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El largo viaje hacia la Lune (una estrategia en profundidad)

El largo viaje hacia la Lune (una estrategia en profundidad)
Jesús García Calero el

La agencia francesa DRASSM cumple 50 años y lo celebra con una exposición en Marsella, titulada “La memoria en el mar: inmersión en el corazón de la arqueología subacuática” que arroja una esencial conclusión: Francia ha sabido ver la importancia estratégica de la arqueología a gran profundidad, las amenazas que sufre el patrimonio subacuático y, también, el papel fundamental de la tecnología en el desarrollo de esta disciplina, cuyo impacto en las sociedades avanzadas irá in crescendo. Michel L’Hour, director del DRASSM, lo cuenta a Espejo de Navegantes a bordo del André Malraux, en un descanso de las operaciones del viaje inaugural del robot Ocean One. Así es la verdadera tutela del patrimonio

¿Por qué el empeño, la insistencia en invertir grandes recursos tecnológicos y científicos en una disciplina como la arqueología subacuática? La respuesta es apasionante, se justifica plenamente ante la sociedad con descubrimientos y publicaciones, y tiene en Francia, nuestro país vecino, una de las más claras guías. No se pone solo en juego el avance del conocimiento arqueológico. Hay más: innovación tecnológica, desarrollo de metodologías científicas multidisciplinares e incluso la evidencia palpable de que el registro histórico que mejor conserva lo que nos queda por conocer de nuestro pasado, de como llegamos a ser lo que somos, yace encapsulado en los pecios de los últimos cinco siglos. Y está en riesgo de desaparición.

Desde un país como España, con una historia naval entre las más relevantes del mundo y con un patrimonio inmenso, repartido por los cinco continentes y acechado -como primera opción- por las industrias destructivas de cazatesoros, no puede mirarse sino con envidia la visión estratégica que ha desarrollado la arqueología francesa a este respecto. Nos la explica Michel L’Hour, que es especialista en arqueología de la época moderna y director del Departamento de Investigaciones Arqueológicas Submarinas y Subacuáticas (DRASSM por sus siglas en francés), la agencia que ya es referente en Europa y el mundo entero para esta disciplina. Y nos lo explica a bordo de su buque insignia, el André Malraux.

Una de las páginas del catálogo de la exposición de Marsella (al igual que la foto que aparece al principio de esta entrada)

Las cifras de logros del DRASSM, fundado en 1966, son incontestables. Acaba de cumplir medio siglo. Con ese motivo, el Museo de Historia de Marsella acoge hasta el 28 de mayo la exposición “La memoria en el mar: inmersión en el corazón de la arqueología subacuática” que recorre los hitos de la agencia, desde que decidieron crearla como respuesta eficiente al problema del patrimonio subacuático. Un año después de su puesta en marcha ya tenía un barco, el Archéonaute, con el que pronto tuvieron inventariados 1.500 pecios.

La estrategia

Pero lo más importante es el sentido que marca el rumbo de esta institución. Una estrategia que se define desde el principio: primero, la conciencia inmediata, desde los años sesenta, de que los pecios tenían un valor insustituible al conservar mejor que cualquier otro registro las claves de la historia de Francia, por lo que se hizo vital preservarla e investigarla. Es la puesta en valor del patrimonio, justo cuando el buceo autónomo popularizó la exploración de aguas someras, sí que supuso una tutela adecuada del patrimonio.

Michel L’Hour, director del DRASSM, al mando de las operaciones sobre el pecio de la Lune, este pasado mes de abril

En segundo lugar, la decisión temprana, que data de los ochenta, de trabajar con industrias tecnológicas para la prospección a profundidad, mientras su ámbito de actuación se ampliaba a la costa atlántica francesa. Esto supone una apuesta por la innovacion.

En tercer lugar, no se dejó atropellar por los acontecimientos ni por el desarrollo de la industria cazatesoros, sino que fue definiendo con previsión las necesidades siempre enfocada a la eficiencia. Lo cual supone adelantarse al riesgo de pérdida de una información preciosa, cuando la tecnología en manos de empresas cazatesoros hizo peligrar ese patrimonio a gran profundidad.

