Su presentación de la candidatura a la corona mundial de MotoGP en el circuito preferido de Jorge Lorenzo es una demostración de carácter. El triunfo ante su mayor enemigo veintiséis días después de una operación de clavícula es una exhibición de amor a un objetivo.
Ahí donde lo ven, Dani Pedrosa engaña. Su imagen de niño bueno, apocado, que ven en televisión es una foto falsa. El piloto de Honda no es un hombre de gestos duros, de palabras huecas, de personalidad expuesta a los medios. Su fuerza es interior. La demuestra sobre la moto. Otros muchos habrían tirado la toalla al cuadrilátero del motocilismo su hubieran sufrido lo que el subcampeón del mundo ha pasado en su carrera deportiva.
Hace ocho años, cuando iba a ganar el Mundial de 125 se rompió los dos tobillos en Australia y pudo ser campeón sin problemas por la ventaja de puntos que había guardado en la buchaca. Corrió lo antes posible, pero pudo calcular y no necesitó matarse para vencer en los siguientes grandes premios. Ascendió a MotoGP en 2006 y las lesiones continuaron persiguiéndole. Los accidentes constantes le han hecho comenzar cada campaña siguiente en plena recuperación. Y le han impedido alcanzar el liderato del campeonato en demasiadas ocasiones, derrotándole definitivamente para la consecución de ese trono tan anhelado.
Hace dos años se destrozó una muñeca cuando marchaba escapado en el circuito de Sachsenring (Alemania), camino de ponerse líder y desbancar a Valentino. En 2010 se rompió la clavícula en Japón, cuando peleaba por destronar al rey Jorge. Ahora, todavía afectado por esa clavícula que ha tenido que operarse dos veces, ha vencido a Lorenzo en Portugal y se ha colocado a cuatro puntos del objetivo. Este chico, con cara de no haber roto nunca un plato, se rompe todos los huesos con tal de ser campeón del mundo de MotoGP.
Dicen que tiene la osamenta frágil. Pero su cabeza es muy dura.
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