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El imperio que nació de un ataque de celos (1)

Emilio de Miguel Calabia el

A mediados del siglo XVIII, la rivalidad entre ingleses y franceses se había extendido a la India. Por un momento, pareció que la victoria sería para los franceses. Entonces llegó el sitio de Arcot en 1751 en el que un puñado de ingleses y sus aliados indios derrotaron a una fuerza franco-india mucho mayor. Esa victoria sirvió para afianzar el prestigio británico. Seis años después seguiría la batalla de Plassey, que puso al alcance de los ingleses las inmensas riquezas de Bengala. Entre la segunda mitad del siglo XVIII y el inicio del siglo XIX, Francia haría algunos intentos por reforzar sus posiciones en la India, pero se trató de esfuerzos destinados al fracaso. Lo esencial de la partida se había jugado entre 1751 y 1757.

Francia nunca aceptó bien haberse quedado fuera del reparto de las riquezas indias. Para algunos, sobre todo entre los oficiales navales Francia tenía que labrarse su propio imperio en Asia, un imperio que la consolase de lo que había perdido en la India. El historiador británico D.G.E. Hall señaló en su monumental “Historia del Sudeste Asiático” que los ingleses primero creaban intereses y luego se lanzaban a la conquista de donde habían generado esos intereses; en el caso francés era al contrario: primero conquistaban allí donde les gustaría tener intereses. D.G.E. Hall no dijo, pero hubiera podido hacerlo, que la conquista de la Indochina francesa fue un proyecto desordenado, sin un plan detrás, que a menudo avanzó por la política de hechos consumados de quienes se encontraban sobre el terreno.

Para mediados del siglo XIX, los franceses se morían de envidia por la posesión británica de Hong Kong, conquistada en 1842. Fue entonces que algunos, sobre todo en la Marina, se dijeron que Francia necesitaba un enclave en Asia que le sirviese de base naval y de trampolín para comerciar con China. A los intereses comerciales se sumaron los de las muy influyentes Misiones Extranjeras de Paris, que deseaban que Francia protegiese a los católicos vietnamitas de la persecución ordenada por el emperador Tu Duc en 1848. La opción más evidente era el puerto vietnamita de Tourane.

La denominada Segunda Guerra del Opio (1857-1860) mostró aún más la necesidad de un enclave en Asia. Por los Tratados de Paz de Tsientsin y de Pekin China aceptó abrir once puertos adicionales al comercio y Gran Bretaña vio aumentada su colonia de Hong Kong. Francia no sacó ninguna ganancia territorial.

En 1857, apenas terminada la guerra de Crimea, Francia estimó que había llegado el momento de apoderarse de Tourane, utilizando como excusa las persecuciones anticatólicas. El lobby en favor de a anexión era muy amplio: la Marina, el Ministerio de Asuntos Exteriores y los medios católicos; en general los más vociferantes del lobby eran quienes se encontraban en China. En cambio los empresarios apenas eran favorables a la aventura. Aparte de esa confluencia de intereses, otro factor que hacía la empresa atractiva es que Gran Bretaña se encontraba enciscada luchando contra el Motín de los Cipayos.

Una prueba de la poca claridad de objetivos de los franceses es que las instrucciones dadas al almirante Rigault de Genoully se limitaban a precisar que debía ocupar Tourane. Lo que hiciera después, ya se tratase de la firma de un tratado de comercio o de la imposición de un protectorado, dependía del almirante.

La conquista de Tourane se realizó sin problema, pero a partir de ahí todo fueron dificultades: problemas logísticos, falta de los efectivos necesarios para emprender la marcha sobre la capital, falta de apoyo de los católicos vietnamitas, que brillaron por su ausencia… Rigault tomó entonces la decisión de atacar Saigón, que ocupó sin problemas.

El final de la guerra permitió a los franceses concentrarse en el esfuerzo bélico contra Annam. Como venía sucediendo desde el siglo anterior en Asia, la tecnología militar europea se impuso sobre la asiática. El Tratado de paz de 1863 concedió a los franceses la libertad del culto de los católicos, la libre circulación del Mekong, la apertura de tres puertos al comercio, una indemnización y las provincias sureñas de Gia Dinh, Bien Hoa y Dinh Tuong. Por una vez habían obtenido más que los ingleses.

La conquista de la Cochinchina permitió albergar diseños aún más ambiciosos: utilizar el Mekong para llegar al sur de China. La pena es que se interponía Camboya, un reino en decadencia, cuya parte oriental estaba sometida a los intereses de Annam y la occidental a los de Siam. Paris no sabía bien cómo gestionar su nueva posesión; los medios empresariales franceses temían que el mantenimiento de Cochinchina resultase más caro que los magros frutos que pudiera dar. Fue el almirante La Grandière, gobernador de Cochinchina entre 1863 y 1865, quien decidió por sí y ante sí imponer el protectorado a la debilitada corte camboyana. Ahora Francia controlaba todo el curso inferior del Mekong.

La exploración del curso del Mekong se debió también a una iniciativa sobre la que Paris no tuvo arte ni parte. Un grupo de jóvenes oficiales de Marina se la propusieron a La Grandière, que la aceptó entusiasmado. La expedición fue una mezcla de empresa de descubrimiento y aventura comercial. Se ordenó a los expedicionarios que estudiasen el curso del río para determinar cómo podía llegarse al sur de China y que obtuviesen información sobre los productos y redes comerciales de la región. La expedición fracasó en su objetivo principal: los rápidos del Mekong impedían que pudiera convertirse en una arteria comercial hacia China. A cambio descubrió que el río Rojo sí permitía la navegación hasta China. Lo malo es que existía el pequeño inconveniente de que el río Rojo se encontraba en Tonkin, que era propiedad del emperador de Annam.

La III República francesa, establecida en 1870, aumentó la apuesta. Durante la misma, la fuerza impulsora del colonialismo fue la masonería. Muchos de los principales protagonistas de las gestas coloniales fueron masones. El objetivo ahora era controlar el sur de China y hacerle abandonar el dominio preeminente que tenía sobre Annam. La ideología con la que se llevó a cabo la empresa fue doble: la misión civilizadora de Francia y del hombre blanco para con las razas menos afortunadas [ “(las razas superiores) tienen el deber de civilizar a las razas inferiores”, frase de Jules Ferry, Primer Ministro francés y partidario del colonialismo] y hacer frente al peligro amarillo. El abuelo Huntington habría estado contento con los colonialistas franceses.

 

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