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Blogs La viga en el ojo por Fredy Massad

Entrevista a Nirmal Kishnani

Entrevista a Nirmal Kishnani
Fredy Massad el

Nirmal Kishnani, profesor asociado de la Escuela de Diseño y Medio Ambiente de la Universidad de Singapur, impartió el pasado mes de junio el taller “Arquitectura Regenerativa” dentro del Máster en Diseño y Gestión Ambiental de Edificios de la Universidad de Navarra.

Kishnani es un referente en el campo de la sostenibilidad en Asia, un conocimiento que reafirma tanto desde la teoría como desde la práctica arquitectónica. Su perspectiva refleja la necesidad de criterios locales para plantear la sostenibilidad, pero también la de un diálogo global que permita conocer y compartir estrategias.

En tu libro Greening Asia. Emerging Principles for Sustainable Architecture (2012) abordas la específica aproximación al concepto de sostenibilidad que se da en este continente, poniendo así de manifiesto cómo las formas de plantear y gestionar la sostenibilidad deben concebirse desde perspectivas locales.

 La sostenibilidad arranca con la pregunta: ¿En qué parte del mundo te encuentras?

Hablamos de sostenibilidad de muchas maneras: hablamos de la huella de carbono, de la biodiversidad…que son cuestiones globales. Sin embargo, las soluciones sostenibles tienen casi siempre carácter local, ya que al plantearlas no pueden eludirse ni el clima ni tampoco la cultura. Estos dos elementos conformarán la respuesta ofrecida.

Si la arquitectura que se construye en España es distinta a la de Singapur, ¿no debería entonces ser igualmente diferente, específica, la sostenibilidad planteada en cada uno de esos lugares?

¿Cuáles son las especificidades de Indonesia a considerar dentro del desarrollo de planteamientos de sostenibilidad?

En primer lugar, la densidad. Es uno de los elementos que más choca a muchas personas que visitan Asia, especialmente a aquellas procedentes de Europa y Norteamérica porque es un tipo de densidad que allí no se da. Para ilustrarlo con cifras: en una ciudad europea común habita una media de entre 5.000 y 8.000 personas por kilómetro cuadrado; en Singapur, esa media es de 20.000 y 25.000 personas. En las partes más congestionadas de Hong Kong hay más de 100.000 personas por kilómetro cuadrado y en los slums de Mumbai, 300.000. ¿Cómo actuar ante cifras de semejante calibre? Por supuesto, es posible diseñar una gran ciudad que se extienda, pero que acabe presentando el mismo problema que tienen todas las ciudades norteamericanas, donde es imprescindible disponer de un vehículo. Resulta difícil racionalizar el transporte público. Por eso, una ciudad que se expanda no es la solución y se hace preciso tratar la densidad de otra manera.

Otro elemento a considerar dentro de las ciudades asiáticas es la presión causada por el crecimiento de la población. Las ciudades, que son los principales centros económicos, continúan expandiéndose debido a la llegada de población rural y esa migración del campo hacia las ciudades está generando una enorme presión. Como consecuencia de esa presión y de la distribución desequilibrada de la densidad, las infraestructuras urbanas apenas tienen capacidad de funcionamiento. Carreteras, alcantarillas…no dan abasto y por esta razón se producen con frecuencia serias averías en partes de Asia.

Por último, también hay que tener muy presente la problemática de la distribución de la riqueza. La marcada división entre ricos y pobres es muy patente en muchas ciudades asiáticas, algo que en Europa no se manifiesta del mismo modo. La situación de las personas sin hogar impresiona a cualquier persona procedente de un país desarrollado. No somos capaces de visualizar con nitidez lo profunda que es la desigualdad social en estos lugares.

¿Qué supone esta situación para arquitectos y diseñadores?

En Asia se está construyendo hoy más rápido que en otras partes del mundo y el principal problema al que se enfrenta en este momento es cómo diseñar mejor nuevos edificios, mientras que en Europa la atención está centrada en la rehabilitación de edificios ya existentes.

