A quien madruga Dios le ayuda. Valentino Rossi se ha tomado el refrán muy en serio. Es el primero que se presenta ante la temporada más importante de su vida, en las cumbres nevadas de Madonna di Campiglio. Decir esto suena duro cuando el italiano ha conquistado nueve títulos mundiales desde 1997. Pero el número 46 se estrena en sociedad con su nuevo traje rojo, Ducati, la mítica moto de su país, ante un objetivo estelar: ganar el Mundial de MotoGP con tres escuderías diferentes. Acompañado de Nicky Hayden, que vuelve a ser su escudero, VR afronta un año que marcará su carrera. Inaugura un año que dejará un recuerdo infinito en su vida. Si triunfa con la máquina roja, será elevado a los altares del otrora imperio romano como el mejor piloto de la historia. Para muchos, ya lo es hoy. Sin embargo, su compatriota Giacomo Agostini acumula quince coronas, ocho de ellas en la cilindrada reina, y una valoración objetiva exige que Valentino iguale al menos esa cifra en el campeonato de más alto nivel. Ha ganado siete laureles en MotoGP y necesita empatar con su paisano a ocho. Lo intentará en 2011 y en 2012, el bienio firmado con la fábrica “rossa”. El ídolo del motociclismo sabe que su etapa con la escudería de su nación definirá su leyenda. Si no levanta un título con “su equipo”, la historia le cubrirá de elogios, pero siempre dejará un “pero” como latiguillo: no ganó con Ducati. Es la dura realidad que deben atacar los grandes campeones. Se les exige todo. Por eso, Rossi anhela sumar ese octavo Mundial de MotoGP y redondear su historial con esta hazaña: triunfar con Honda, Yamaha y Ducati, las tres primeras marcas del motociclismo de velocidad. Honda intentará impedirlo con su mejor ejercito: Pedrosa, Stoner y Dovizioso. Tres pilotos oficiales para frenar a Lorenzo y a VR. No se puede pedir más.
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