Otra de las páginas de la publicación conmemorativa de los 50 años del DRASSM

En los años noventa se trabaja a ritmo de crucero en grandes proyectos: Benat 4, Santa Dorotea (con COMEX y otras industrias). Entre 1993 y 1995 se abordaron pecios a 450 y a 600 metros. De aquellos años fue también la utilización del Nautile, el submarino de IFREMER que había participado en el descubrimiento del Titanic. Se trataba de acumular experiencia y de probar, según el método científico, nuevas maneras de llegar a ese patrimonio.

Tenemos mucho que aprender de esta entrevista. Michel L’hour nos habla, para empezar, de ese largo camino, algo que podría titularse como el largo viaje hacia la Luna, o la Lune, el pecio de una fragata a 91 metros de profundidad que se ha convertido, durante la última década, en el laboratorio de una nueva era de la arqueología que definirá la aproximación científica a otros naufragios a 1.000 o 1.500 metros, que el DRASSM ya tiene en el punto de mira, como el Danton, uno de los megabuques de la Primera Guerra Mundial, hundido en la costa de Cerdeña, cuyos restos están a 1025 metros.

El día que llegaron a la Luna

El arqueólogo francés nos relata cómo fue el descubrimiento de la Lune. Fue obra de Paul-Henri Nargeolet, experimentado piloto de submarinos que probaba las posibildidades del Nautile, un aparato creado para la agencia oceanográfica IFREMER. Aquel mayo de 1993 estaba realizando pruebas y fueron tan bien que terminaron un par de días antes de lo previsto. Ese tiempo extra lo dedicó a explorar la zona e inspeccionar anomalías en el lecho marino. Ahí estaba la Lune.

El grabado de Pierre Puget (1654) muestra a la Lune (izq.) junto a la Reine y el Jupiter

Detectada rápidamente a 91 metros de profundidad, la anomalía era enorme. Mostraba cañones a la vista y era a todas luces un naufragio de época moderna. Tras la llamada al DRASSM aquel mayo del 1993, Luc Long, uno de los arqueólogos experimentados, realizó las primeras exploraciones y dibujó el pecio, con el fin de identificarlo y medirlo.

 Tendió un cable con testigos para saber que el pecio medía 42 metros de largo por 11 de ancho. El túmulo tenía 4 metros de alto. Pronto vieron los escudos de la Armada Real. En esta zona no había más registro de naufragios que el de la Lune, uno de los barcos más importantes de la flota del Rey Sol. Era un hallazgo histórico. Se apreció también desde el principio que no existen restos alrededor del pecio, por lo que la mayor parte del yacimiento se encuentra bajo el lecho arenoso, perfectamente protegido, como una cápsula de tiempo. Ajuares y armas de un ejército completo, el cargamento de la fragata y uno de los mejores ejemplos de la arquitectura naval europea de la primera mitad del XVII.

Portada del documental sobre la Lune

En aquel momento el DRASSM, fundado en 1966, “no tenía experiencia para trabajar en tanta profundidad -nos dice L’Hour-. Teniendo en cuenta que Tolón es una plaza militar, sede de la Marina Francesa, no existía riesgo alguno de expolio, pues se trata de una zona bien vigilada cercana a la boca del puerto. Pero si bien la existencia de este pecio no causó una alerta de vulnerabilidad sí que activó una discusión científica sobre cómo sería en el futuro, cómo se debía alcanzar aquella frontera”. Llama la atención. La primera decisión consistió en imaginar cómo hacer posible la excavación a esa profundidad. Esperar pero no detener la investigación.

La tradición

La eficiencia siempre fue santo y seña de esta agencia, así que empezaron a pensar que su obligación era crear un nuevo método que hiciera posible la investigación completa y la excavación de estos naufragios en profundidad. Y eso no podía hacerse sin tecnología. He ahí la apuesta decisiva, la visión de 1993. A pesar de las dificultades, estaba claro que ese patrimonio no podría conocerse sin submarinos, ROVs y una electrónica que aún estaba por inventarse. Y esa visión se convirtió en misión, y fue el inicio de una aventura maravillosa.

La máquina de Lethbridge

Los hitos del DRASSM, que Michel L’Hour nos ayuda a recordar mientras permanecemos sentados en la cubierta del André Malraux, son el exponente de una tradición memorable, que arranca en el siglo XVII. Mientras el inglés John Lethbridge inventaba su pionera máquina de bucear (un tonel hermético con huecos para sacar los brazos) para recuperar cargamentos naufragados (y los ingenieros españoles también trataban de hacer lo propio cuando se perdían sus flotas), un francés llamado Pierre Rémy de Beauve estaba inventando un modo original de operar bajo el agua.

