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El Gran Sucesor (1)

Emilio de Miguel Calabia el

La monarquía absoluta es un sistema de gobierno magnífico, sobre todo para el que manda. No obstante, como sistema tiene que hacer frente a dos inconvenientes. El primero es que el monarca tiene que ser bueno, dado que constituye la piedra de toque de todo el sistema. El segundo es asegurar que la sucesión sea pacífica; mola tanto ser mandamás, que hay tortas para conseguir el puesto.

Las monarquías europeas, desde la Edad Media, primaron la estabilidad de las sucesiones sobre la bondad de los reyes. Lo consiguieron estableciendo un orden sucesorio claro, que empezaba por el primogénito del rey. De vez en cuando te salía un Carlos II el Hechizado, que te daban ganas de pasar de primogenituras, pero la alternativa, – una guerra civil-, era mucho peor. Cierto que hubo guerras de sucesión en la Europa medieval y moderna, pero sin la institución de la primogenitura habrían sido mucho más frecuentes.

En Asia la primogenitura funcionó en pocos sitios. En el Sudeste Asiático, por ejemplo, el sucesor esperable del rey era el hermano que le seguía en edad. Digo “esperable”, porque el sistema sucesorio no estaba escrito en piedra y podía haber sorpresas. Ese sistema solía comportar el problema irresoluble de que lo habitual era que el rey quisiera que uno de sus hijos le sucediera, para inmenso cabreo de sus hermanos. Ello hacía que las sucesiones fuesen momentos políticamente complicados. Los dolores de cabeza eran aún mayores cuando el rey tenía una esposa principal y varias concubinas. Aunque se estimaba que los vástagos de la esposa principal tenían mejor derecho a reinar, una concubina ambiciosa podía complicar los arreglos mejor hechos.

El sistema sucesorio que dio más dolores de cabeza fue el timúrida, que siguieron los mogoles de la India. En este sistema, el primogénito heredaba como una suerte de primus inter pares y se esperaba que sus hermanos participaran en el gobierno. En la práctica a los hermanos lo de ser segundones no les molaba y las cosas solían terminar como el rosario de la aurora. La disfuncionalidad del sistema se puso trágicamente de manifiesto en tiempos de Shah Jahan, que tenía cuatro hijos. Desde muy pronto, los hijos habían sido conscientes de que a la muerte de su padre sería una guerra de todos contra todos; sólo uno de ellos subiría al Trono y los otros tres bajarían a la tumba. Así pues, antes de la muerte de su padre, cada uno de ellos se preocupó de crearse una red clientelar que le ayudase en la previsible guerra civil. Y efectivamente, hubo guerra civil y la ganó… el más cabrón. Y es que hay constantes históricas que no cambian.

Lo más interesante es que en pleno siglo XXI aún podemos estudiar en directo cómo se gestionan las sucesiones en un sistema absolutista. Y lo mejor es que esto ocurre en un país que se autodenomina “República Popular Democrática.” Me estoy refiriendo a Corea del Norte (RPDC, en lo sucesivo). En las siguientes líneas me basaré esencialmente en el libro de la periodista Anna Fifield, “El Gran Sucesor”.

Cuando los soviéticos “liberaron” el norte de la Península coreana, no estaba escrito negro sobre blanco que Kim Il-Sung sería el líder del país. Los soviéticos inicialmente preferían a Cho Man Sik, un nacionalista de tendencias gandhianas y tolstoyanas, que juzgaron que podía ser un hombre de paja ideal. No obstante, el compromiso de Cho Man Sik con la independencia de su país y su rechazo a que se convirtiera en un Estado satélite de la URSS, le eliminaron pronto de los cálculos soviéticos. Aunque entonces los soviéticos comenzaron a fijarse en ese joven comandante guerrillero, al que habían mimado en Siberia, su ascenso aún no estaba asegurado. Aún tenía que derrotar a otros dos contendientes: Pak Hon-yong y Ho ka-i.

Pak Hon-yong representaba a la denominada “facción del interior”, que estaba compuesta por elementos izquierdistas que habían actuado en la clandestinidad durante el régimen japonés. Esta facción era mas fuerte en el sur de la Península. En 1946, Pak posiblemente fuese el líder más popular del país, lo cual para unas fuerzas de ocupación es más un demérito que un mérito. Pak Hon-yong acabó integrándose en el régimen de Kim Il-Sung, que le nombró Viceprimer Ministro y Ministro de AAEE. Lo que tienen los regímenes comunistas es que en un suspiro pasas del gobierno al paredón. Eso le ocurrió a Pak: fue ejecutado en 1953 en el marco de una purga de militantes procedentes del sur.

Ho Ka-i pertenecía a la facción soviético-coreana. Esta facción antes de la Guerra de Corea tenía un peso importante en el gobierno y ocupaba puestos relevantes en la policía, el Poder Judicial y el Ministerio de Seguridad Pública. Para esta parte estoy siguiendo uno de los libros más informativos sobre los primeros tiempos de la RPDC, “De Stalin a Kim Il-Sung. La Formación de Corea del Norte 1945-1960” de Andrei Lankov. Pues bien, ni en ese libro, ni en ningún otro sitio he encontrado una explicación convincente de cómo la facción soviético-coreana dejó que se le escapase el poder, cuando partía con tanta ventaja. El caso es que Kim Il-Sung emprendió a partir de 1951 una campaña de acoso y derribo contra Ho Ka-i, que le llevó a “suicidarse” en 1953.

 

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