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Blogs Bukubuku por Emilio de Miguel Calabia

Cuando la guerra hubo terminado (2)

Emilio de Miguel Calabia el

Los primeros días de los khmeres rojos comenzaron con asesinatos y ya no pararían de matar durante todo el tiempo que duró el régimen. El mismo día que entraron en Phnom Penh y en los dos o tres días siguientes liquidaron a todos los personajes del régimen de Lon Nol que habían cometido el error de quedarse en la ciudad. El príncipe Sirik Matak, que se había refugiado en la Embajada de Francia, fue sacado de ella y decapitado el 21 de abril. Lon Non, el hermano liante de Lon Nol, que creía que a río revuelto ganancia de pescadores y que podría cooptar a los khmeres rojos, apenas sobrevivió unas horas a la entrada de los khmeres rojos en Phnom Penh. Murió apaleado. El ex-Primer Ministro Long Boret, que dejó escapar la oportunidad de salir huyendo en uno de los últimos helicópteros que abandonó Phnom Penh, murió decapitado ese mismo día.

Los asesinatos no se limitaron a los líderes de la República khmer. Oficiales y soldados del Ejército, funcionarios de todos los niveles, cualquiera que hubiese tenido algún tipo de vinculación con el régimen estaba condenado. Un ejemplo de la crueldad y la doblez de los khmeres rojos fue lo que ocurrió con la guarnición de Battambang, que había resistido hasta el final. Los khmeres rojos pidieron a los oficiales que se vistieran con sus mejores galas, porque les iban a llevar a Phnom Penh a recibir a Norodom Sihanouk, que había regresado de Pekin. Los montaron en camiones y no lejos de Battambang les hicieron bajar para que estirasen un poco las piernas. De pronto los camiones salieron disparados y de la selva salieron varios combatientes khmeres rojos armados. Sólo sobrevivieron cuatro de los oficiales.

Muchos khmeres que estaban en el extranjero estudiando o trabajaron escucharon los cantos de sirena de los khmeres rojos y regresaron para contribuir a la reconstrucción del país. Unos lo harían por idealismo y otros porque verían una oportunidad para medrar en el nuevo régimen. Unos y otros se equivocaron. La mayor parte de esos retornados no sobrevivieron más de veinticuatro horas a su retorno. Un camboyano que conozco me contó cómo dos tíos suyos regresaron de París, donde estaban estudiando en la universidad. Al día siguiente estaban muertos.

La primera medida que tomaron los khmeres rojos fue la de vaciar las ciudades. Los motivos fueron varios. Por un lado, sabían que los habitantes de las ciudades les eran desafectos, por lo que resultaba más sabio dispersarlos entre las cooperativas rurales. Por otro, carecían de medios logísticos para alimentar las ciudades, con lo que parecía hasta juicioso llevar a los urbanitas a los lugares donde se producía la comida. Un tercer motivo fue que aprendieran de los campesinos y se asimilaran a ellos. Los campesinos representaban el alma khmer pura y prístina. Los urbanitas estaban de sobra. Un dicho de los khmeres rojos dirigido a los burgueses era: “Conservaros no es ganancia, perderos no es pérdida”.

El reasentamiento de los urbanitas en las cooperativas rurales fue un desastre. No se había planificado nada. Muchos murieron en el camino. Unos por enfermedades y falta de alimentos y otros por ejecución. Una de las primeras cosas que todos los camboyanos aprendieron fue que a los khmeres rojos no se les rechistaba.

El 3 de enero de 1976 la Constitución del régimen fue promulgada. La Monarquía y la religión fueron abolidas. Toda la propiedad era de dominio colectivo; no más propiedad privada. Sólo había tres categorías de ciudadanos: trabajadores, campesinos y soldados. Las referencias al Poder Judicial eran escasas. La Constitución mencionaba la existencia de tribunales populares y que quien quiera que amenazase al Estado popular recibiría “la forma más severa de castigo”. La cultura se definía como “servir en la tarea de defender y construir Camboya como un país grande y próspero”. No se hablaba de libertades. El único derecho era el derecho a trabajar.

El nuevo himno nacional recogía en su primer párrafo lo que sería el régimen de los khmeres rojos: “Sangre brillante y roja que cubre las ciudades y las llanuras/ de Kampuchea, nuestra Madre Patria,/ Sangre sublime de los trabajadores y los campesinos,/ Sangre sublime de los hombres revolucionarios y las mujeres combatientes./ La sangre se convierte en un odio irrefrenable/ y una lucha resuelta…” En fin, mucha, mucha sangre. Eso sería lo que el régimen daría a Camboya.

