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Blogs Bukubuku por Emilio de Miguel Calabia

El Gran Sucesor (2)

Emilio de Miguel Calabia el

Para 1953, habiendo sobrevivido a la guerra de Corea que él mismo había desencadenado, Kim Il-Sung podía darse por satisfecho. Era el líder incontestable de la RPDC. Fue entonces cuando se produjo el sobresalto de la desestalinización. En la URSS de Jrushov comenzó a verse con malos ojos el culto a la personalidad de Kim Il-Sung, que se parecía tanto al que había existido con Stalin. Durante unos cuantos meses el destino de Kim Il-Sung estuvo en el aire y él lo sabía; lo malo es que también lo sabían un montón de contrincantes a los que había pasado los callos en los últimos años. Hubo movimientos entre bastidores y conspiraciones para descabalgar a Kim Il-Sung, pero dado el secretismo de los sistemas comunistas, resulta difícil apreciar el alcance de las conspiraciones y, sobre todo, las intenciones de los soviéticos: ¿querían cambiar a un líder del que ya no se fiaban? ¿se hubieran conformado con que Kim Il-Sung llevase a cabo su propia desestalinizacion y abandonase el culto a la personalidad? Y a todo esto, ¿qué pensaba la China de Mao, a la que las críticas al culto a la personalidad le gustaban cada vez menos? Tal vez la URSS pensase que mejor seguir con un líder megalómano que les debía tanto, que correr el riesgo de una mudanza que aupase a un lider pro-chino.

El caso es que Kim Il-Sung, cuyas habilidades maniobreras eran más que notables, desactivó las posibles tramas conspiratorias y después de 1956 su posición se volvió inatacable. Andrei Lankov cree que Kim Il-Sung logró sobrevivir a la desestalinización por varios motivos: 1) Su posición periférica dentro del mundo comunista minimizaba el riesgo de que su estalinismo contagiase a otros países; 2) Corea carecía de una tradición democrática y el culto a la personalidad entroncaba muy bien con las tradiciones del país, algo que Kim Il-Sung supo utilizar con gran maña; 3) Las relaciones entre China y la URSS habían empezado a agriarse y Moscú temía que si presionaba demasiado a Kim Il-Sung, éste acabase en brazos de Pekín.

Llegar a los sesenta suele ser un poco traumático. Es el momento en el que te das cuenta de que la vida pasa y te vas acercando a la muerte. Ese pensamiento debe de ser un poco más jodido cuando eres un líder totalitario al que todos rinden pleitesía.

No resulta fácil saber en qué momento Kim Il-Sung pensó en hacer su régimen hereditario. El “Diccionario de terminologías políticas” norcoreano en su edición de 1970 definía la sucesión hereditaria como una “costumbre reaccionaria de las sociedades explotadoras” que, siendo “originalmente un producto de las sociedades esclavistas, fue después adoptada por los señores feudales como una manera de perpetuar su gobierno dictatorial”. La definición desapareció de la edición de 1972. O sea, que podemos sospechar que 1972 fue el año en el que definitivamente se consolidó en el pensamiento de Kim Il-Sung la idea de hacer su régimen hereditario.

Fifield afirma que en un principio Kim Il-Sung jugueteó con la idea de convertir a su hermano menor, Kim Yong-Ju, en su sucesor. Puede, pero también puede que fuera el propio Kim Yong-Ju quien se estuviese moviendo entre bastidores para promocionarse al puesto de Gran Sucesor. Era miembro de pleno derecho del Politburó y número seis del régimen. Le apoyaba en sus pretensiones la segunda mujer de Kim Il-Sung, Kim Song-ae. Song-ae detestaba a Kim Young-Ju, pero calculaba que, por su edad (había nacido en 1920), sería un líder efímero, al que podría suceder su hijo, Kim Pyong-Il, que aún era demasiado joven para competir en la carrera por la sucesión. Lo irónico de esos cálculos es que Kim Yong-Ju murió el año pasado, a la venerable edad de 101 años.

