Han pasado treinta y tres años desde que en 1988 se diera el primer paso a través de un Real Decreto para la incorporación de la mujer a las Fuerzas Armadas y el Ejército del Aire puede presumir de contar entre su personal con mujeres preparadas para desempeñar cualquier misión. Hay casos muy conocidos y mediáticos, como los de algunas pilotos de caza, por la propia espectacularidad de su trabajo y la rareza, entre comillas, de que sean mujeres las que desempeñen una actividad destinada hasta el momento a los hombres.
Pero afortunadamente no son las únicas y, aunque con menor repercusión pública a priori, ya es fácil encontrar en prácticamente todos los empleos mujeres desempeñando misiones que no difieren en absoluto de las de sus compañeros hombres.
Desde aquí queremos poner nombre y apellidos a algunos de estos casos. Aunque hay muchos más.
Más de cuatro mil horas de vuelo luchando contra el fuego
Más de cuatro mil horas de vuelo en algo más de veinte años. Toda una carrera militar dedicada a evitar que nuestros bosques y montes mueran devorados por las llamas. Es el bagaje de la brigada Patricia Navarro Ramos. Entró en el Ejército del Aire como soldado y luego en la Academia Básica del Aire (ABA) para hacerse suboficial. Enseguida pasó destinada al 43 Grupo de Fuerzas Aéreas y desde entonces ha trabajado como mecánico de pruebas en vuelo e instructora y ha desempeñado el rol de facilitador de CRM (Crew Resource Management, siglas en inglés de gestión de los recursos de la tripulación), cuyo objetivo es fomentar y concienciar sobre la importancia del factor humano dentro de la seguridad de vuelo.
Su pasión por los aviones y por el Ejército del Aire le viene desde niña, al observar el estilo de vida militar gracias a su padre, que trabajaba en la base aérea de Zaragoza. “Eran los tiempos de los americanos. Aquella vida y los escenarios que veía en las series de televisión de la infancia me fascinaban y tenía claro que entrar en ese mundo era mi prioridad. Después, el 43 Grupo llegó un poco por casualidad. Este destino me daría la oportunidad de trabajar como mecánico de vuelo y no quise perder la ocasión. Además de hacerme ilusión formar parte de una tripulación de vuelo, la misión del 43 Grupo es real, bonita y al servicio de todos, ya que con nuestra labor contribuimos a resolver situaciones de crisis y emergencias”.
No considera que una mujer tenga que reunir unas condiciones fuera de lo común para pertenecer a una unidad como el 43 Grupo. “En esta misión no hay programación, por lo tanto, hay que adaptarse al día a día y a lo que surge en cada momento. Sinceramente esta es la parte que más me ha costado a mí, no poder hacer muchos planes a largo plazo y menos en verano, dado que en cualquier momento del día las circunstancias cambian y te encuentras en un nuevo contexto. Por otro lado, es probable que los tripulantes del 43 Grupo seamos personas que aceptamos un nivel de riesgo mayor, pero no creo que seamos muy diferentes al resto de los militares. Creo que el espíritu militar lleva inherente aceptar algún que otro riesgo”.
A lo largo de estos años volando a bordo de los apagafuegos se ha visto envuelta en situaciones más o menos comprometidas, aunque no ha llegado a temer por su vida. Cuenta que en situaciones así, no hay tiempo para pensar en la vida, solo en cómo salir de ellas. Es luego, en el suelo, cuando considera que se toma consciencia del riesgo que se ha vivido. Ha pasado por situaciones arriesgadas como volar demasiado bajo cargando hielo, el impacto con algún buitre, sortear tendidos eléctricos que aparecen de repente, etc. Las más extremas, “una en el año 2008 en el pantano de Portomarín (Lugo), donde nos llevamos un tendido eléctrico enganchado a uno de los planos. El sonido del impacto y la deceleración que sufrió el avión, junto con las imágenes cerca del agua mientras continuábamos con nuestro ascenso no se me olvidan. Pese a ser esta situación comprometida no llegué a temer por mi vida. Teníamos motor y el avión volaba bien, aunque con mucho trabajo por parte del piloto, que tuvo que hacer un gran esfuerzo para contrarrestar el lastre que suponía volar con tres cables de unos cuatrocientos metros colgando, que hacían fuerza sobre el plano mientras sus extremos se movían dando latigazos. Sin embargo, mi mayor susto fue en 2016, en una carga en el pantano de Plasencia. El viento nos fue llevando contra la orilla y despegamos muy justos. Recuerdo que miré mi chaleco, busqué las salidas de emergencia y pensé que si caíamos tendría que nadar y me preparé para lo que pudiera pasar”.
El riesgo es grande pero también la recompensa, en forma de agradecimiento de la sociedad. Hoy, con las redes sociales, se sienten más cerca de la gente a la que sirven y perciben, más si cabe, las muestras de cariño que les llegan. “No sabría transmitir la responsabilidad que se siente cuando ves un pueblo desalojado o con los coches preparados para abandonarlo todo, y tú estás allí, intentando que el fuego no devore la vida de esas personas. Ayudar de esta manera a tantas personas es la mayor satisfacción que puede sentirse. En algunas ocasiones, en los hoteles donde vamos a descansar, los ciudadanos que nos reconocen nos reciben con aplausos, nos abrazan”.
Considera que lo más bonito de las misiones que llevan a cabo “es la sinergia que se crea en cabina. A partir de la segunda o tercera descarga de agua ya cada uno sabe bien qué tiene que hacer en cada momento y esto genera un ambiente de trabajo muy bueno, con plena confianza de los unos en los otros. No suelo pensar en los riesgos porque confío en que el piloto va a hacer las maniobras lo mejor posible y siempre dentro de sus limites”.
Su etapa profesional en el 43 Grupo ya pasó, pero su pasión por la empresa para la que trabaja, el Ejército del Aire, y por servir a la sociedad sigue más viva que nunca, ahora desde el Centro de Instrucción de Medicina Aeroespacial. Allí, aporta día a día esa pasión y, por supuesto, su profesionalidad.
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