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El “punto de Dios” de nuestro cerebro

El “punto de Dios” de nuestro cerebro
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Cátedra en Neurociencia el

Por José María Martínez de Paz

Israel, mayo de 2016: un judío de 45 años que padecía epilepsia desde los 7 suspende su tratamiento anticonvulsivo como parte de un experimento científico. El objetivo era encontrar, mediante electroencefalograma, la causa de ciertos ataques de ansiedad que venía sufriendo en los últimos tiempos. El estudio se desarrolló con normalidad hasta que el paciente se quedó súbitamente rígido. Tras mirar al techo unos minutos, se puso su kipá y empezó a canturrear salmos. Entonces exclamó: “¡Y tú eres Dios, el Señor!”. Había tenido una revelación.

Lo que ocurrió en aquella clínica israelí no es algo nuevo para la ciencia. La enfermedad del paciente afectaba a su lóbulo temporal, una zona del cerebro relacionada con la audición, la memoria y las emociones. En torno al 10% de los pacientes de epilepsia temporal sufre psicosis post-ictal tras los ataques, que se traduce en alucinaciones, delirio y sentimientos reverentes. De ellos, el 27% dice haber visto a Dios.

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La relación entre lóbulo temporal y experiencia religiosa es tan marcada que esta zona llegó a ser llamada por la prensa “el punto de Dios”. Sin embargo, las cosas no son nunca tan sencillas cuando hablamos del cerebro. Estudios realizados con carmelitas descalzas y monjes budistas mientras rezan o meditan indican que se activan varias regiones del cerebro (el núcleo caudado, el giro cingulado, las cortezas insular, orbitofrontal y prefrontal, el tronco del encéfalo y el tálamo).

Y se ha visto que el “sentimiento de trascendencia” correlaciona con una disminución de la actividad del lóbulo parietal derecho, y observaciones recientes subrayan que la fe activa las áreas relacionadas con el sistema de recompensa cerebral. La religiosidad, por tanto, no es el resultado de la actividad de una única zona cerebral, sino más bien una de las muchas propiedades emergentes que surgen debido a la forma en que el cerebro procesa la información y las emociones.

Todos estos estudios tienen varias limitaciones, como el escaso número de participantes o los propios sesgos de los autores, pero suponen los primeros pasos de una nueva y boyante disciplina que examina la intersección entre cerebro y religión: la neuroteología, también llamada neurociencia espiritual. Defendida por unos y denostada por otros, la neuroteología ha reavivado el viejo debate entre Ciencia y Religión. Por un lado, algunos aplauden que la ciencia se interese por la fe y le dé el espacio que merece, mientras que otros advierten de los peligros de explicar a Dios con unos cuantos impulsos eléctricos. En palabras del neurocientífico Michael S. Gazzaniga, “si Dios está en el cerebro, el cerebro se vuelve Dios”.

Según el Instituto Pew, ocho de cada diez personas en todo el mundo se identifican con algún grupo religioso. En España, el CIS nos muestra que el porcentaje está en torno al 70%. Puede que el error esté en considerar que sólo hay un modo correcto de vivir y comprender la espiritualidad. Andrew Newberg, uno de los padres en la neuroteología, ahonda en esta cuestión. La fe, sugiere, no es que sea un subproducto inútil del cerebro, sino que es el modo en que éste satisface su necesidad de autotrascendencia. Por ello, tiene una importancia crucial en tanto que supone “un mecanismo por el que los seres humanos crecen y se adaptan, que proporciona objetivos, ser una mejor persona o desarrollar un sentido de propósito y significado de la vida”, y esto es así vaya dirigida a Dios, Yahveh, Alá o la Ciencia. “Si no se da un cambio fundamental en el modo en que funciona nuestro cerebro, la religión seguirá aquí por mucho tiempo”, añade el Dr. Newberg.

Tal vez el ser humano no sea tanto un Homo sapiens como un Homo spiritualis. Al menos, para nuestro cerebro.

José María Martínez de Paz – Alumno del Máster en Neurociencia de la UAM

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