Mi pareja, Fabiola, que como todas las mujeres nos saben resetear mucho mejor que nosotros, me preguntó: “¿Qué te pasa? ¡Te has quedado blanco!”. Estábamos sentados, hablando de fútbol y de motociclismo, las dos pasiones paralelas, y vislumbré en una mesa, a cinco metros, a Ángel Nieto. No podía ser. Era una persona con el pelo blanco, calcada al gran mito español. Fabiola se dio cuenta de mi situación. No podía ni hablar. Ni comer. No me entraba nada. Se me cortó la digestión.
Por un instante, había visto al gran amigo, al hombre que me bautizó en el motociclismo en 1977, cuando tras ganar una carrera abrió su mono y cayeron sobre mí dos litros de sudor caliente. Se rió y dijo: “Pregunta, te acabo de bautizar, novato”.
Le pregunté durante quince minutos mientras se cambiaba y se ponía otro mono para correr la siguiente carrera.”Ahora voy a volver a ganar y si quieres seguimos hablando”. Perfecto. Y le vi ganar de nuevo, en efecto. y volvimos a hablar. Y allí comenzó una relación profesional y humana que perduró cuarenta años, hasta que un accidente idiota le derribó en agosto de 2017.
Se cumplió con Ángel la ley de Murphy, la que sufrieron Schumacher, Hayden y tantos otros campeones. Ángel se jugó la vida en La Dehesa de la Villa de Madrid en los años sesenta, con bordillos y aceras asesinos, y no murió. Se jugó la vida corriendo por esos circuitos urbanos que eran un peligro constante. Se jugó la vida montando motos de 50, de 80, de 125, de 250 y de 500 centímetros cúbicos a lo largo de veinte años de competición en el Mundial de Motociclismo. Y falleció parado en un semáforo, en Ibiza, subido a un quad para comprar la prensa, el ABC y los deportivos, arrollado por un Mercedes.
Ayer le vi sentado enfrente y el estómago me dio un espasmo. “¡Es igual que Ángel, es verdad!”, decía Fabiola, que se emocionó en agosto cuando escribí en ABC las vivencias disfrutadas y lloradas al lado del zamorano de Vallecas. Fabiola se emocionó aún más cuando la Cope me llamó para relatarlas en la radio. Se interesó sobremanera por la persona y el personaje. Profundizó en quien fue y quien será para siempre, el mito que hizo que España sea la potencia mundial del motociclismo.
Fabiola recordaba ayer con un “¡es verdad!” cuando le contaba cómo ganaba Ángel las carreras, saliendo muy mal, desastrosamente mal, el último, y protagonizando remontadas épicas que levantaban a la gente de los sofás de casa. Lo reafirmaba ella porque TVE, que transmitía sus proezas cada domingo, repetía con la famosa “R” intermitente cada uno de los adelantamientos de vértigo que el campeón ejecutaba en el asfalto. Aquellos triunfos en blanco y negro eran lúcidos, vibrantes, de color. Creó la afición española al motociclismo. Hizo que surgieran equipos, jefes, y pilotos como Crivillé, Márquez y Pedrosa, Lorenzo y Bautista, hasta llegar a los Viñales y Mir de la última hornada.
Ayer vi a Ángel Nieto. Y no le pude hablar. Pasó un ángel por delante mientras hablábamos de motociclismo y del Real Madrid, las dos pasiones del piloto eterno. Otros ángeles me dicen que Ángel se fue al cielo porque no puede admitir que el Real Madrid gane la “doce más una”, pide directamente la decimocuarta. La UEFA se lo piensa. Ceferin contestará. Infantino está de acuerdo. Ayer vi un ángel.
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