La planificación y el diseño urbano son fundamentales para definir el crecimiento de la ciudad. Espacio público, inclusividad, equidad… Con esas grandes diferencias de nivel adquisitivo entre los ciudadanos, la creación de espacio público, inclusividad y accesibilidad se hace fundamental. Ese es el gran reto para Asia.

Los problemas medioambientales se han convertido también en un importante riesgo. Debido al crecimiento de la clase media hay un gran número de vehículos, lo que causa un elevado nivel de polución. La gran abundancia de residuos de comida hace de los vertederos una grave amenaza para la salud. Hay problemas con la calidad del aire, del agua, del suelo…Sin olvidar que la naturaleza también constituye una amenaza para numerosas ciudades en forma de inundaciones, olas de calor, etcétera.

¿Por dónde comenzamos? Yo no creo que la escala del edificio sea la respuesta. No basta con construir edificios verdes, debemos fijarnos en la escala de la ciudad y, a partir de los objetivos y aspiraciones que establezcamos para ella, definamos qué edificios es necesario construir. Desafortunadamente, creo que el Green Building Movement de las dos pasadas décadas ha llevado las cosas hacia la dirección incorrecta al centrarse en cómo construir edificios verdes autónomos, confiando en que, como consecuencia directa de ello, la ciudad también se volverá verde. Sin embargo, no es así como funciona el asunto.

Ir del todo hacia la unidad sería a tu entender el planteamiento más sensato.

 Exacto, y algo que también me parece muy importante es definir con precisión qué significan los términos «verde» y «sostenible» a fin de poder establecer una neta distinción entre ambos.

Es uno de los argumentos principales que propones en Greening Asia: «verde» no es sinónimo de «sostenible».

 De hecho, «verde» es en ocasiones lo contrario a «sostenible». Es esencial que entendamos el vocabulario que manejamos a la hora de debatir este tema, porque puede ser engañoso y tendencioso.

«Verde» es una medida relativa. Cuando decimos que un edificio es «verde» estamos comparándolo a otro, igual que cuando decimos que un individuo es más alto, más robusto o más bajo en relación a otro. «Verde» es una medida relativa y disponemos de parámetros para medir aquello que hace «verde» a un edificio.

«Sostenibilidad» es una cuestión más amplia y abarcadora. Cuando hablamos de sostenibilidad estamos hablando de lo social y lo ecológico en las escalas del proyecto, ciudad y, potencialmente, el planeta.

Y confundir el sentido de los términos siempre aboca al riesgo de atascarlos en el simplismo.

 Conviene repasar la historia de este debate.

En la década de 1990, la sostenibilidad era un tema candente. Naciones Unidas presentaba gráficos del impacto medioambiental, Greenpeace estaba especialmente activo y los países comenzaban a hablar de protección de la biodiversidad. Fue un momento clave, en el que todos comenzamos a ver el impacto de qué y cómo construimos sobre sistemas naturales.

No obstante, también fue una época en la que no estaba nado clara cómo implementar esas ideas sobre una mesa de dibujo. En 1998 asistí a una de las primeras conferencias verdes que se celebraron. Tuvo lugar en Vancouver y recuerdo que era el caos, una torre de Babel: cada asistente se expresaba en una lengua propia que era totalmente incomprensible para el resto. Lo que vino después fue que la industria del diseño y la construcción condensaron la idea de sostenibilidad como objetivo dentro de unas acciones clave factibles, dando así lugar al nacimiento del Green Building Movement, dirigido por el US Building Council, y otros.

La idea resultaba revolucionaria hacia 2000 y 2001 y fue acogida con entusiasmo porque parecía proporcionar una vía hacia adelante. Sin embargo, para lograr esto, se volvió reductivo y sabemos bien que cuando cualquier problema se reduce y simplifica se acaba llegando a una solución insatisfactoria y parcial que, a menudo, ni siquiera llega a ser una solución real.

