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La muerte de Felipe II por una invasión de piojos y otros mitos regios (Parte I)

La muerte de Felipe II por una invasión de piojos y otros mitos regios (Parte I)
César Cervera Moreno el

Como muchos amigos de este blog ya saben, hace pocos días he publicado mi primer libro, «Los Austrias: El imperio de los chiflados», que tiene mucho que ver con la finalidad de este espacio de ABC, esto es: espantar mitos que se han apoderado de algunos pasajes de la historia. Pero es que, ¿acaso tan terribles son los mitos? En una entrevista de hace varios años, Fernando Martínez Laínez, autor de libros de historia militar, me comentaba que los mitos son puentes hacía la trascendencia. Estoy de acuerdo, y creo que son necesarios, pero no por ello debemos conformarnos con la versión superficial que estos «puentes» han conservado hasta la actualidad. Nuestra obligación es ir más allá de los mitos, hallar cuánto tienen de cierto y, ante todo, saber cuál fue la finalidad cuando se crearon esas leyendas. Los diferentes nacionalismos tienen mucho que contar en este sentido…

A continuación haré un breve resumen de aspectos desconocidos de la personalidad de los Austrias, esa dinastía que el libro califica de chiflados con cierta simpatía (si tuviera mala leche los llamaría locos, pero ellos tenían cualidades geniales). El objetivo del libro es no quedarse con el apodo más superficial, aunque sin darle vueltas de más a estos personajes.

Juana «La Loca», la matriarca de los Austrias españoles y la última Trastámara. En los últimos años ha aparecido una tendencia que presenta a la hija de los Reyes Católicos como una víctima de las políticas de los hombres, de su marido, su padre y su hijo… y que emplaza su locura a esas ambiciones. No es cierto. La locura de Juana no tiene nada de inventado, así como no lo tienen las infidelidades de su marido que tantos celos le causaban. Posiblemente, las infidelidades sirvieron de detonante de esas locuras, que tenían mucho en común con las de su abuela materna, Isabel de Portugal, la loca de Arévalo. En todo caso, lo que Carlos V nunca perdonó a su madre, y quizás por eso le visitó con tan poca frecuencia durante su reclusión en Tordesillas, es su miedo al gobierno. No quería gobernar y el periodo comprendido entre la muerte de Felipe I y el regreso de Fernando «El Católico» a Castilla fue de anarquía total.

Felipe I «El Hermoso». Tal vez lo más llamativo que esconde Felipe es que su famosa belleza hoy nos resultaría chocante. Así como Juana no estaba considerada entonces una mujer bien parecida, a pesar de que los cuadros sobre ella nos demuestras que a ojos modernos sí lo es; con Felipe I de Castilla ocurre todo lo contrario. Era poco agraciado, tenía los dientes cariados (lo que disimulaba con unos dientes de oro que puso de moda en los Países Bajos) e incluso existe alguna mención a cierta cojera.

Carlos V «El César». Detrás de su figura bizarra y su porte gallardo se escondía un hombre acomplejado con su enorme mentón, que se pasó la vida comiendo en solitario para que nadie viera sus apuros a la hora de masticar. A su llegada a España, el inseguro Carlos tuvo que enfrentarse a una nobleza revoltoso por definición a la que no comprendía, ¡no hablaba casi nada de español! Por cierto que en Alemania, cuando acudió a por su Corona de Emperador del Sacro Imperio Germánico, le ocurrió otro tanto de lo mismo. Nunca había pisado antes Alemania y no hablaba el idioma. La suya era una educación y una forma de ver la vida flamenca. Solo la contribución militar y económica de Castilla, epicentro de su imperio, obligó al César a hispanizar su casa, empezando por él mismo.

Felipe II «El Prudente». No puede ser prudente alguien que se pasa, salvo unos pocos meses de su reinado, en estado de guerra. Y no lo puede ser alguien que dejó los problemas estructurales de la Armada Invencible (las comunicaciones de la época hacían imposible que el ejército de Farnesio se diera la mano con la armada dirigida por Medina-Sidonia) en manos de la providencia divina. Obsesivo compulsivo, Felipe II era una persona escrupulosamente limpia, que no soportaba ver ni una sola mancha en la pared. No en vano, murió con dolorosa ironía en medio de un estado nauseabundo, puesto que era imposible moverle sin que sufriera graves dolores. ¿Murió de pediculosis, es decir, de la infestación de la piel por piojos que causa una irritación cutánea? La anécdota está presente en una decena de libros sobre curiosidades históricas. Pero, si bien no es extraño que el Rey pudiera ser víctima de los piojos, sobre todo en ese estado de falta de aseo, la teoría de la invasión de estos parásitos como causa de la muerte suena a broma cruel en el mejor de los casos

Juan de Austria «El Bastardo». El hijo ilegítimo de Carlos V pertenece a la categoría de personajes históricos más dada a la mitología: los héroes militares traicionados. El mito dice que Felipe II envidiaba en Juan de Austria todas las cualidades que él no tenía de su padre –valor, espíritu guerrero, capacidad de encantar con su verbo…– y por eso desconfió siempre de él. En realidad, Felipe II desconfiaba de todos y de su hermano creía, sobre todo, que era impulsivo y poco de fiar. Tampoco la nobleza se fiaba de él. Sin aliados en la corte española, Don Juan se pasó su existencia atormentado porque él no tenía corona y los años caían en su espalda. La edad le obsesionó hasta que murió desangrado por una fallida operación de hemorroides.

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