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Blogs Tras un biombo chino por Pablo M. Díez

El Tíbet, según la propaganda china

Pablo M. Díez el

Coincidiendo con el 50 aniversario del exilio del Dalai Lama, una propagandística exposición organizada por el régimen de Pekín se vanagloria de haber llevado la democracia al techo del mundo al acabar con el sistema feudal, teocrático y esclavista de los monjes budistas.

En una imagen trucada de la muestra, campesinos tibetanos portan en procesión el retrato de Mao para darle las gracias por las buenas cosechas

Mientras el Tíbet sigue cerrado a cal y canto por motivos de seguridad a la espera de que se abra a los turistas el domingo, en Pekín se celebra una exposición que no tiene desperdicio. Bajo el, como mínimo curioso, título 50 años de reformas democráticas en Tíbet, el Museo de las Minorías Étnicas ofrece la visión del Gobierno chino del medio siglo de ocupación liberación, según la propaganda de esa conflictiva región del Himalaya que lucha por su independencia.
La muestra ha sido organizada para coincidir con el 50 aniversario del exilio del Dalai Lama, quien huyó a la India atravesando a pie las montañas del Himalaya tras la fallida rebelión que empezó el 10 de marzo de 1959.
Como suele ser habitual en los regímenes totalitarios, la exposición arranca con los retratos de las cuatro generaciones de líderes históricos del Partido Comunista (Mao Zedong, Deng Xiaoping, Jiang Zemin y Hu Jintao) reunidos con tibetanos o en sus visitas a la región.
A continuación, la exhibición se divide en tres grandes salas que realizan un recorrido cronológico desde que el Tíbet empezó a estar bajo el control de la Administración china. Ocurrió durante la dinastía Yuan (1206-1368) que instauró el nieto del caudillo mongol Gengis Khan, Kublai Khan, cuyos dominios constituyeron el mayor imperio del mundo y se extendieron por todo lo que hoy es la República Popular China, incluyendo el Tíbet.

Miles de personas abarrotan cada día la exposición, que tiene lugar en el Museo de las Minorías Étnicas de Pekín

Entre 1268 y 1334, la Administración central estableció varios censos en el remoto techo del mundo, pero ya antes se habían producido contactos más que fluidos entre los dirigentes chinos y los tibetanos, que celebraron 191 visitas oficiales y ocho encuentros de alto nivel documentados. De hecho, el poderoso monarca tibetano Songtsen Gampo, soberano del entonces conocido como Reino de Tubo, se casó con la princesa Wencheng de la dinastía Tang (618-907).
Lo cierto es que en aquella época las hordas tibetanas eran temidas por sus incursiones en las regiones chinas de alrededor, como demuestran el saqueo que sufrió la entonces capital imperial de Chang´an (hoy Xi´an) durante la estirpe Tang y sus frecuentes ataques a las provincias de Sichuan, Yunnan o Xinjiang, donde llegaron a hacerse con el control de la Ruta de la Seda.
El asesinato de Songtsen Gampo en el año 842 frenó la expansión tibetana y niveló la balanza del poder hacia el lado chino. Por eso, el control administrativo que empezó a ejercer la dinastía Yuan cuatro siglos después fue heredado por los emperadores Ming (1368-1644) y Qing (1644-1911). Sin ir más lejos, éstos últimos implantaron la figura del ministro del Tíbet, que tenía tanto poder como el Dalai Lama y el Panchen Lama, las máximas autoridades políticas y religiosas de la región.