Kim Jong-Il ha sido muchas veces ridiculizado por su aspecto físico y criticado por una cierta frivolidad. Eso supone olvidarse de que también era una persona inteligente y muy sensible a las realidades del poder. Kim Jong-Il, en tanto que hijo mayor, partía con ventaja en la carrera sucesoria. No obstante, en un régimen comunista en el que uno no accede a la cúpula por ser buena persona, sino por ser despiadado, incluso si uno es el hijo mayor, tiene que hacerse valer.

Desde muy pronto, Kim Jong-Il entendió que el juego iba de hacerle la pelota a su padre. Parece que fue él quien tuvo la idea de que los delegados al Quinto Congreso del Partido de los Trabajadores, celebrado en 1970, llevasen en la solapa pines con la efigie de Kim Il-Sung. Aunque eso fue una iniciativa menor comparada con la manera en que organizó el sexagésimo cumpleaños de su padre en 1972 (el sexagésimo cumpleaños es una fecha muy señalada en los países asiáticos de influencia china). El regalo de cumpleaños en aquella ocasión fue una estatua de bronce de Kim Il-Sung de 20 metros de altura. A su descubrimiento asistieron 300.000 norcoreanos. El broche fueron las palabras de Kim Jong-Il: Construir una estatua de bronce del Camarada Kim Il-Sung es una empresa para mantener y salvaguardar su alta autoridad y prestigio y legar a la posteridad su grandeza y augusta imagen. Por consiguiente, la estatua debe construirse de manera que pueda irradiar su grandeza como líder excepcional y su imagen como padre benévolo del pueblo.”

Desde ese momento comenzaron a mandarse señales desde el poder, que no se le ocultaron a nadie, que mostraban que Kim Jong-Il sucedería a su padre. Resulta muy interesante el uso de la iconografía y el simbolismo por el régimen norcoreano. Allí donde otros regímenes comunistas han recurrido a las efigies del barbudo Karl o del calvorota Vladimir Ilich y a estrellas amarillas sobre fondo rojo, los norcoreanos han utilizado hábil y sutilmente las tradiciones culturales de su pueblo.

Así, se crearon imágenes que representaban a Kim Il-Sung, a su difunta esposa, Kim Jong-suk, y a Kim Jong-Il niño, en plan Sagrada Familia. Asimismo se difundió la especie de que Kim Jong-Il había nacido en la montaña sagrada Paektu, que es tanto como decir de un heredero a la Corona de España, que ha nacido en la catedra de Santiago de Compostela a los pies del butafumeiro. Resulta interesante que un régimen marxista-leninista, que defiende que la religión es el opio del pueblo, recurra al pensamiento mítico para promover algo tan poco comunista como una sucesion dinástica. Lo de que había nacido en un campamento guerrillero en el territorio soviético de Jabárovsk desapareció de la Historia.

También hubo datos más prosaicos que mostraron quién sería el sucesor. En septiembre de 1973 Jong-Il arrebató a su tío el puesto de Secretario de Organización del Partido. En 1974 se pidió en todas las reuniones del Partido de los Trabajadores que juraran lealtad a Kim Jong-Il, por si le ocurría algo a Kim Il-Sung. En las oficinas estatales comenzaron a aparecer retratos de Kim Jong-Il. Y éste comenzó a acompañar a su padre en las visitas de inspección que realizaba. También es entonces cuando la expresión “el núcleo del partido” comienza a utilizarse para referirse a Kim Jong-Il.

Para que todo quedase atado y bien atado, era preciso decidir qué hacer con Kim Pyong-Il, el único que podía intentar moverle la silla a Kim Jong-Il, después de que su tío hubiera quedado relegado. En 1979 le catapultaron a una brillante carrera diplomática, que le tendría apartado los siguientes 40 años de Pyongyang. Kim Pyong-Il fue lo suficientemente inteligente como para darse cuenta de que en un régimen comunista hay muchas cosas peores que que te manden de Embajador. Aceptó su sino y nunca dio la lata.

En el Sexto Congreso del Partido se produjo la epifanía de Kim Jong-Il. Fue nombrado número cuatro del Comité Permanente del Politburó, número tres del Comité de Asuntos Militares y número dos, después de Kim Il-Sung, en el Secretariado del Partido. Ahora sí que su posición de Gran Sucesor era inatacable.

 

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