El invento de Pierre Rémy de Beauve

Hubo muchos intentos y técnicas a lo largo de las siguientes centurias pero serían dos franceses quienes acabaron con el reino absoluto del traje de buzo basado en el casco desarrollado por el británico Charles Anthony Deane y el oficial de artillería prusiano Augustus Siebe en 1839, que había reinado durante un siglo. Dos nombres más que Francia dejó para la historia: Émile Gagnan y Jacqes-Yves Cousteau inventaron el aqualung, en 1943. Nacía el Scuba (Self Contained Underwater Breathing Apparatus) Diving.

Un joven Cousteau prueba sus equipos

 

Jacques-Yves Cousteau con Émile Gagnan, los inventores del aqualung

Pero hubo nuevos descubrimientos. En 1979 se detectó un barco a 1.500 metros de profundidad con redes de un arrastrero prendidas. Estaba claro que los descubrimientos harían necesario atender esta problemática. Precisamente, la Lune, que está en la frontera, en el límite del buceo humano y los abismos marinos, se convirtió por ello en el laboratorio de esta estrategia que Francia ha desarrollado en las últimas décadas. Falta añadir el ambicioso proyecto que dirigió el mismo L’Hour en Brunei entre 1997 y 1998, un junco a 65 metros de profundidad que fue totalmente investigado en seis meses con un equipo de 170 arqueólogos. No es muy conocida en Europa, pero es una de las más importantes excavaciones llevadas a cabo en Asia. Un paso más, un paso importante que acabó de convencer al director del DRASSM de la necesidad de desarrollar una capacidad, una tecnología y un método nuevos para la arqueología en profundidad.

Según confirma L’Hour, en aquellos años, mediados los 90 se comenzó a pensar cómo debería ser el barco que se precisaba como plataforma para el estudio en profundidad. El Archéonaute llegaría a ser sustituido y para entonces ya tenían definido lo que necesitaban: encargaron el André Malraux, que responde a ese objetivo. Fue botado en mayo de 2012 con una capacidad de lanzar casi todo tipo de artilugios, ROVs, AUVs, Submarinos hasta de 7 toneladas y, por supuesto, robots de última generación como el Ocean One, que pesa solo 180 kilos.

El André Malraux

En octubre de ese mismo año 2012 se dirigió a la Lune para una primera campaña. En el siguiente año hubo dos campañas en las que probaron casi de todo. Destaca el New Suit, un traje de buzo que la Marina utiliza para el rescate de submarinos y operaciones hasta 200 m. Pero también aprovecharon para probar una docena de ROVs, AUVs, perfiladores de sónar y submarinos de diverso tamaño. Por cierto que la fotogrametría se hizo aquel año con la Universidad de Girona. El banco de pruebas de la Luna estaba comenzando a dar resultados. Se planteó una nueva estrategia con Dassault Systèmes y otras empresas tecnológicas para recrear el entorno del pecio virtualmente y hubo otros muchos avances. Se probaron también métodos de recuperación con jaulas geoposicionadas y máquinas para eliminar sedimento de manera controlada.

Lo que hicieron entonces, 2012, fue asegurarse de la conservación del sitio, y también probar nuevas ideas. Aprendieron muchas cosas: la necesidad de la precisión, de las fotos en HD, la importancia de que no hubiera fallos en la transmisión de datos. Se invitó a nuevas empresas y start-ups de computación gráfica. Se realizó un mapa del sitio uniendo la batimetría realizada por la agencia IFREMER con el fotomosaico logrado por la Universidad de Girona. De ese modelo en 2.5 D, Dassault logró crear el entorno 3D que permitió ensayar maniobras y seleccionar objetivos arqueológicos sin poner nada ni a nadie en peligro. Después de aquella campaña decidieron que no era posible enviar arqueólogos en el traje de rescate a trabajar sobre un pecio y por tanto había que desarrollar los medios electrónicos para lograr lo más parecido a la arqueología. Prueba y error, algo próximo al método científico, que determinaría los siguientes pasos adoptados.

