Arrecia el frío, bajan las temperaturas y hace un tiempo de mil demonios. La nieve llega a Pekín, pero la estampa idílica del manto blanco que cubre la ciudad se esfuma en cuanto uno se entera de que es artificial. Para aliviar la sequía, el Gobierno ha vuelto a disparar sus ya famosos cohetes con yoduro de plata, un catalizador que provoca la lluvia. Todo, hasta la nieve, es mentira en este mundo “made in China”, menos el frío que te cala los huesos. Así las cosas, lo mejor es seguir los consejos de los nuevos ricos chinos – que han hecho un cursillo acelerado de capitalismo y buena vida – y hacer las maletas para salir pitando en dirección a Hainan.
A más de 2.500 kilómetros al sur de Pekín, Hainan es una paradisíaca isla de 34.000 kilómetros cuadrados que se enclava en el Mar de la China Meridional y linda con la provincia industrial de Guangdong y con Vietnam. Dicha posición geográfica le confiere un clima tropical muy recomendable en esta época del año, un atractivo al que se suman sus playas de fina arena blanca, palmeras y aguas cristalinas de color turquesa.
Así que, si usted es de los que reniegan de esperar a Papá Noel y a los Reyes Magos al calor de la chimenea o prefiere tomarse el turrón y las uvas en bañador y bajo un cocotero, no lo dude: su destino para olvidar el frío navideño y este año de crisis es Hainan. Más en concreto Sanya, la segunda ciudad de la isla tras la capital, Haikou, que se ubica en el extremo sur de la isla. Y, más en concreto aún, los “resorts” de la bahía de Yalong, donde se encuentran las mejores playas del litoral.
Por eso, no es casualidad que aquí hayan construido sus descomunales complejos vacacionales las principales cadenas hoteleras del mundo. Uno tras otro, los “resorts” de Ritz-Carlton, Sheraton, Hilton, Marriott y Le Meridien se suceden, sin ley de protección de costas que valga, en primera línea de sus siete kilómetros de playa, que además es privada para sus huéspedes.
Los turistas chinos marcan tendencias paseándose por la orilla del mar ataviados con los albornoces blancos de sus respectivos hoteles, que sólo se distinguen por el emblema que lucen en la pechera. Es su particular forma de disfrutar del sol y la playa, ya que, tradicionalmente, los chinos no han sido muy propensos a bañarse en el mar porque su ideal de belleza, sobre todo para la mujer, es que luzca una inmaculada piel blanca.
Pero poco a poco, y como consecuencia de la modernización gracias a su extraordinario crecimiento económico, los chinos van pillándole el gustillo a los chapuzones en el mar, que alternan con las zambullidas en las piscinas levantadas también junto a la arena. Eso sí, cambiando los sempiternos albornoces blancos por los manguitos y flotadores cada vez que se remojan, ya que muchos no saben nadar.
Cerrando negocios por el móvil tumbados en las hamacas, jugando al volley-playa, sorteando las olas con motos de agua, saboreando un cóctel en el chiringuito, escapándose con sus amantes a este apartado rincón del país, dando buena cuenta del “buffet” en los viajes de empresa, relajándose con masajes en los balnearios o celebrando la luna de miel (la de hiel vendrá luego), hordas de visitantes chinos y rusos recalan cada año en Hainan, cuya economía depende en un 80 por ciento del turismo. Paradójico destino para un archipiélago formado por una isla principal y 200 diminutos islotes que, durante las dinastías imperiales, era el remoto lugar donde se exiliaban los mandarines caídos en desgracia.
Tras un intenso debate ideológico en la cúpula comunista, el régimen chino decidió en 1988 que Hainan se subiera al carro de las Zonas Económicas Especiales, los experimentos capitalistas iniciados una década atrás en la vecina Guangdong que ya estaban dando sus frutos gracias a su apertura a la inversión extranjera y la economía de mercado.
A pesar de los tifones que trae cada verano el monzón, Hainan no ha parado de crecer desde entonces gracias a sus encantos tropicales, especialmente apreciados en la temporada alta, que va de octubre a abril e incluye los picos de la Navidad y el Año Nuevo Chino, entre finales de enero y mediados de febrero. Entre ellos destacan hacer surf aprovechando las revueltas olas de Sanya, pero no todos los atractivos de la isla se reducen al tópico de sol y playa.
En la isla de los Monos, una península montañosa próxima a Xincun, viven un millar de macacos en un parque protegido donde los animales corren a sus anchas esperando que los turistas les suelten un puñado de cacahuetes. En Xincun se puede ver a los miembros de la minoría “danjia”, que viven de la pesca y el cultivo de perlas.
No en vano, en la isla residen hasta 39 de los 56 grupos étnicos que conforman China. Aunque los “han” son mayoritarios en todo el país al llegar hasta el 92 por ciento de sus 1.350 millones de habitantes, los “li” y los “miao” son originarios de las junglas tropicales que cubren la cordillera Limuling Shan, donde se alza majestuoso el pico de Wuzhi, con 1.867 metros de altura, y fluye la impresionante cascada de Baihua.
De los más de ocho millones de habitantes con que cuenta Hainan, un millón pertenecen a la etnia “li” y se calcula que llegaron a la isla hace 3.000 años procedentes de Fujian, una provincia oriental de la costa china. Por su parte, los “miao”, que en otros países del Sureste Asiático son denominados “hmong”, se expandieron desde el sur de China hasta el norte de Vietnam, Laos y Tailandia, así que en Hainan ya sólo quedan unos 60.000.
Junto a las costumbres tradicionales de estos grupos, que subsisten en sus aldeas gracias a cultivos tropicales como el caucho o el café, los paisajes son uno de los principales reclamos de Hainan, donde destacan las reservas naturales de Datian y Jianfengling.
Como no podía ser de otra manera en China, la gastronomía es otro de los factores que conquistará al viajero, sobre todo si le gusta el marisco. Al margen de los carísimos menús que sirven los hoteles de lujo, en el animado mercado de Chunyuan se pueden comprar por 40 euros langostas frescas que luego son cocinadas por un pequeño cargo adicional en los restaurantes del mismo recinto. Los cocineros agitan sus enormes sartenes sobre los fogones a presión mientras un enjambre de camareras revolotea con las bandejas llenas de viandas entre las mesas, cuyos comensales devoran el marisco entre “gan beis” (brindis) de cerveza y “baiju”, un fortísimo licor de arroz parecido al orujo muy popular en China.
En las peceras de sus 40 puestos se venden al peso gambas, langostinos, almejas, vierias, coquinas, navajas, cangrejos, pulpos y varios tipos de peces recién pescados, así como verduras frescas y los inevitables tazones de arroz y “noodles” (tallarines) con que los chinos suelen acompañar las comidas. De postre, frutas tropicales como la papaya o cocos recién arrancados del árbol y abiertos a machete para degustar su leche.
Cargando sobre sus hombros un palo del que cuelgan a ambos lados cestas llenas de plátanos, piñas y kiwis, los vendedores ambulantes pregonan a voces las bondades de su mercancía. A sus espaldas, brillan los letreros escritos con vistosos caracteres en mandarín en los neones de los restaurantes, cuyas terrazas están abarrotadas de clientes. Sin nieve, a 20 grados y pelando gambas en mangas de camisa, así se celebra la Navidad en una isla tropical del sur de China.
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