Los estudiantes son traídos en autobús desde los colegios y toman notas para escribir las redacciones ordenadas por los profesores

La caída del último emperador de China, Pu Yi, en 1911 y el caos que siguió durante los años de la Primera República y la ocupación japonesa otorgaron al Tíbet una independencia de facto que duró hasta 1950. Justo después de que Mao Zedong derrotara al Generalísimo Chiang Kai-chek en la guerra civil (1945-49) y fundara la República Popular China el 1 de octubre de 1949, las tropas comunistas volvían a entrar en el Tíbet.
Según la exposición, lo hacían para liberar a los millones de siervos tibetanos que permanecían esclavizados por la brutal y atrasada teocracia que dirigían los monjes budistas, de la que se ofrece bastante información.
Tal y como explican en mandarín e inglés los paneles indicativos, en aquella época había en el Tíbet 2.676 monasterios con 114.925 personas (el 12 por ciento de la población), incluyendo 500 monjes de alto rango y 4.000 con poder económico. Ninguno de los monjes trabajaba porque vivían de los siervos y se dedicaban a la política y la Administración, por lo que en los monasterios había juzgados y prisiones con cámaras de tortura donde se cortaba las manos y se arrancaba los ojos a los reos.
Dichas explicaciones están acompañadas de argollas, grilletes, jaulas y otros instrumentos para castigar a los presos, así como de fotografías donde aparecen esclavos encadenados y medio desnudos trabajando en duras faenas agrícolas. Otras imágenes muestran a presos esposados que piden limosna en la calle porque, a tenor de la muestra, en las cárceles no se les daba comida.

Supuesta imagen de un famélico esclavo tibetano, envuelto en harapos y trabajando encadenado en duras faenas agrícolas

Los monasterios de Ganden, Drepung y Sera, en Lhasa, tenían en total 16.000 monjes y poseían 147.000 ke de tierra, 321 caseríos, 450 pastos y 110.000 reses que eran cuidadas por 40.000 esclavos, dice otro cartel. A pesar de tan elevado número de campesinos, la producción agrícola era bajísima y sólo se obtenían 80 kilos de grano por cada 15 mu (1 hectárea) de tierra.
Según la exposición, las enormes desigualdades sociales habían sumido en la miseria a la mayoría de la población, formada por siervos que eran hereditarios y, dependiendo de las funciones que realizaban para sus amos, se dividían en tres clases: los duchung, los tralpa y los nangsan. Algunos de éstos aparecen fotografiados acarreando pesados fardos mientras suben fatigosamente las empinadas escaleras del descomunal Palacio de Potala, sede del antiguo Gobierno tibetano y residencia oficial del Dalai Lama.
La pobreza era tal que Lhasa estaba plagada de mendigos andrajosos que dormían medio desnudos en plena calle o en cuevas, como se aprecia en otras fotografías.

Una reconstrucción con maniquíes de una pudiente casa tibetana contrapone el lujo y bienestar de una familia noble con la inmunda choza donde viven sus siervos, cuyos hijos lloran arrastrándose por el barro mientras la madre carga un enorme saco.
En todo el Tíbet sólo estudiaban 200 lamas e hijos de las familias ricas y únicamente había 100 hospitales y clínicas atendidas por 400 médicos, por lo que en los 150 años previos a la liberación se registraron cuatro epidemias de viruela y fiebres tifoideas que, en 1925, causaron 7.000 muertos sólo en Lhasa y otros 5.000 entre 1934 y 1937, asegura otro panel.
Para acabar, en teoría, con todas estas injusticias, el Ejército Popular de Liberación empezó a marchar en octubre de 1949 sobre las regiones de Amdo y Kham, al este del Tíbet e incorporadas hoy a las provincias chinas de Qinghai y Gansu. En octubre de 1950 tiene lugar la trascendental batalla de Chamdo, en la que 8.000 soldados tibetanos hicieron frente durante doce días a los 40.000 militares movilizados por el régimen comunista.