En estos últimos ocho o cinco años muchos han comenzado a reclamar un regreso a las ideas principales de la sostenibilidad, a hacer preguntas cruciales sobre el planeta y la biodiversidad en lugar de las del género «¿cuál es la eficiencia de un aparato de aire acondicionado?».

¿Es posible abordar de manera sostenible la urgencia de vivienda para grupos sociales en riesgo que se está dando en muchos lugares del mundo?

 Creo que ese es otro lastre legado por ese vocabulario que se nos ha enseñado a emplear y en el que la sostenibilidad es frecuentemente planteada como una cuestión técnica.

Sí, hemos de solventar el problema de la huella de carbono, la crisis energética, los problemas con el agua, etcétera; sin embargo, se nos olvida que, en su definición originaria, el concepto «sostenibilidad» tenía una implicación social, medioambiental y económica. De todas formas, no tiene el menor sentido ponerse a debatir sobre problemas teóricos si las personas aún no tienen alimento y carecen de vivienda y acceso a agua potable.

La cuestión aquí es no ver estas dos problemáticas como cuestiones separadas.

Te formulaba antes esa pregunta porque no estoy seguro de que el ser humano sea un elemento lo suficientemente protagonista cuando se está hablando de sostenibilidad. Tengo la impresión de que la prioridad de los arquitectos es resolver con eficiencia los aspectos técnicos, sociales y económicos implicados, pero que la importancia del habitante y el uso que hará de estos edificios queda relegada a una posición algo más secundaria.

Estoy de acuerdo. Me temo que ese ha sido el legado del Green Building Movement. En estos últimos veinte años nos hemos obsesionado con los certificados y los edificios verdes. Se ha convencido a los arquitectos de que no serán sostenibles a menos de que tengan un certificado LEED, sigan una lista de verificación o alcancen ciertas cifras de eficiencia. Son logros importantes, pero no suficientes y que únicamente parecen ser de utilidad para la clase media-alta. Algunas viviendas particulares y edificios de oficinas obtienen un certificado verde porque sus propietarios pueden costearlo, pero es evidente que una persona que viva en un barrio de chabolas no va a solicitarlo y, sin embargo, es precisamente en el barrio de chabolas donde se encuentran la mayor parte de los retos.

Abundan los proyectos interesantes de arquitectos que se van a trabajar codo con codo con los habitantes de comunidades, ayudando a construir con arcilla y materiales locales y que, a través del proceso de reinventar materialidad y forma, también están mejorando las vidas de esas comunidades y atrayendo beneficios económicos para sus miembros. Puedo dar el ejemplo del arquitecto vietnamita Hoang Thuc Hao, al que se le solicitó ayudar a los habitantes de una aldea situada en una montaña y sin acceso a ninguna carretera. Este aislamiento obligaba a trasladar la aldea a la falda de una montaña y, consecuentemente, rediseñarla y reconstruirla por completo. El arquitecto investigó todos los factores pertenecientes a la esfera de la sostenibilidad técnica, como energía, agua, materiales…, y, además, agregó a ello espacio público, sentido de comunidad y una nueva economía basada en el turismo. La nueva aldea tiene muchas casas de huéspedes gracias a que los lugareños cuentan en sus viviendas con una habitación especial que pueden alquilar a turistas y obtener así un beneficio económico. Este es un ejemplo de alguien que está viendo mucho más allá de lo «verde» y que adopta la idea de la sostenibilidad de la manera más amplia posible.

 

Fotografía: © Hoang Thuc Hao

 

Fotografía: © Hoang Thuc Hao

 

¿La forma del edificio puede ejercer un impacto positivo sobre el entorno natural? ¿Es momento de revisar la consigna de Louis Sullivan: «la forma sigue a la función»?

