Emilio de Miguel Calabia el 15 feb, 2024 (Guillermo II jugando a los barcos, una cosa que le encantaba) Algo que ha hecho especial daño a la visión que tenemos de Guillermo II es su papel en el ámbito de la polÃtica exterior. Desde el inicio a Guillermo II le atrajo la idea de ser el conductor de la polÃtica exterior alemana. DisponÃa de herramientas como la designación de embajadores y su responsabilidad en el mantenimiento del Ejército y la Armada en tiempos de paz. A esto cabe añadir sus frecuentes viajes al extranjero, que hubieran podido servir como instrumentos útiles de la polÃtica exterior, pero que en la práctica servÃan para alimentar la vanidad de Guillermo II, dándole la ocasión de presentarse al mundo en toda su pompa, y para colmar su gusto por los viajes largos en tren. En este área, como en otras, Guillermo II era su peor enemigo. No tenÃa una visión definida de lo que querÃa conseguir en polÃtica exterior. Rara vez se comprometÃa con una polÃtica y podÃa entusiasmarse sin solución de continuidad ahora con una polÃtica, ahora con su contraria. No entendÃa bien las complejidades de la polÃtica exterior y eso le llevó a meter la pata en más de una ocasión. Por ejemplo, en 1891 realizó una visita privada a Francia cuyo fin último era mejorar las relaciones. El resultado fue una catástrofe de relaciones públicas; las heridas de la guerra franco-prusiana estaban demasiado recientes y su visita no sentó nada bien a buena parte de la opinión pública francesa. En ocasiones, Guillermo II logró jugar algún papel internacional, como cuando viajó en 1889 al imperio otomano y contribuyó a reforzar las relaciones bilaterales. Pero la mayor parte de las veces los otros centros de poder le cortocircuitaban o le mantenÃan al margen, llegando incluso a ocultarle información. Un ejemplo fue la caducidad del Tratado de Defensa Mutua con Rusia en 1890. Alemania dejó que el Tratado expirase y no buscó renovarlo. Guillermo II habrÃa querido renovarlo, pero una camarilla del Ministerio de AAEE a la que se unió el Embajador alemán en San Petersburgo se opuso y convenció tanto al Canciller como al Káiser. Fue el error diplomático más garrafal del II Reich alemán. Privada del apoyo alemán, Rusia se dirigió a Francia, que la acogió con los brazos abiertos. Desde ese momento se perfilaron los dos bloques europeos Rusia/Francia y Alemania/Austria-HungrÃa que acabarÃan chocando en 1914. Von Bülow fue quien mejor logró manipularle y frenar sus iniciativas y entusiasmos. La manera en que lo hizo fue modulando la información que le llegaba al Káiser sobre polÃtica exterior (algo que, según he leÃdo, también hacÃa ocasionalmente el entorno de Trump con éste), de manera que el Káiser no pudiese sino llegar a las conclusiones a las que el canciller querÃa conducirle. El resultado fue el Káiser durante el mandato de Von Bülow prácticamente no influyó en la polÃtica exterior. Un terreno donde Guillermo II sà que ejerció una influencia fue en la decisión alemana de modernizar y expandir la flota, lo que acabó causando la preocupación de Gran Bretaña y fue uno de los factores que condujo a que fuese escorándose cada vez más del lado franco-ruso. A Guillermo II desde siempre le habÃan atraÃdo las cuestiones técnicas de la marina. Con el tiempo se obsesionó con la idea de que si Alemania querÃa ser un verdadero actor global, tendrÃa que dotarse de una Armada. No obstante sus ideas y su papel, Clark estima que el verdadero factótum del programa naval alemán fue el Jefe de Estado Mayor y más tarde Ministro de Marina Alfred von Tirpitz. Tirpitz pensaba en términos de competencia con Inglaterra en aguas próximas a Alemania y abogaba por la construcción de grandes acorazados, precisamente el tipo de navÃo que ponÃa de los nervios al Reino Unido. Esto iba en contra de la polÃtica siempre perseguida por Guillermo II de mantener unas relaciones cordiales con el Reino Unido y nuevamente mostrarÃa que en materia de polÃtica exterior el Káiser no tenÃa la última palabra. Clark realiza una observación interesante. Cuando se analiza el perÃodo de la Paz Armada, tiende adoptarse el punto de vista británico, con lo que Guillermo II puede ser visto como una amenaza a la paz y la estabilidad mundiales. Pero habrÃa motivos para ver las acciones del colonialismo británico como una amenaza. Desde este punto de vista, la actitud de Guillermo II ante el conflicto entre el imperio británico y los boers tiene sentido e incluso es más razonable que la actitud belicista de los británicos. Otro ejemplo: la denominada primera crisis marroquà fue desencadenada por la visita de Guillermo II a Tánger. La interpretación tradicional es que se trató de un ataque de celos del Káiser cuando vio que franceses y británicos se habÃan concertado: los primeros reconocÃan la primacÃa británica en Egipto, mientras que los segundos reconocÃan que Marruecos caÃa en la esfera de influencia de Francia. Aunque es cierto que la crisis fue provocada por los alemanes para testar la solidez de la alianza franco-británica, éstos tenÃan su parte de razón: un acuerdo internacional de 1881 habÃa reconocido a Marruecos como un territorio cuyo status quo sólo se podÃa cambiar mediante un tratado internacional. Una última observación sobre este asunto: fue el gobierno alemán el que mandó a Guillermo II a Tánger; cualesquiera intenciones aviesas hay que atribuÃrselas más a von Bülow que al Káiser. 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