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Blogs La viga en el ojo por Fredy Massad

Brutal arquitectura

Brutal arquitectura
Fredy Massad el

Brady Corbert, director de The Brutalist, dice que esta película «trata de muchas cosas, entre ellas construir un edificio, aunque también es una película sobre hacer una película. La arquitectura y el cine tienen mucho en común porque hace falta más o menos el mismo número de personas para construir un edificio que para hacer una película. The Brutalist para mí ha sido una forma de hablar sobre el aspecto más burocrático del proceso artístico».

La reflexión sobre esta analogía entre la labor del arquitecto y la del director de cine se ha confirmado repetidamente acertada. Es quizá algo extraño por ello que no haya tantos filmes en los que se haya escogido como gran protagonista a un arquitecto. Son muchas más aquellas donde el protagonista es un director de cine o se lleva a cabo un ejercicio de metalenguaje, reflexionando sobre la propia experiencia del cineasta. El personaje del arquitecto parece resultar menos cautivador, salvo que se lo retrate desde su faceta de divo intratable y excesivo, como el Stourley Kracklite del El vientre del arquitecto de Peter Greenaway, o decadente, como el interpretado por Marcello Mastroianni en Ojos Negros de Nikita Mikhalkov.

 

El protagonista de The Brutalist es el frágil László Tóth, un arquitecto húngaro que huye de la Europa de posguerra, tras haber sido prisionero en un campo de concentración durante la Segunda Guerra Mundial. Tras un breve paso por Nueva York, es acogido por un familiar en Pensilvania.

Para la creación de este personaje ficticio, pero indudablemente basado en una suma de hechos reales, Corbert, escritor de la película junto a Mona Fastvold, contó con el asesoramiento del ya fallecido historiador de la arquitectura Jean-Louis Cohen, autor de Architecture in Uniform: Designing and Building for the Second World War (2011). En Tóth se identifican rasgos de diferentes arquitectos europeos emigrados a Europa, como Richard Neutra, Mies van der Rohe, Marcel Breuer o Walter Gropius, aunque todos ellos emigraron al continente americano antes del estallido de la guerra y no llegaron a sufrir de manera tan dramática sus consecuencias. Puede igualmente vislumbrarse alguna similitud con la figura de Louis Kahn, no tanto por sus orígenes europeos (nació en Estonia y emigró a Estados Unidos a los 4 años) ni la coincidencia de ser Pensilvania el lugar donde ambos arquitectos se establecen como profesionales, sino sobre todo por su forma de concebir la creación de la arquitectura.

Tóth se había formado en la Bauhaus y fue un arquitecto de prestigio en Centroeuropa durante el periodo de entreguerras. Al llegar a Pensilvania se emplea en la tienda de muebles de su pariente y allí diseñará algunas piezas donde se reconoce inequívocamente su paso por la escuela de Dessau. El conflicto en la narración se plantea cuando Tóth recibe el encargo del hijo de un acaudalado industrial, que le pide rehabilitar una antigua biblioteca en la casa familiar. El diseño funcionalista propuesto por Tóth chocará con la mentalidad conservadora del cliente, con la consecuencia de que perderá su trabajo y caerá en la indigencia. Un giro argumental que es posiblemente también un homenaje a Howard Roark, el protagonista de El manantial. Su negativa a abjurar de la modernidad lleva a Tóth a considerar preferible trabajar paleando carbón, al igual que Roark, quien terminó en una cantera. Ambos personajes son finalmente rescatados por su fe incorruptible en ella. El potentado descubre el prestigio que Tóth tuvo en Europa y recurre a él de nuevo como forma de ensalzar su estatus social, esto desencadena la lucha de poder entre el arquitecto y su mecenas.  Es una historia arquetípica: el creador que se encuentra ante la oportunidad de materializar su obra maestra ante el poderoso que ansía vanidosamente afirmarse a través de un edificio cesáreo.

 

El futuro edificio, que se construirá a la memoria de la madre del cliente, se convierte en la obsesión de ambos. Tóth concibe un complejo gran monumento cuyo punto álgido estará en la proyección de luz a una hora determinada sobre un altar de mármol de Carrara. El arquitecto espectador del filme pensará quizá que se trata de un diseño tosco, muy alejado de la modernidad planteada por Howard Roark (que, en el universo de la ficción, sería un contemporáneo de Tóth), pero que resultaría seguramente también incorrecto describir ortodoxamente como «brutalista». (El Brutalismo es un estilo surgido en la década de los 50 que se caracteriza por el radical uso del hormigón sin revocar y la negación del ornamento.)

Durante la construcción del edificio de Tóth, la guerra entre él y el cliente culmina en la más absoluta brutalidad. The Brutalist se revela ahí entonces como una metáfora retratada con total crudeza, pero quizá brutalmente precisa para describir este mundo de pasiones, obsesiones y relaciones que es la arquitectura, donde el proceso de construcción de un edificio puede terminar siendo una tragedia completamente destructiva.

(Este artículo fue publicado en la edición impresa de ABC el 22 de enero de 2025.)

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