En palabras de Becker: “Los rifles de los khmeres rojos destruyeron el viejo poder, pero esos mismos rifles no pudieron al final crear una nueva base de poder. Eso requiere un grado de apoyo popular y una comprensión del nuevo orden que los khmeres rojos nunca cultivaron o ganaron. En su lugar, gobernaron mediante la violencia y el terror.”

Los khmeres rojos son un perfecto ejemplo de lo que todo el daño que los idealistas pueden hacer. Si el idealismo va acompañado de buenas dosis de fanatismo y paranoia, es la bomba perfecta. Los khmeres rojos se sentían orgullosos de haber ido más lejos que cualquier otro movimiento comunista: habían abolido toda la propiedad privada en menos de un año. Otros regímenes comunistas habían ido apretando las clavijas gradualmente a los elementos conservadores y burgueses; los khmeres no habían tardado ni veinticuatro horas en mandar a los conservadores y burgueses adonde querían mandarlos (en no pocos casos, a la tumba). Sin embargo, los hombres del Centro nunca se sintieron seguros del todo. Por todas partes, tanto en el exterior como en el interior, veían conspiraciones en su contra.

Si en los primeros meses del régimen se dedicaron a aniquilar a los hombres del régimen de Lon Nol y a matar a los burgueses, en 1976 comenzarían las purgas que se cebarían en los elementos de los mismos khmeres rojos. Nadie podía estar seguro de que no sería la próxima víctima.

Cuando en 1976 comenzaron a manifestarse los primeros fallos en la revolución, el Centro decidió purgar la Zona Norte, que no había sido capaz de ejecutar las medidas draconianas exigidas desde el Centro. Para ello se sirvió de las tropas de las zonas Central y Noreste. Este sistema de enfrentar a unas zonas con otras se revelaría muy útil, para evitar que se coaligasen contra el Centro. A la Zona Norte, le seguiría la Zona Noroeste. Habiendo oído que las cosas no iban bien en la Zona Noroeste, Ieng Thirith, la esposa de Ieng Sary, fue a visitar la región. Lo que encontró fue una situación espantosa, con gente muriéndose de hambre y teniendo que trabajar larguísimas horas. En lugar de preguntarse si no sería el efecto de las directivas irracionales impuestas desde el Centro, su conclusión fue que los cuadros de la región estaban desobedeciendo las órdenes del Centro, ya que sin duda habían sido infiltrados por agentes enemigos. La solución al problema fue sencilla: ejecutar a los cuadros y reemplazarlos por otros de otra región más obediente, en este caso los de la Zona Suroeste. Nadie pensó que tal vez la revolución estuviese equivocada y hubiese que cambiar algunas cosas.

En 1976 el Centro decidió que el primer estadio de la revolución había triunfado y que se podía poner el pie en el acelerador. Se estimó que la cosecha de arroz sería magnífica y que la roturación de nuevas tierras y la construcción de diques extendería las tierras irrigadas y sentaría las bases para comenzar pronto la industrialización del país en 1977. Todo era un espejismo. El Centro pedía cantidades ingentes de arroz, basándose en una mezcla de autoengaño y de engaño inducido por los jefes regionales, que siempre informaban de que habían superado con creces las cuotas para ponerse medallas y no incurrir en la ira del Centro. La realidad es que los planes de irrigación habían sido un fracaso. Los diques los habían hecho de cualquier manera unos campesinos y burgueses convertidos en campesinos sin conocimientos técnicos ni experiencia. Los sistemas de transporte no bastaban y el reparto de los insumos para plantar era muy desigual. A pesar de eso, Camboya se puso a exportar arroz a China para conseguir divisas que permitieran mecanizar la agricultura y construir agroindustrias.

Pero los líderes de los khmeres rojos pasaban más tiempo buscando conspiradores que planificando la economía. Por esas fechas también se anunció el final de las alianzas de clase. Esto supuso que campesinos acomodados que habían apoyado a los khmeres rojos en los momentos iniciales, fueron ejecutados. También lo fueron ancianos, miembros del partido y soldados que tenían parientes burgueses. Miles de personas fueron asesinadas en una purga absurda e innecesaria.

En 1977, al tiempo que ponían en marcha la industrialización, las purgas encontraron otra categoría de víctimas: los obreros y los cuadros encargados de ejecutar el programa; eventualmente la mayor parte de los funcionarios del Ministerio de Industria serían masacrados. A medida que pasaba el tiempo, las purgas se iban haciendo más y más irracionales y afectando a más y más cuadros: los sospechosos de simpatizar con Vietnam, los veteranos que habían simpatizado demasiado con el campesinado, los intelectuales que aún quedaban, algo más adelante los líderes de la Zona Este… Y según los viejos cuadros eran purgados, el régimen se apoyaba más y más en los jóvenes.

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