La literatura y el cine han contribuido a alimentar el mito de que la guerra medieval fue un asunto entre caballeros envueltos en acero, que, sin disciplina ni táctica, se guiaban únicamente por el código caballeresco. Se trata de una simplificación casi infantil. La Edad Media siguió siendo el terreno para el éxito de las infanterías disciplinadas, como siempre ha ocurrido en la historia; y, sobre todo, para los asedios.
Para entender la guerra en la Edad Media hay que partir de la enorme proliferación de fortalezas en la Europa occidental, una tendencia ya presente desde tiempos del Imperio romano tardío. Se trataban de fortificaciones levantadas por nobles locales en territorios frecuentemente de escasa importancia militar, más allá de que les servían para defender sus propiedades dentro de un sistema feudal. Como recuerda el magnífico libro «Historia de la guerra» (Ediciones Akal, 2010), cuyo capítulo sobre la Alta Edad Media está escrito por Bernard S. Bachrach, solo en el condado de Wexford, en Irlanda, se levantaron 400 construcciones militares de este tipo; y en la meseta de España central fueron tantas que dieron nombre a Castilla.
Esta tendencia, que se agudizó con la disolución del Imperio carolingio, provocó que en Europa las batallas campales fueran comparativamente pocas, excepto cuando el ejército de sitiadores era confrontado con una fuerza que viniera a romper el cerco. Pero incluso en estas «escasas» batallas campales es difícil hallar combates donde el elemento táctico tuviera su foco en la caballería, ya fuera pesada o ligera. La caballería pesada no podía limitarse a cargar de frente sin más (son muchos los desastres militares documentados por esta causa), debía estar secundada por la infantería y por arqueros. De hecho, los soldados a pie superaban en una proporción de 5:1 y 6:1 a la caballería en los ejércitos de Occidente.
Si los soldados a pie eran capaces de aguantar la posición, la probabilidad de que la caballería pudiera estrellarse era exageradamente alta, centrándose su cometido en los ataques por el flanco y en aplicar la táctica del yunque (la infantería) y el martillo (la caballería). Además, en caso de que la infantería se encontrara atrincherada, a la caballería solo le quedaba la opción de desmontar y luchar a pie.
No obstante, el mito de la caballería como protagonista del periodo surgió porque la mayoría de los que poseían feudos y lideraban los ejércitos eran nobles, dejando tras de sí una documentación que inflaba la participación de los suyos en los combates y que auspició un tipo de literatura romántica conocida como «canciones de gesta». Un género de ficción que ha intoxicado la idea que tenemos de la guerra medieval, donde las milicias locales, las levas de soldados a pie y un considerable número de arqueros y ballesteros marcaba la verdadera diferencia entre la victoria y la derrota.
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