Emilio de Miguel Calabia el 15 abr, 2022 Hitler no sólo encandiló al mundo anglosajón. También tuvo sus simpatizantes en el mundo de habla hispana. No obstante, en este mundo tuvo mucho más eco Mussolini. El fascismo italiano, del que se tuvo conocimiento en el mundo de habla hispana mucho antes que del nazismo alemán, despertó simpatías muy pronto. Sus simpatizantes valoraban su sentido del orden, cómo había logrado rejuvenecer Italia, su defensa de la familia, su democracia orgánica (siempre hay que echarse a temblar cuando alguien adjetiva la palabra “democracia”; nunca suele ser inocuo); asimismo la conciencia de un comun origen latino resultaba atractivo a muchos de sus seguidores, inspirados por ensoñaciones de destinos imperiales. Cuando el nazismo llegó al mundo hispano, no fueron muchos los que supieron adentrarse en su pensamiento. Para la mayor parte, no fue más que la variante germánica del fascismo italiano. Alcides Arguedas fue uno de los principales intelectuales bolivianos del siglo XX. También fue uno de los latinoamericanos que más se familiarizó con el pensamiento racista del Comte Gobineau y Henry Spencer. Su obra más famosa es “Pueblo enfermo”. Su tesis básica es que los problemas de Bolivia emanan de que hubo demasiado mestizaje y faltó más sangre blanca. Donde dice “blanca”, uno escribe “aria” y Hitler habría podido estar de acuerdo. Dudo que Hitler leyera a Arguedas, pero Arguedas sí que leyó a Hitler. En “Pueblo enfermo” Arguedas cita el “Mein Kampf” y elogia cómo Hitler ha rejuvenecido a la nación alemana y ha puesto de relieve los peligros del mestizaje. Increíblemente Arguedas sigue estando bien considerado en Bolivia y en un cumpleaños un amigo boliviano, que era un fruto evidente del mestizaje, me regaló “Pueblo enfermo” con el mismo entusiasmo que un italiano podría regalar la Divina Comedia. Otro intelectual latinoamericano filonazi fue el mexicano José Vasconcelos. Su trayectoria intelectual fue fascinante. Comenzó rechazando el racismo de Spencer, que tanto le había gustado a Arguedas, y preocupándose por los grandes problemas sociales. Nacionalista, reivindica lo mexicano y el mestizaje como base de la nación y se opone a la imitación servil de lo europeo; su aspiración era restaurar a México mediante la educación y la acción social. La desilusión con el curso corrupto que había tomado la política mexicana y el gran fraude de las elecciones de 1929, le llevaron a exiliarse y en ese exilio se introdujo en el pensamiento filosófico hindú. No conozco a muchos otros intelectuales latinoamericanos que emprendieran esa senda. El rechazo al Partido Nacional Revolucionario, que había robado con violencia las elecciones de 1929, hizo que abominase del izquierdismo y su pensamiento se fuese derechizando. Como tantos otros, malinterpretó a Hitler y pensó que ofrecía una vía de renovación nacional que se apartaba tanto del comunismo como de las caducas democracias burguesas. Vio en él al defensor de un nacionalismo orgánico que se preocupaba por el pueblo y que era capaz de movilizar a las masas para una gran causa. Extrañamente, no le afectó, o no se quiso dar cuenta, del componente racista del pensamiento de Hitler. El momento culmen de su filonazismo llegó en 1940, cuando se puso al frente de “Timón”, una publicación subvencionada por la Embajada de Alemania. Se trataba de una publicación de gran calidad que agrupó a una serie de personajes variopintos y de considerable inteligencia, que entre artículos aparentemente inocuos colocaba otros completamente pro-nazis. Vasconcelos no escondía en sus escritos que deseaba la derrota de los Aliados. En esto le movían tanto su admiración por Hitler como su deseo de que México se sacudiese del yugo de EEUU. Una idea de las cosas que Vasconcelos escribía por esos días es el siguiente texto: “Hitler, aunque dispone de un poder absoluto, se halla a mil leguas del cesarismo. La fuerza no le viene a Hitler del cuartel, sino del libro que le inspiró su cacumen. El poder no se lo debe Hitler a las tropas, ni a los batallones, sino a sus propios discursos que le ganaron el poder en democrática competencia con todos los demás jefes y aspirantes a jefes que desarrolló la Alemania de la Post-Guerra. Hitler representa, en suma, una idea, la idea alemana, tantas veces humillada antaño por el militarismo de los franceses y por la perfidia de los ingleses.” Vasconcelos sólo repudiaría el nazismo al final de la II Guerra Mundial, cuando finalmente se convenció de que las noticias sobre el Holocausto no habían sido propaganda bélica, sino una horrible realidad. En lo sucesivo intentaría que echar tierra sobre esa etapa de su trayectoria intelectual. No me resisto a colocar aquí un extracto de un artículo que Borges, muy conservador, pero en absoluto pro-nazi, escribió en diciembre de 1940 criticando al germanófilo latinoamericano: “El germanófilo es realmente un anglófobo. Ignora con perfección a Alemania, pero no se resigna al entusiasmo por un país que combate a Inglaterra (…) La ignorancia plena de lo germánico no agota, sin embargo, la definición de nuestros germanófilos (…) Es, asimismo, antisemita (…) inicia o esboza el panegírico de Hitler: varón providencial cuyos infatigables discursos predican la extinción de todos los charlatanes y demagogos (…) idolatra a Hitler, no a pesar de las bombas cenitales y de las invasiones fulmíneas, de las ametralladoras, de las delaciones y de los perjurios, sino a causa de esas costumbres y de esos instrumentos. Le alegra lo malvado, lo atroz (…) El hitlerista, siempre, es un rencoroso, un adorador secreto, y a veces público, de la “viveza” forajida y de la crueldad […] No es imposible que Adolf Hitler tenga alguna justificación: sé que los germanófilos no la tienen.” Historia Tags Adolf HitlerAlcides ArguedasJorge Luis BorgesJosé VasconcelosRacismoTimón Comentarios Emilio de Miguel Calabia el 15 abr, 2022