Estoy muy interesado en el debate en torno a la forma porque creo que, por lo general, los arquitectos pasan por alto el pleno potencial que hay en hacer forma. Con demasiada frecuencia, se habla de la forma como composición. Hablamos del estilo. ¿Qué es la forma de un edificio? ¿Qué es la textura? En mi opinión, esta es una definición muy estrecha de ella. Si concebimos el edificio como artefacto, es decir: como objeto, trataremos la forma de una manera concreta: la haremos escultórica, bella, en un determinado estilo…

En cambio, si vemos la arquitectura como una serie de sistemas interactivos (es decir, comprendiendo al edificio como el subsistema de un vecindario que es, a su vez, un subsistema de una ciudad) veremos que todo está conectado entre sí. Produciremos intercambios con todo lo que nos rodea. De este modo, la forma será la expresión de esta relación, facilitando buenos intercambios en lugar de negativos. Quizá debiéramos concebir la forma como la interfaz entre el interior y el exterior, la relación de lo construido con lo natural, pensar sobre la relación de un grupo de personas con otro. El edificio se convertiría en el posibilitador de esos intercambios y relaciones, haciendo así que la arquitectura adquiera propósitos u opere de nuevas formas.

Louis Sullivan, a quien has nombrado, proclamó: «La forma sigue a la función». Cuando formuló esa idea estaba aludiendo al hecho de cómo la forma se hace manifiesta en la naturaleza. A cómo es posible advertir, cuando observas un pájaro u otro ser vivo, una poderosa relación entre lo que ese ser hace para sobrevivir y cómo su forma ha evolucionado para contribuir a ello. En el siglo XIX hubo un profundo interés por la biología y por entender cómo los organismos desarrollan formas. Es ciencia evolutiva, pero supone también observar a fondo un organismo concreto y examinar aquello que su forma revela sobre sus propósitos dentro del ciclo de su evolución.

Sullivan tomó implícitamente algunas de esas ideas que estaban macerándose en las ciencias. Por desgracia, como digo, eso quedó simplificado en la noción de que forma y función constituyen una dualidad; sin embargo, creo que ahora estamos comenzando a descubrir que la función es algo más que el programa del edificio, la descripción de lo que sucede en su interior y la descripción de cómo se construye. Y que también tiene que ver con cómo interactúa el edificio con el mundo que lo rodea.

Función significa mantener relaciones simbióticas y, por extensión, el buen diseño se convierte así en la creación de relaciones positivas.

Creo que este enfoque plantea un giro dentro de la discusión sobre la forma. Buscamos conexiones, queremos entender las interfaces y los sistemas de separación y cómo un edificio puede ser un buen vecino. Queremos entender cómo es algo generoso, cómo acoge a las personas y crea espacio para la comunidad. Todas estas funciones son importantes dentro del debate en torno a la sostenibilidad.

Hoy hablamos del edificio como objeto y luego, a nivel de suelo, creamos conexiones con las estaciones de transporte público y abrimos áreas que generen espacio público. Esa idea de senderos, bordes, movilidad, etcétera, es parte integral de nuestra formación y me parece que ahora mismo estamos descubriendo que hay mucho más que eso. Que no se trata sólo de lo que sucede a ras de suelo, sino también lo que sucede verticalmente y esto nos plantea preguntas como: ¿Puede la cubierta transformarse en un espacio habitable o en un lugar que cree energía y permita recoger agua de lluvia? ¿Puede el paisaje convertirse en parte de un sistema hidrológico de manera que el paisaje de un proyecto se conecte a un río o lago? Empezamos a ver horizontal y verticalmente, en tres dimensiones, todas las relaciones que el edificio mantiene con lo que lo rodea; por eso, no basta con contentarse creyendo que la finalidad de la arquitectura es crear artefactos atractivos, sino ver que es el de crear relaciones agradables y fecundas.

¿Qué opinión te merece la imitación de formas de la naturaleza dentro de la arquitectura contemporánea? Frecuentemente se asocia a manifiestos ‘verdes’, como si esas formas pudieran actuar espontánea y automática como una herramienta de regeneración ecológica.