Monjes budistas desfilan con banderas chinas por delante del Palacio de Potala, sede del anterior Gobierno tibetano y antigua residencia oficial del Dalai Lama

Tras vencer esta resistencia, el Ejército chino entró triunfal por cuatro frentes en Lhasa el 20 de diciembre de 1951. Previamente, el 23 de mayo de ese mismo año, una delegación tibetana había firmado en Pekín el Acuerdo de 17 puntos para la Liberación Pacífica del Tíbet, amenazada, según el movimiento tibetano en el exilio, con una ofensiva aún mayor en la región.
La exposición insiste en que la liberación fue pacífica y que la mayoría de los tibetanos, que acogieron con los brazos abiertos al Ejército, les reclamaron acabar con el sistema feudal de los monjes. Al menos, eso dicen los pies de las fotos donde se ven manifestaciones de siervos y monjes, pero lo cierto es que desde entonces se han sucedido las revueltas y protestas por la independencia.
Todo ello a pesar de los esfuerzos del Gobierno por desarrollar esta paupérrima región, como se ve en las imágenes de los soldados chinos trabajando junto a los campesinos o de la inauguración de la carretera Lhasa-Qinghai-Sichuan y del primer vuelo a Pekín desde el aeropuerto de Damxung.

Bajo el Palacio de Potala, el retrato de Mao preside los camiones que circulan por una carretera inaugurada a bombo y platillo

Igualmente impagables, y hasta sorprendentes, son las instantáneas de las reuniones que Mao Zedong mantuvo entre 1954 y 1956 con un entonces jovencísimo Dalai Lama y con el Panchen Lama, con quienes llegó a celebrar el Año Nuevo Tibetano.
A pesar de estos contactos, la situación se había deteriorado seriamente entre ambas partes por el cada vez mayor control de Pekín, que en abril de 1956 empezó a preparar un Comité para la Región Autónoma del Tíbet con el fin de reemplazar al Gobierno del Dalai Lama. De hecho, éste estuvo a punto de desertar durante una visita que efectuó a la India en noviembre de ese año. Pero, finalmente, el primer ministro chino, Zhou Enlai, le convenció para que volviera en febrero de 1957 con la falsa promesa de que el régimen comunista iba a detener por un tiempo sus radicales reformas políticas.

Entre 1954 y 1956, Mao (en el centro) se reunió varias veces con un entonces jovencísimo Dalai Lama (a la derecha de la imagen) y con el Panchen Lama

A partir de ese momento, el movimiento tibetano radicalizó su resistencia frente al Ejército chino y el 10 de marzo de 1959 estalló en Lhasa una violenta revuelta por la independencia. Según la exposición, en el levantamiento participaron 1.486 monasterios, la mitad de los que había entonces. Entre ellos destacan los de Drepung, Ganden y Sera, en Lhasa.
Tal y como detalla un cartel, al Ejército Popular de Liberación le costó 30 horas hacerse con el control de la capital tibetana y aplastar las protestas, al término de las cuales se requisaron 10.212 rifles, 183 pistolas, 39 cañones y más de diez millones de balas. En el resto de la región le llevó dos años sofocar la rebelión, por lo que, según el Gobierno tibetano en el exilio, 87.000 personas murieron por la represión durante los siete meses posteriores y otras 80.000 huyeron a la India.
Entre ellas figura el Dalai Lama, quien se escapó disfrazado de campesino el 17 de marzo y, tras atravesar el Himalaya a pie, llegó a finales de ese mes al país vecino, donde sigue viviendo en la antigua estación de montaña de McLeod Ganj, en la ciudad de Dharamsala.
El régimen comunista disolvió el Gobierno tibetano el 28 de marzo de 1959, una fecha que, a partir de este año, conmemora el “Día de la Liberación de Millones de Siervos”.
Tras hacerse con el poder en Lhasa, el régimen comunista consiguió finalmente sofocar la revuelta en 1961. En ese momento, en el Tíbet sólo quedaban ya 553 monasterios y poco más de 7.000 monjes. Según la muestra, fueron reeducados 90.000 rebeldes, de los cuales sólo 23.000 eran acérrimos, mientras que el resto había sido intimidado o engañado.

