ABC
| Registro
ABCABC de SevillaLa Voz de CádizABC
Blogs Archivos desclasificados por ABC

El origen de los hombres lobos, los vampiros y los zombies: el miedo a la luz y a la civilización

El origen de los hombres lobos, los vampiros y los zombies: el miedo a la luz y a la civilización
César Cervera Moreno el

Están entre nosotros. Inundan la literatura, el cine y los videojuegos. Resultan tan repetitivos como las películas de superhéroes o las de gañanes sureños persiguiendo parejas de enamorados. De entre las criaturas monstruosas que danzan por los grandes mitos de la civilización, hay tres que sobreviven hoy en día con una excelente salud: los zombies, los hombres lobos y los vampiros. Pero, ¿por qué de esta fascinación por las criaturas oscuras? ¿Cuál es el origen real de estos mitos?

Aunque existen referencias en prácticamente todos los continentes y épocas a criaturas mitad hombre mitad bestia (en el caso de África la parte animal era habitualmente la hiena), el epicentro del mito del hombre lobo suele ubicarse en la leyenda griega de Licaón, rey de Arcadia. En la mitología griega, Licaón era un rey culto y una persona muy religiosa que había sacado a su pueblo de las condiciones salvajes en que vivían originariamente. No obstante, él mismo continuó siendo un salvaje, pues a pesar de todo siguió sacrificando seres humanos en honor a Zeus y asesinaba a todo forastero que llegara a su reino pidiendo hospitalidad. Cuando Zeus visitó vestido de vagabundo al rey para comprobar si eran ciertos los rumores, descubrió que le querían servir de comida la carne de un niño humano. Como castigo, el dios griego condenó a Licaón a convertirse en lobo y a que todos sus descendientes fueran también bestias.

El mito del hombre lobo vivió su auge durante la Edad Media en Europa, dada la superstición reinante y la vinculación de estas criaturas con el Demonio cristiano. La explicación científica de esta creencia se suele relacionar con enfermedades como la rabia (que puede provocar insomnio persistente, fotofobia y agresividad), la hipertricosis (crecimiento excesivo del pelo sobre el cuerpo entero) o la porfiria (un desorden enzimático con síntomas que incluyen alucinaciones y paranoia). Enfermedades que encajan con algunos de los síntomas, siendo el resto aderezado con una buena dosis de histeria colectiva en ambientes rurales. El trasfondo psicológico del mito, por su parte, es todavía más ilustrativo: el miedo a perder el control y entregarse a la naturaleza primitiva del ser humano.

Fotograma de la película “Teen Wolf” (1985)

El enemigo irreconciliable del hombre lobo, un mito de carácter rural, es el vampiro y sus huestes de murciélagos, como la estridente película Underworld (2003) o la almidonada Crepúsculo (2008) se han encargado de recordarnos a base de horas de cine indigesto. Más allá de la historia del auténtico Conde Drácula, Vlad «El Empalador», un noble rumano del siglo XV obsesionado con hacer pinchos morunos de sus enemigos, el mito de los vampiros ha estado presente desde la Antigua Sumeria. Las características de la criatura siempre se repiten: chupa sangre, odia la luz y contagia su enfermedad a otros. Así, detrás del mito hay una larguísima lista de posibles enfermedades infecciosas y situaciones, véase los casos de cuerpos incorruptos o trastornos del sueño, que se asemejan a lo que uno se imagina sobre esta criatura. Mención especial para la antes mencionada porfiria, una rara enfermedad que cumple prácticamente con todas las características de los vampiros: fotosensibilidad, deformidades faciales –dando ocasionalmente un aspecto puntiagudo a las orejas–, palidez extrema, ansiedad por la sangre e intolerancia al ajo, el cual, según estudios recientes, produce un bloqueo de la coagulación de la sangre de estos pacientes.

Enfermedades infecciosas, aterradores animales como los murciélagos, histeria colectiva… el cóctel que alimenta el mito es muy amplio, pero no explica por qué hoy en día seguimos obsesionados con estos bichos, peludos unos y pálidos otros (o musculosos unos y llenos de purpurina otros, si hablamos de Crepúsculo). La respuesta está en quién dicta hoy las reglas del cine comercial y la literatura fantástica: los adolescentes. Hace años leí con sorpresa en una entrevista al escritor y columnista de ABC Juan Manuel de Prada, donde se reconocía desligado del actual cine comercial, su interés por el cine vampírico como fenómeno social vinculado estrechamente a la adolescencia. El símil merece la atención. Son seres incomprendidos, en proceso de transformación, con miedo a la luz (a salir a la pizarra) y que creen compartir con los vampiros y los hombres lobos la clandestinidad, una sensación que las nuevas tecnologías han acrecentado. El cine y la literatura fantástica se han limitado a dar a los adolescentes lo que reclaman, y, a poder ser, entre kilos de purpurina y besos sin lengua.

Fotograma de “Zombieland” (2009)

Con los zombies ocurre algo parecido. Poca gente anhela convertirse en un muerto viviente que babea por conseguir un guiso de cerebros, un mito presente en casi todas las culturas y civilizaciones, lo que la mayoría quiere es encarnar al protagonista de la odisea apocalíptica, el que sobrevive a su entorno haciendo lo que sea necesario sin sentir culpabilidad por ello. Las mentes adolescentes (y en general aquellas decepcionadas con los resultados del progreso) están predispuestas a fantasear con la idea de alzarse como los héroes de un mundo sin reglas, donde la ausencia de tecnología ha devuelto al ser humano a tiempos más básicos. A esta fascinación por la destrucción, hay que sumar acontecimientos recientes, como la inmigración sin restricciones, la crisis bancaria, la pérdida de nuestra identidad en la era de la globalización, el cambio climático y la amenaza de una gran pandemia global, que remiten directamente a los temores más profundos de la sociedad occidental en las últimas décadas.

El miedo a la muerte –concretamente a envejecer– también está presente a nivel psicológico en los tres mitos, que representan a criaturas inmortales. Tenemos pavor a la muerte y no solo eso, sino que cada vez la negamos más. Por eso nos gustan las películas de zombies, porque nos enfrentamos de manera segura a nuestra muerte (sentados en el sofá comiendo palomitas), las historias de vampiros adolescentes, porque sus protagonistas nunca envejecen, y las de los hombres lobos, porque abrazan sin complejos la naturaleza primitiva del humano.

Sin categoría

Tags

César Cervera Moreno el

Entradas más recientes