Debemos ver la naturaleza como un proceso y no como objeto o como forma.

Lamentablemente, la proliferación de formas naturales se ha popularizado muchísimo en el mundo del diseño, en particular a través de Instagram, donde se nos seduce mediante la forma, el color y la geometría. Creo que es difícil comunicar el proceso estrictamente a través de la forma, ya que es algo que requiere de un entendimiento más profundo.

¿Y los muros y edificios verdes, como por ejemplo el Vertical Forest de Stefano Boeri?

Sabemos que introducir vegetación en los edificios conlleva ciertos beneficios. Primeramente, refrescará el edificio, por lo que será precisa menos energía para mantener agradable la temperatura interior. Seguramente también va a refrescar el vecindario, reduciendo así el efecto isla de calor. Ese beneficio a nivel térmico está científicamente demostrado, como también lo está que la vegetación en los edificios incrementa nuestro bienestar. Esto recibe el nombre de biofilia: estar cerca de la naturaleza, las plantas, el agua y la luz del sol nos hace sentir mejor puesto que somos animales cuyo ADN está programado para ello.

Buscamos la naturaleza y, cuando la encontramos, nos sentimos mejor. No obstante, lamentablemente también es habitual ver muchos edificios que usan la vegetación como ornamentación. Es frecuente ver muros verdes en Singapur que lo único que están haciendo es gritar al mundo: «¡Soy verde!». Esto no basta. Necesitamos dar el paso que nos lleve del diseño biofílico al diseño biocéntrico. Esto significa que la vegetación no debe servir sólo a las necesidades humanas, sino también a las de otras formas de vida. Tal vez ese muro pueda diseñarse como un lugar donde los pájaros puedan construir sus nidos o albergarse ardillas e insectos. O tal vez esa vegetación sirva como alimento, con lo cual su propósito no sería estar ahí como ornamento, sino como recurso nutritivo.

Creo que ese paso hacia otra forma de pensar ya se ha puesto de manifiesto, especialmente en algunas de las zonas de Singapur donde se han levantado nuevos edificios. En ellos se está ya tratando de comprobar si los edificios pueden crear hábitats urbanos. Un ejemplo de este tipo de aproximación es el Hotel Oasia en Singapur, que tiene una frondosa vegetación y cuya fachada es hábitat para ardillas y pájaros. Cuando estás ahí te encuentras en plena ciudad, rodeado de rascacielos, pero, sin embargo, ves ardillas. Es muy sorprendente. Si cada edificio lograra algo así, entonces la ciudad se transformaría en una especie de ecosistema.

 

WOHA, Hotel Oasia, Singapur, 2016. Fotografía: © Patrick Bingham-Hall

 

WOHA, Hotel Oasia, Singapur, 2016. Fotografía: © Patrick Bingham-Hall

 

Pero supongo que no podemos pensar en crear estos ecosistemas urbanos desde el triunfalismo y el exceso de confianza. El proceso para desarrollar estos edificios con potencial para convertirse en ecosistemas urbanos deberá ser sumamente cuidadoso y riguroso, ya que no podemos forzar a la naturaleza a que siga nuestros planes. Entiendo que abordar este potencial para los edificios hace necesario que los arquitectos investiguemos y comencemos a colaborar con expertos en procesos naturales, sistemas biológicos…

Absolutamente. Para poder llevar esto a cabo correctamente hay que partir de un conocimiento a fondo del clima y la vegetación local, como han hecho los arquitectos responsables del Hotel Oasia y otros edificios en Singapur. Han estudiado muy cuidadosamente qué plantas usar bien sea porque crecen bien, requieren menos mantenimiento y consumo de agua…

Confío en que cada vez haya más arquitectos de paisaje formados para plantear sistemas ecológicos en los edificios. El diseño de un paisaje todavía sigue muy anclado en lo que sucede en el suelo e incorporar vegetación a un edificio, desde una perspectiva que sea efectiva tanto ecológica como económicamente, requiere de un tipo de conocimiento y formación muy concretos.