Publicaciones anuales: rendir cuentas a la sociedad

En la sala de control del André Malraux hay una estantería con copia de todos los informes anuales de resultados arqueológicos y científicos del DRASSM, los famosos “Bilans Scientifiques”. Forman una larga hilera, en la que también destacan maravillosas monografías sobre los principales proyectos realizados hasta ahora, publicaciones que permiten divulgar y conocer en profundidad cada pecio, un conjunto de libros que, puestos uno detrás de otro dibujan ese rumbo de la arqueología francesa que, visto desde España, resulta tan envidiable. Esos tomos marcan la frontera entre el conocimiento y la ignorancia. En España, donde está despertando la disciplina en muchos sentidos pero queda mucho por hacer, se hacen cosas, pero no existe una política sistemática, nacional, estratégicamente pensada y capaz de rendir cuentas de este modo a la sociedad. Seguimos hablando del desafío que supone con L’Hour.

“Más o menos entonces se descubrieron 60 pecios en Córcega a más de 200 metros -continúa-. He de decir que después de la experiencia de 2012 en la Lune descartamos seguir utilizando el New Suit y pensamos que había que afrontar el problema de que no existían robots que hicieran en profundidad lo que un humano hace. Era hasta cierto punto lógico, porque hasta ahora los ROVs y otros equipos se construyeron con fines industriales y militares, para misiones concretas, en las que se sabe exactamente qué operación tendrá lugar. En arqueología no se sabe con la misma exactitud, porque limpiando sedimentos aparecen cosas con las que no contabas, por ejemplo, y hay que tomar decisiones sobre la marcha”.

Michel L’Hour y Oussama Khatib, en el puente de mando del André Malraux

Empezaron a soñar con un robot que permitiera sentir a un operador lo que se está haciendo en el sitio. “A finales de 2012 ya tenía cierta idea de que había que buscar un robot humanoide. Entonces me invitaron a un congreso de robótica en Toulouse. Allí conocí a Oussama Khatib, de Stanford. Cené con él. Me escuchó y trató de comprender por qué queríamos desarrollar una tecnología en ese sentido. Empezamos a hablar de tecnología y terminamos hablando de humanidades”

Fue ese el momento en el que se juntó todo lo necesario. “Khatib me dijo que estaba con este proyecto. Exactamente en esa línea de lo que buscábamos. Y colaboraban con la King Abdulaziz University de Yeddah y Meka Robotics. El pasado mes de abril ese sueño se hizo posible con la prueba sobre el pecio de la Lune del Ocean One, el robot creado en Santford por Oussama Khatib.

L’Hour y Khatib, mientras el Ocean One es elevado para lanzarlo al agua

“El principio ha sido como trabajar con un joven arqueólogo, porque me dicen que hay que entrenar al piloto con experiencia sobre lo que queremos hacer. Yo tengo a mis espaldas 10.000 horas de buceo y créame que es la primera vez que hago algo así. Es algo emocionante. Y esa forma humana que tiene lo subraya”. L’Hour ha vivido la tensión de esta nueva campaña sobre el pecio de la Lune con excepcional intensidad, porque los equipos de arqueólogos, de pilotos de ROVs y el equipo de Stanford estaban en perfecta sincronía. “Todos conocemos la arqueología con ROVs y todavía pocos creen en este cambio. Hay quien desconfía de la exactitud de esta nueva tecnología, pero el experimento ha sido un éxito”. Quizá ya no tan pocos. Incluso en blogs de la industria cazatesoros se ha empezado a debatir sobre esta nueva tecnología.

El Danton, que hoy yace a 1025 metros de profundidad

La nueva era de arqueología con máquinas como el Ocean One, bajo pilotaje humano, estará presente durante la próxima década. Hemos asistido al nacimiento de un nuevo método, que L’Hour está deseando probar en otros escenarios, tal vez sobre el gran acorazado Danton, ese pecio aparecido al sur de Córcega y que fue hundido por el U-64 en 1917.

La conversación acaba, mientras a nuestro alrededor se despliega la operación de prueba del Ocean One sobre la Lune. En pocos minutos el robot estará en el agua y L’Hour dirigiendo la operación en la sala de control. Comprendemos la ventaja estratégica que Francia tiene en este ámbito. Una política sistemática, la decisión de incluir la tecnología en los planes y cincuenta años de trabajos del DRASSM han hecho posible volver a romper otra frontera del conocimiento entre los restos de los buques naufragados en la historia que los científicos están dispuestos a investigar. 

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