al menos no frenar-, al encumbramiento de Hindenburg. Puede que viese en Hindenburg viera al hombre fuerte que en el fondo sabía que él no era y que eso le mantuviera subyugado.

Los aliados, y muy especialmente el presidente Wilson, hicieron saber su deseo de que el Káiser fuese apartado del poder. Para bastantes, – sobre todo para los militares-, fue una fórmula fácil: deshagámonos de Guillermo II, carguemos sobre él toda la culpa de la guerra y tal vez así lleguemos a entendernos con los aliados. Guillermo II no hizo ningún amago de defender su Trono; en eso se pareció a su primo Nicolás II, que aceptó pasivamente su deposición.

El 9 de noviembre de 1914 Guillermo partió al exilio en Holanda. Allí viviría hasta su muerte en 1940. ¿Quién sabe? Puede que allí viviera la parte más feliz de su existencia.

 

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