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Blogs Tras un biombo chino por Pablo M. Díez

Menos periodistas extranjeros en el Tíbet que en Corea del Norte

Pablo M. Díez el

Aunque Corea del Norte tiene fama de ser el lugar más impenetrable del mundo para la Prensa internacional, para un periodista extranjero resulta incluso más difícil viajar al Tíbet. Con el fin de evitar manifestaciones y protestas, el autoritario régimen de Pekín mantiene esta región del Himalaya siempre cerrada a medios de comunicación y diplomáticos, vetando en ocasiones hasta la entrada de turistas, que deben pedir un permiso especial aparte de su visado chino.

El sagrado lago Namtso, donde los peregrinos budistas siguen la “kora” (circuito) de oración, es uno de los más altos del mundo, a 4.718 metros.

Como los 500 corresponsales extranjeros acreditados en China tenemos prohibido ir al Tíbet, la única forma de visitarlo es ser incluido en los escasos viajes que de año en año organizan las autoridades, donde las plazas están contadas y restringidas a una por país. Junto a once medios internacionales, entre ellos Financial Times, Reuters, Le Figaro, Bloomberg, Der Spiegel y Ansa, ABC fue el único representante español autorizado a visitar el Tíbet en un reciente viaje organizado por el Ministerio de Asuntos Exteriores chino. Todo un privilegio porque, a pesar del control y la propaganda, dicho desplazamiento permitió comprobar sobre el terreno la realidad en el Tíbet. Tras el viaje en el primer tren entre Pekín y Lhasa, que yo mismo efectué en julio de 2006, ABC vuelve al Tíbet.

Cada día, miles de fieles rezan ante el templo de Jokhang y el palacio de Potala, en Lhasa.

Una jungla de grúas ha crecido en la vieja ciudad sagrada de Lhasa, que ya alberga a un tercio de los tres millones de personas que viven en esta vasta región que ocupa el doble que España, de los cuales el 92 por ciento son tibetanos y de otras minorías muy pequeñas y el resto de la etnia “Han”. De ese millón largo de habitantes que ya tiene Lhasa, solo la mitad (580.000) son residentes permanentes. El resto, en su mayoría chinos “Han” venidos de otras provincias, se queda únicamente en la ciudad por motivos de trabajo durante los benignos meses de la primavera y el verano por ser la temporada alta del turismo, que el año pasado alcanzó la cifra de 15 millones de visitantes. Muchos de ellos llegaron en el tren que comunica Pekín con Lhasa desde 2006, una colosal obra de ingeniería que es la línea ferroviaria más alta del mundo al cruzar montañas que superan los 5.000 metros. La mayoría de dichos turistas fueron nacionales por las restricciones a los extranjeros. Debido a los suicidios a lo bonzo de monjes budistas para protestar contra China, que se han cobrado 138 vidas desde 2009, Pekín cierra con frecuencia el Tíbet a los turistas extranjeros, que necesitan un permiso especial además de su visado chino y no pueden visitar numerosas zonas “sensibles”. A pesar del evidente progreso que ha traído la modernización china, muchos tibetanos lo ven como una colonización.

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