¿Es posible llegar a hacer arquitectura cero neutro o edificios con impacto positivo a un precio razonable? Cuentas en este sentido con la experiencia de tu trabajo en el edificio SDE4 de la Universidad Nacional de Singapur (2019).

Construimos ese edificio ajustándonos totalmente al presupuesto. Logramos esto eliminando muchas de las cosas en las que generalmente tiende a malgastarse el dinero. Por ejemplo, en el edificio no hay techos y en las aulas hemos sustituido las baldosas por suelo de hormigón. Hemos prescindido de muchas cosas que cuestan bastante dinero para así poder costear otros elementos que nos parecía más necesario incorporar, como paneles solares.

 

Net Zero Energy Building. Fotografía: © School of Design and Environment NUS

 

Net Zero Energy Building. Fotografía: © School of Design and Environment NUS

 

¿Cómo tomar las decisiones sobre qué es necesario?

La pregunta fundamental respecto a costes y presupuestos es: ¿Qué queremos que haga este proyecto? Partimos de la decisión de construir un edificio de energía cero. Esta decisión nos hizo encontrar una vía para decidir qué elementos podíamos descartar, dándonos cuenta posteriormente de que no iba a constituir un gran sacrificio prescindir de ellos. Un suelo o una columna de hormigón pueden ser muy bellos por sí mismos y, por otro lado, cuando no tienes un techo, no es necesario que te dediques a elaborar demasiado cuidadosamente un diseño para los sistemas mecánicos y de iluminación.

El tema del coste preocupa a mucha gente. Yo creo que es una cuestión que debemos examinar con más sutilidad. El coste siempre va asociado a cierto beneficio, por eso mi pregunta es qué beneficio se espera conseguir. Así que, por ejemplo, si quieres un edificio de energía cero, la pregunta será cuánto tiempo llevará amortizar ese edificio gracias al ahorro en energía eléctrica. Si tienes instalados paneles solares en la cubierta, no vas a pagar electricidad. En Singapur un panel solar se amortiza en menos de diez años. Dado que el coste de la energía solar está descendiendo y el de la electricidad está subiendo, el retorno cada vez será más rápido. Muy pronto, un panel solar se amortizará en unos cinco años y, pasado ese tiempo, seguramente comenzarás a generar ganancias. Es importante ver la cuestión del coste en relación con el tiempo.

Cuando se trata de una propiedad privada es un caso sencillo: el propietario paga el coste del panel solar y, al cabo de pocos años, este puede empezar a rendir beneficios. Pero, ¿qué sucede en el caso de emprendimientos comerciales, cuando el promotor no es el usuario final? ¿Cómo evaluar aquí coste y beneficio? Por esa razón tenemos que concebir formas más elaboradas de establecer la relación entre coste y el beneficio que vaya a generarse.

Tomemos la energía como ejemplo. Realicé con mis alumnos de postrado un estudio centrado en averiguar qué sucedería si todas las cubiertas de los edificios de Singapur tuvieran paneles fotovoltaicos. La respuesta es que se produciría potencialmente una gran cantidad de energía para el país, de manera que el gobierno del país podría reducir considerablemente la futura inversión en centrales eléctricas. Quizá podría reducirse el gasto necesario para construir una o dos nuevas centrales. Por eso sería tal vez una buena idea que el gobierno financiase la compra e instalación de paneles solares en los edificios, puesto que redundaría en beneficio de la ciudad. Vemos entonces cómo la cuestión de coste y beneficio se modifica, dado que el beneficio recae en el contribuyente y el país, y la cuestión de quién paga y quién se beneficia cambia respecto a la situación en la que el promotor es propietario y gestor del edificio.