Soldados chinos hacen un juramento antes de empezar a trabajar en obras de infraestructuras públicas en el Tíbet

El 1 de septiembre de 1965 se fundó la Región Autónoma del Tíbet. La reforma democrática en el Tíbet acabó con el corrupto sistema feudal de siervos. Tras siglos de opresión y esclavitud, ahora tienen libertad para dirigir su destino, el del Estado y el del Tíbet, proclama otro panel.
Dicha supuesta libertad no consiguió acabar, sin embargo, con la tensión en el techo del mundo, que sufrió muy duramente los desquiciados años de la Revolución Cultural (1966-76). Según el Gobierno del Dalai Lama en el exilio, de los 6.259 monasterios y conventos que había en el Tíbet, sólo quedan en pie ocho que no han sido destruidos. Además, se calcula que se han exiliado unos 200.000 tibetanos, la mitad de ellos en la India, y que 1,2 millones de personas han fallecido desde entonces como consecuencia de la represión china.
Junto a la prohibición de los retratos del Dalai Lama, Pekín impone a los monjes budistas unos cursos de reeducación patriótica en los que deben abjurar de su máximo líder, tachado de terrorista separatista por el Gobierno.
Para ello, el régimen se ampara en que los incendiarios discursos del Océano de Sabiduría son la causa de las revueltas independentistas que tuvieron lugar en marzo de 1989 y 2008. En la primera, y siendo entonces secretario del Partido Comunista en el Tíbet, el hoy presidente chino, Hu Jintao, impuso la ley marcial para aplastar las protestas.
El año pasado, y debido a la cercanía de los Juegos Olímpicos de Pekín, estalló en Lhasa otro violento levantamiento que, según el Gobierno chino, se cobró una veintena de vidas. Menos dos tibetanos que se suicidaron al arrojarse por una ventana para huir de la Policía, todos eran civiles de la mayoritaria etnia Han, que ha colonizado la región. Durante los disturbios que estallaron el 14 de marzo del año pasado, los 18 fueron linchados y hasta quemados vivos por una turbamulta de tibetanos enfurecidos, que saquearon sus comercios y sembraron el pánico en la ciudad.

Una estudiante contempla la foto de unos manifestantes tibetanos quemando la bandera nacional china

Así se aprecia en los vídeos y fotos de actos vandálicos que se exponen en la última sala de la muestra, donde se recuerda a las cinco niñas Han que murieron en el incendio de una tienda pero no se hace mención alguna a la represión del Ejército. A juicio del movimiento tibetano en el exilio, unas 200 personas fallecieron a manos de los soldados, que también hirieron y detuvieron a miles de manifestantes, muchos de los cuales ya han sido condenados incluso a cadena perpetua.
Fuerzas occidentales antichinas han conspirado por separar al Tíbet desde finales del siglo XIX y pensaron que 2008 iba ser el año de la independencia por la politización de los Juegos Olímpicos, acusa un cartel junto a las fotos de manifestantes quemando la bandera nacional de la República Popular. Una imagen impactante que enseguida capta la atención de los miles de visitantes que recibe cada día la exposición, entre los que destacan autobuses enteros de escolares que, ataviados con su característico chándal azul y blanco, toman nota para hacer los deberes encargados por sus profesores.
Todo un ejemplo de adoctrinamiento por parte de la propaganda oficial del régimen, que únicamente ofrece una visión del conflicto y demoniza tanto al movimiento tibetano en el exilio como a los manifestantes que sabotearon el relevo de la antorcha olímpica a su paso por Londres y París. Precisamente, una de las fotografías de mayor tamaño refleja a la atleta paralímpica de esgrima Jin Jing, una joven en silla de ruedas que se convirtió en la heroína de todo el país al proteger la llama de los exaltados que querían arrebatársela en la capital gala.

