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Blogs Tras un biombo chino por Pablo M. Díez

Los cuchillos taiwaneses son la bomba

Pablo M. Díez el

Lo que no mata engorda y, en ocasiones, hasta puede hacerte rico. Es lo que le ha ocurrido a la fábrica de cuchillos Chin Ho Li de Taiwán, que funciona desde hace más de 60 años en la isla de Kinmen, a sólo diez kilómetros de la China continental. Precisamente, dicha cercanía es la que ha traído la prosperidad a esta empresa familiar, pero también podría haberle causado su ruina, e incluso la muerte, porque China y Taiwán permanecen separados desde que las tropas nacionalistas de Chiang Kai-shek se refugiaron en esta isla tras su derrota frente a las fuerzas comunistas de Mao Zedong en la Guerra Civil (1945-49).
Desde entonces, Pekín viene reclamando la soberanía de Taiwán, que en la práctica es un Estado independiente y cuenta con sus propias elecciones democráticas, pero sólo es reconocido por una veintena de países. Con el fin de someter a esta provincia rebelde, el régimen comunista lo ha intentado todo, desde el reciente acercamiento que ha propiciado su crecimiento económico hasta los intentos de invasión del pasado, durante los años más duros de la Guerra Fría.
De hecho, fue una de estas operaciones militares la que cambió la suerte de la firma de cuchillos Chin Ho Li y, de manera indirecta, la abasteció de abundante materia prima para el futuro.

Todo empezó a las cinco y media de la tarde del 23 de agosto de 1958, cuando la China comunista intentó conquistar Taiwán. Para ello, lanzó una gran ofensiva sobre las cercanas islas Kinmen y, en sólo 85 minutos, cayeron sobre sus playas más de 30.000 bombas. Hasta el 5 de octubre de ese año, la Artillería del Gran Timonel disparó 479.554 proyectiles, muchos de los cuales aún continúan enterrados en la arena en este pequeño archipiélago de 150 kilómetros cuadrados y 80.000 habitantes.
Debido a su proximidad con China, que la convertían en un objetivo fácil, en las islas Kinmen aún se conservan los bunkers y tanques de las tropas taiwanesas y las empalizadas y minas en la costa con las que se pretendía impedir una invasión del Ejército de Liberación Popular.
Además, las bombas no dejaron de caer al acabar la batalla, ya que en los años 60 los comunistas lanzaban numerosos proyectiles cargados con propaganda y, de vez en cuando, alguno que otro con munición real para no perder la costumbre de la guerra. Aunque jamás fueron tomadas, las islas Kinmen recibieron hasta 1978 cinco millones de bombas que causaron gran muerte y destrucción, pero que, paradójicamente, sirvieron también para que la marca Chin Ho Li creciera y se enriqueciera.
Y es que, en lo que supone un lucrativo ejemplo de reciclaje, esta empresa fabrica sus cuchillos con el acero de las carcasas de las bombas lanzadas sobre Kinmen. Utilizamos los numerosos fragmentos que aún siguen enterrados en las playas como materia prima, explica a ABC el presidente de la compañía, Wu Tseng-dong, quien ha recogido el testigo de sus antepasados en este negocio familiar.
No en vano, su abuelo, Wu Tsong-shan, fundó la fábrica en la vecina provincia de Xiamen, en el continente, durante los últimos años de la dinastía Qing. Después, el hijo de éste, Wu Chao-hsi, trasladó la forja a la isla de Kinmen y, en un momento en que había gran escasez de acero debido a la Segunda Guerra Mundial, empezó a recoger las bombas arrojadas por el Ejército de Estados Unidos y las tropas aliadas contra los japoneses, que habían ocupado buena parte de Asia.

Con la posterior división de China tras la Guerra Civil, la tensión bélica continuó en el Estrecho de Formosa, aportándole más materia prima a Wu Chao-hsi con cada nuevo bombardeo procedente del continente, cuyos restos aún permanecen visibles en las costas de Kinmen.
Cada mes recibimos unos 100 proyectiles a un precio de unos 1.000 dólares de Taiwán por pieza (21,27 euros), desgrana su hijo y actual presidente, Wu Tseng-dong. El maestro, como le gusta denominarse en castellano, extrae del hierro de cada carcasa una media de 80 cuchillos que suelen costar 2.600 dólares de Taiwán (55,31 euros), pero que pueden llegar a valer hasta 28.000 dólares de Taiwán (595,70 euros) si se forjan en ediciones especiales para coleccionistas.
Un auténtico negocio redondo porque la factoría Chin Ho Li, que cuenta con sólo cinco empleados, produce al mes entre 2.000 y 3.000 cuchillos y se ha ganado una merecida fama que ya ha traspasado las fronteras de Taiwán.
El secreto es la buena calidad del acero de los proyectiles que tiraban las tropas comunistas, confiesa el maestro Wu en la forja fundiendo el hierro para fabricar un cuchillo. En pocos minutos, y con una destreza innata, convierte un trozo casi oxidado de acero en una afilada hoja a la que después incorporará un bello mango de madera. Manejando el hierro incandescente con unas largas tenazas, Wu le da forma aporreándolo ruidosamente con un martillo mientras las chispas del metal saltan por toda la habitación, inundada de viejas bombas despanzurradas.

A su lado, el fuego crepita en el horno y las máquinas silban sin parar con su machacón soniquete mecánico al tiempo que el maestro corta la hoja, que tras ser enfriada reluce brillante en su mano fruto de una bella y artística metamorfosis.
En Kinmen hay otras fábricas que se dedican a lo mismo, pero ninguna tiene nuestro prestigio ni tradición, se enorgullece el cuchillero, quien colabora con ingenieros japoneses en el diseño de sus modelos. Por ese motivo, sus afiladas hojas no faltan en los mejores restaurantes de Taiwán y son sumamente apreciadas por sus cocineros.
Tanto ellos como el maestro Wu saben que sólo las peores bombas de ayer pueden dar lugar a los mejores cuchillos de hoy. Unos cuchillos que, dicho sea de paso, son la bomba.

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