Asimismo, hay aspectos que nunca podremos tasar en dólares. No va a resultar muy lucrativo instalar un huerto en la cubierta de mi edificio para cultivar vegetales, ya que se trata de un bien muy barato en Singapur. Sin embargo, aunque no proporcione un beneficio económico importante, la instalación de ese huerto puede redundar en capital social. Si los vecinos se reúnen en la cubierta para cultivar esa huerta los fines de semana, entonces estaremos construyendo una forma de relación comunitaria. En otras palabras: el capital económico invertido da como beneficio capital social.

Creo que el problema que existe en torno al coste dentro del debate sobre la sostenibilidad es que se comprende exclusivamente como gasto económico, y además como un desembolso que debe realizarse por adelantado. Sería necesario verlo como una inversión a largo plazo y ver también qué otras formas de capital podrá generar esa inversión: capital social, capital humano, capital simbólico… Insisto, así nos daremos cuenta de cómo esa discusión acerca del coste plantea ángulos más complejos e interesantes. Y agregaría además que es clave que los gobiernos entren también en juego, no son únicamente los promotores quienes deben hacerse cargo de todos esos gastos.

En España, la decisión del gobierno de instalar molinos eólicos en el campo para incentivar el uso de energías limpias está perjudicando a los agricultores. La decisión de implementar una forma de vida más verde está teniendo un impacto negativo sobre los ecosistemas rurales. ¿Cómo tomar conciencia de esta paradoja y solucionar (y prevenir) sus consecuencias?

Debemos ser estratégicos. Va a haber muchos sacrificios en todo lo que hagamos. A veces, una buena idea contradice a otra buena idea. Sin embargo, no podemos ver los problemas aisladamente. Si un problema no puede solventarse a una escala concreta, hay que ampliar el foco de visión. Vietnam está actualmente construyendo granjas eólicas en el mar, de manera parecida a como lo hace Dinamarca.

¿Qué reflexión te plantea un proyecto como Masdar, la ciudad carbón neutro diseñada por Norman Foster? Una ciudad de nueva planta que se presentaba como una especie de perfecta utopía ecológica y sostenible en pleno desierto.

 En el último siglo hemos tenido bastantes propuestas de ciudades utópicas. Ebenezer Howard, Frank Lloyd Wright, Le Corbusier… todo ellos  parecían tener muy claro cómo debía ser una ciudad. Desde hace un par de décadas hemos comenzado a dejar de ver las ciudades sólo como problema para comenzar a verlas también como solución. Debemos reimaginar la tipología y la morfología de la ciudad. Debemos concebir una mejor forma para la ciudad y ya se está experimentando con ello.

Cuando observamos cualquier nueva idea, debemos hacernos algunas preguntas: ¿A quién beneficia? ¿Ese beneficio redunda sólo en unos pocos? ¿Cuál es su huella ecológica? ¿Cuánto produce por sí misma? ¿Hasta qué punto se apoya en la naturaleza que la circunda? ¿Qué impacto ejerce sobre la región?

A menudo caemos seducidos por la tecnología y la energía o los números de carbono, pero, en mi opinión, esto no es suficiente.

En Asia están ya construyéndose muchas ciudades de nueva planta pero las existentes ya no pueden asumir el flujo de personas. La cuestión para mí es cómo gestionamos el crecimiento de esas ciudades. Están apareciendo ciudades que son como estructuras satelitales en torno a ciudades de mayor superficie. Organizaciones policéntricas de asentamientos urbanos, conectadas por infraestructura de movilidad rápida. Necesitamos una respuesta para la cuestión de la forma de las ciudades, de su morfología urbana.

¿Vislumbras una dirección o estrategia desde la que comenzar a proponer nuevas y mejores morfologías urbanas?

A mi parecer, el problema es que concebimos la ciudad desde una perspectiva bidimensional. Si echamos un vistazo a las ideas modernas de la ciudad, como el Plan Voisin de Le Corbusier, comprobaremos que miran a la ciudad desde arriba: calzadas, manzanas, grandes edificios… Es un modelo de planificación urbana que ya está muy obsoleto. Hoy debemos mirar a las ciudades desde una perspectiva tridimensional.

