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Blogs Bukubuku por Emilio de Miguel Calabia

Breve Historia del neoliberalismo (2)

Emilio de Miguel Calabia el

(Si los neoliberales buscasen dotarse de un santo patrón, Milton Friedman sería el más indicado)

Todo arranca de 1947, cuando seguidores entusiastas del economista austriaco Friedrich von Hayek crearon la Sociedad Mont Pelerin. Los fundadores creían que las libertades individuales estaban en peligro y la principal causa de su erosión era el declive de la creencia en la propiedad privada y los mercados competitivos. Económicamente seguían a los economistas neoclásicos y habían colocado en un altar la mano invisible del mercado de la que hablara Adam Smith. Evidentemente John Maynard Keynes y su defensa de un papel para el Estado en la economía, era anatema.

La Sociedad Mont Pelerin eran mucho más que un grupo de economistas frustrados por el keynesianismo y con mucho tiempo entre las manos. Pronto se convirtieron en un banderín de enganche para plutócratas y líderes empresariales contrarios a la economía mixta de mercado. La crisis de 1973 llegó justo en el momento en el que el neoliberalismo dejaba de ser una teoría de cuatro frikis frustrados y comenzaba a ganar respetabilidad. Surgieron think tanks bien financiados que comenzaron a defenderlo y se hizo un hueco en el mundo académico, muy especialmente en la Universidad de Chicago con Milton Friedman. Hayek y Friedman consiguieron sendos Nóbeles de economía en 1974 y 1976.

El primer experimento de aplicación de recetas neoliberales en el mundo real ocurrió en el Chile de Pinochet. El presidente Allende había dejado la economía hecha unos zorros por tres razones principales: 1) Las recetas desastrosas que aplicó en su denominada “Vía chilena al socialismo”; 2) El boicot de las élites empresariales (el libro “El quiebre de la democracia en Chile” de Arturo Valenzuela es muy esclarecedor al respecto); 3) Los palos en las ruedas que le puso EEUU.

Los denominados “Chicago Boys”, un grupo de economistas seguidores de las teorías neoliberales de Milton Friedman, fueron llamados para poner en orden la economía chilena. Como ocurriera 30 años después en Iraq, según lo cuenta Rajiv Chandrasekaran en “Zona verde”, de pronto un grupo de muchachos ideologizados se encontraban con que les daban vía libre para que aplicasen en un país las recetas que les habían enseñado en la universidad. Las recetas, que entonces fueron una primicia, pero que más adelante serían aplicadas en país tras país, fueron: revertir las nacionalizaciones y privatizar los bienes públicos; abrir los recursos naturales a su explotación privada y desregulada, en muchos casos pasándose por el forro los derechos de los indígenas que vivían en la zona; privatización de la seguridad social; facilitación de las inversiones extranjeras directas; liberalización comercial; eliminación de las políticas de sustitución de importaciones y su reemplazo por políticas de promoción de las exportaciones.

Inicialmente las reformas tuvieron efectos positivos. La tasa de crecimiento subió, hubo acumulación de capital y llegaron las inversiones extranjeras. Las crisis latinoamericana de la deuda se llevó por delante mucho de lo ganado y obligó a los tíos listos de Chicago a ser más pragmáticos y menos ideológicos en la aplicación de sus recetas. La lección no se les escaparía ni a Tatcher ni a Reagan.

En mayo de 1979 Margaret Tatcher llegó al número 10 de Downing Street. Ya para entonces tenía la convicción de que el keynesianismo no daba más de sí y que las soluciones tenían que venir por el lado de la oferta, cayera quien cayera (spoiler: cayeron muchos, empezando por los sindicatos). Casi al mismo tiempo Carter, en la recta final de su mandato, se centró en atajar la inflación y que le dieran al pleno empleo. Ese primer cambio fue acompañado de un incipiente tanteo con la desregulación. Cuando llegó al poder en 1981, Reagan continuó por esa senda con entusiasmo: más desregulación, recortes fiscales (la famosa teoría de que si los ricos tenían más dinero en sus bolsillos, invertirían más, con lo que la economía crecería y se recaudaría más, aunque se hubiesen bajado los tipos), recortes presupuestarios dirigidos a disminuir los servicios sociales y a adelgazar el Estado con el objetivo de privarle de los recursos necesarios para intervenir en la economía y acabar con el poder de los sindicatos.

Poco después, estalló la crisis de la deuda externa, cuyos orígenes son bastante interesantes. La subida del precio del petróleo en los setenta dejó mucho dinero en manos de los países productores. Según Harvey, habría informes de la inteligencia británica que demostrarían que EEUU habría considerado invadir esos países para llevar el precio a un nivel adecuado y garantizar los flujos petrolíferos. Hasta el libro de Harvey, no había leído sobre estos planes de EEUU, por lo que no estoy seguro de hasta qué punto es cierto. Lo que sí es cierto sin lugar a dudas es que los países productores confiaron a los bancos de inversión de Nueva York la tarea de reciclar sus petrodólares. Los petrodólares acabaron en manos de gobiernos del Tercer Mundo, que, entusiasmados por lo que parecía dinero barato, se endeudaron como si no hubiera un mañana para construir elefantes blancos y para que sus líderes se pudieran permitir algunos caprichos. Para que la operación fuera factible, fue preciso liberalizar el crédito internacional y los mercados financieros. EEUU presionó un tanto en ese sentido, pero los prestatarios se dejaron hacer, tal era el hambre de dólares que tenían. El castillo de naipes,- porque no era otra cosa-, se vino abajo cuando subieron los tipos de interés norteamericanos. Los países, que se habían endeudado en dólares para financiar proyectos cuyos rendimientos serían en moneda local (y eso si es que había rendimientos), se encontraron de repente con que no podían hacer frente a la deuda que habían contraído.

El Tesoro norteamericano y el FMI impusieron a esos países unas condiciones leoninas, que consistieron en forzarles a adoptar las políticas que gustaban a los neoliberales: privatización de bienes públicos, a veces a precios de saldo; recortes en el gasto social; recortes en la Administración; flexibilización del mercado laboral… se le llamó “ajuste estructural” y hizo falta más de una década para que el FMI empezase a reconocer que se había pasado con la medicina y casi se había cargado al paciente.

 

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