Las impactantes imágenes, pefectamente escogidas por la propaganda, impresionan a los escolares

Igualmente crítica se muestra la exposición con los medios de comunicación occidentales que, deliberadamente o por error, manipularon imágenes y ofrecieron informaciones equivocadas o distorsionadas sobre la revuelta tibetana, como la CNN, la BBC, el Washington Post y la cadena alemana N-TV.
Al margen de que alguno de ellos incurriera en noticias tendenciosas y torticeras, también hay que aclarar que el régimen prohíbe a los periodistas viajar al Tíbet y que censuró los primeros días las imágenes del levantamiento tanto en la televisión como en internet. Curiosamente, son las mismas imágenes que ahora se exhiben en la muestra.
Además, el Ejército y la Policía sellaron tanto el Tíbet como las zonas donde se registraron protestas y manifestaciones en las provincias vecinas de Sichuan, Qinghai y Gansu. En esta última región, este corresponsal fue expulsado por la Policía al día siguiente de entrar en la localidad de Xiahe, que se convirtió en uno de los focos de la revuelta al albergar el monasterio de Labrang, un importante centro de peregrinación para los tibetanos.
La exposición efectúa el siguiente balance final de aquella revuelta: 300 fuegos, 908 tiendas destrozadas, siete escuelas quemadas, 120 colegios atacados, cinco hospitales asaltados, 10 bancos robados, 20 obras expoliadas, 84 coches incendiados, 18 civiles inocentes muertos, 382 heridos y 58 en estado crítico. El Gobierno indemnizó a los familiares de los fallecidos con 14,7 millones de yuanes (1,6 millones de euros), mientras que los heridos recibieron 72,1 millones de yuanes (7,9 millones de euros).
En esta ensalada de números, la muestra también hace especial hincapié en el nivel de progreso y desarrollo alcanzado en el Tíbet gracias a las inversiones del Gobierno central. Desde 1994, se han destinado 11.128 millones de yuanes (1.226 millones de euros) a 6.056 proyectos en la región, entre los que destacan autopistas y aeropuertos en Gonggar-Lhasa, Nyingchi y Qamdo, así como fábricas, hospitales, colegios, embalses y parques de energía solar. Mención aparte merece el tren del cielo, una fantástica obra de ingeniería que, desde julio de 2006, une en dos días Pekín con Lhasa y que, en su primer año, transportó al Tíbet a cuatro millones de turistas que se gastaron 4.852 millones de yuanes (534 millones de euros).

Las imágenes de los violentos disturbios en Lhasa, censuradas en un primer momento por el Gobierno chino, forman ahora parte de la muestra

Por su parte, el Plan Quinquenal 2007-2012 prevé para el Tíbet unas partidas por valor de 77.880 millones de yuanes (8.586 millones de euros). Desde 2006, el Gobierno regional ha dedicado 11.623 millones de yuanes (1.281 millones de euros) a la construcción de casas nuevas para 172.300 familias campesinas (unas 900.000 personas).
De una de esas típicas casas modernas tibetanas también se ofrece una réplica muy singular plagada de los más diversos productos chinos. De sus paredes, y junto a los típicos cuadros tradicionales tibetanos (thangka), cuelgan una vez más los ineludibles retratos de Mao Zedong, Deng Xiaoping, Jiang Zemin y Hu Jintao. Pero, por supuesto, no del proscrito Dalai Lama, aunque su foto es la que realmente les gustaría tener a los tibetanos si pudieran.
Como colofón final, la conclusión de la exposición es antológica y ni siquiera merece ser comentada: La Historia hace juicios justos. Durante 50 años de desarrollo, Tíbet ha pasado de la oscuridad a la luz, de la pobreza a la riqueza, de la dictadura a la democracia y de la reclusión a la apertura. La Historia ha demostrado con elocuencia que las reformas democráticas han desarrollado con ímpetu el Tíbet, gracias al liderazgo del Partido Comunista de China en su camino hacia el socialismo en la región. Tan sólo bajo la tutela del Partido, abrazando a la madre patria y adoptando la vía socialista de la autonomía étnica a las características chinas y tibetanas, ha sido posible para todos los grupos étnicos del Tíbet disfrutar de la prosperidad y el progreso hoy y anticiparse a un mañana incluso mejor.
Habría que preguntar a los tibetanos, pero que cada uno juzgue por sí mismo.

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