Debemos mirar al eje Z y plantear cómo los edificios pueden tener múltiples usos: cómo podríamos usar las cubiertas como centros productivos, cómo crear conectividad entre los niveles superiores de los edificios para así crear datos por encima del suelo. Así no tendríamos un único suelo, sino múltiples. WOHA, un equipo de arquitectos de Singapur, publicó en 2016 un libro titulado Garden Mega City que habla de esta ciudad del futuro, y la plantea verticalmente, estratificada, en donde el suelo es naturaleza apta para caminar e ir en bicicleta. Las infraestructuras y carreteras se trasladan a un nivel subterráneo y las cubiertas tienen superficies productoras de energía y agua.

Me parece mucho más interesante esta idea de la ciudad tridimensional, que incorpora plenamente la ecología, reduce la dependencia del coche, mejora el tránsito para peatones y bicicletas y produce la mayor cantidad posible de agua, comida y energía dentro de su perímetro. En mi opinión, esa es la dirección hacia la que debe dirigirse la ciudad; sin embargo, hasta el momento no tengo conocimiento de ninguna que esté planificando algo similar.

Las propuestas verdes más radicales parecen sugerir que la única forma de salvar el planeta es que regresemos a la caverna. Yo creo que, por el contrario, lo que nos podrá ayudar a construir un futuro más sostenible es seguir haciendo progresar la tecnología.

La perspectiva de regresar a la caverna es sólo una táctica de intimidación. No vamos a regresar a la caverna ni tenemos que hacerlo. Supongo que veremos radicales transformaciones en la tecnología y su precio. La energía solar es mucho más barata que las energías fósiles en todo el mundo, entonces, ¿por qué no se la usa más y, en cambio, se subvencionan el carbón y el petróleo? Ya disponemos de soluciones que nos permitirían gozar de una buena calidad de vida que además sea carbón cero. El quid de la cuestión es: ¿por qué entonces no estamos usándolas?

Por ejemplo, existen sistemas de aire acondicionado y automóviles que son diez veces más eficientes que los que existen ahora en el mercado. Es decir, las tecnologías ya están ahí o su llegada es inminente y van a ser capaces de ofrecernos el confort y la utilidad a los que estamos habituados. He trabajado en la construcción de un edificio energía-cero en Singapur con un sistema híbrido de refrigeración que usa la mitad de la energía que un sistema convencional y que, aun así, brinda un óptimo confort en los trópicos. Las respuestas están ahí, sólo hay que buscarlas.

Pero das en el clavo con esta pregunta, porque la verdad es que hemos llegado a un punto en el que percibimos la sostenibilidad con cierto pesimismo. Parece darse por hecho que la sostenibilidad implica perder algo y lo que debe hacerse es contar otras historias, celebrar sus éxitos.

Debemos dejar de percibir la sostenibilidad con pesimismo y empezar a verla como una forma de tener una vida mejor, no peor. Debemos concedernos esperanza y belleza y no percibir la sostenibilidad como algo negativo, sino como un mejor camino. Eso es en lo que yo creo y esto es precisamente lo que intento hacer a través de mi podcast Ecogradia, entrevistando a personas que están en primera línea del pensamiento sobre el diseño. Trato constantemente de contar historias que hagan sentir a los oyentes: «Sí, esto es posible».

Un tema que hemos relegado es la belleza. Es algo esencial a la hora de plantear el diseño y valorarlo. Debemos hallar la intersección entre belleza y sostenibilidad porque, si no lo hacemos, perderemos esta batalla. Y debemos ganarla, porque lo que todos queremos de nuestro entorno es belleza y esperanza. Tenemos que llevar la sostenibilidad a esta filosofía. Construyendo de manera sostenible, estamos ganando algo positivo: una mejor y más hermosa forma de vivir.

 

Fotografía Nirmal Kishnani: © Holcim Foundation

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