Si hubieran servido unas tijeras, la habría utilizado para cortar esto algo antes. Lo haré con lo primero que se me ocurre, y es el curioso efecto que me ha hecho el ver por segunda vez la película de Woody Allen. Pero, primero, quiero agradecer a los que en el post anterior han mantenido un tono cordial, que han sido la mayoría, y también a los que han aportado ‘algo’, que han sido igualmente muchos. No tengo por costumbre insultar, salvo, en mala hora, cuando me defiendo, o creo defenderme. Lo de ‘liliputienses’ iba dirigido no a nadie en concreto, sino al abstracto de ‘esas cien firmas más’ que señalaba la carta de El País. Sí, en cambio soy insultado habitualmente aquí por gente disfrazada, y la mayoría de las veces con argumentos manipulados o falseados. Intento tomármelo como un gaje, pero no siempre lo consigo. Entre los críticos de, digamos, ‘el otro lado’, hay algunos a los que admiro, respeto y hasta creo que me une a ellos algo parecido a la amistad. Busco sus opiniones y, coincidan o no con las mías, suelo encontrar en ellas cosas que me sirven y de las que aprendo. Quiero decir, no me atrevería a descalificar en bloque una tendencia crítica, o un ‘gusto’ cinematográfico. Pero no iba a hablar de esto. La cosa es que la primera vez que vi ‘Vicky Cristina Barcelona’ me pareció una película muy divertida y optimista. La segunda vez que la he visto me parece una película profundamente pesimista, sólo muy divertida en momentos entregados al esperpento, y en contra de lo que se ha venido sugiriendo por diversos sitios, me parece una de las obras más reflexivas de Woody Allen, aparentemente juvenil y espumosa, pero ensencialmente madura y reveladora de las contradiciones de los seres humanos y sus imposibilidades para ser felices. Aún me queda una tercera manera de verla, y que será cuando la estrenen y acuda a verla doblada. Presiento la catástrofe, pues me han dicho que la cosa puede llegar al delirio del doblaje de ‘Mogambo’.


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