En Corea del Norte, donde sus 25 millones de habitantes viven como en la Rusia de Stalin o la China de Mao, incluso la música popular está a las órdenes de la propaganda política. Siguiendo el adoctrinamiento de este régimen alienante, sus canciones no hablan del típico amor entre “chino que conoce a chica”, sino que ensalzan aún más al joven caudillo Kim Jong-un, a los militares y a la “madre patria”.
Esos son los temas principales en el repertorio de la Banda Moranbong, el grupo más famoso del país. Formado en 2012 por una veintena de jóvenes y atractivas músicas del Ejército, que el propio dictador seleccionó personalmente, este conjunto ha modernizado el discurso propagandístico del régimen copiando todo lo que ha podido a los “supergrupos” femeninos que triunfan en el “pop” surcoreano.
Aunque las Moranbong no pueden permitirse las atrevidas provocaciones sexuales de sus vecinas, han revolucionado el panorama musical y social de Corea del Norte con sus minifaldas, tacones de aguja, peinados a la occidental y vestidos ajustados, que les marcan las caderas gracias a sus bailes ligeramente sensuales. Ataviadas con trajes blancos y sombreros de alza alzada, sus conciertos festejan los actos más importantes del régimen, como el histórico congreso del Partido de los Trabajadores que en mayo encumbró aún más en el poder a Kim Jong-un, al que asistí.
Junto al Coro Militar y la Banda Chongbong, que profundiza en su estilo con faldas aún más cortas y tacones más altos, sus actuaciones suponen el “Woodstock” de la “pop-aganda” norcoreana, ya que reúnen a las figuras con más éxito en este hermético país, donde no se conoce ni a los Beatles ni a los Rolling Stones. Ante las más de 12.000 personas que suelen congregar en cada actuación en el Pabellón de Deportes Chung Ju-yung de Pyongyang, construido por la multinacional surcoreana Hyundai en honor de su fundador durante el deshielo entre ambos países, las tres formaciones interpretan juntas y por separado un programa musical a mayor gloria del régimen.
Además de atraer a la cúpula del régimen en la tribuna de autoridades, incluyendo en ocasiones especiales a Kim Jong-un, las gradas se llenan mediante invitación por militares con medallas y enchaquetados cuadros del Partido, que lucen en sus solapas las sempiternas insignias con los rostros del “Presidente Eterno” Kim Il-sung, fundador de la patria, y del “Querido Líder” Kim Jong-il, el abuelo y el padre del actual dictador. Con las paredes forradas por las banderas rojas del Partido, que reproducen el siniestro símbolo de la hoz campesina, el martillo proletario y el pincel de los intelectuales, estas actuaciones parecen una versión “kitsch” del “Muro” de Pink Floyd.
Apoyadas por la apoteosis sinfónica del Coro Militar, que realza la potencia ochentera de sus violines y sintetizadores, las Moranbong y las Chongbong despliegan sus mensajes propagandísticos con temas como “Amamos al Partido”, “Nada que envidiar al mundo” o “Nuestro querido líder”. Mientras tanto, una gigantesca pantalla a sus espaldas proyecta imágenes con los principales logros del régimen: misiles, tanques, desfiles de masas y campesinos y obreros librando épicas batallas estajanovistas contra los elementos para incrementar la producción agrícola e industrial. Paradójicamente, las escenas de cosechas abundantes contrastan con las precariedades de la dura realidad en este país, que a mediados de los 90 sufrió una “Gran Hambruna” que diezmó a su población.
Más allá de la propaganda, lo que sí es cierto es que todo supone una batalla en Corea del Norte, donde sus habitantes llevan ya siete décadas repitiendo los mismos gestos de alabanza al líder. A pesar de los gritos desgarrados y llantos que se profieren en cada marcha popular, la audiencia permanece por lo general impasible y sin levantarse de sus asientos durante los conciertos. Sin mover ni un músculo del rostro, ni la cabeza ni el pie para seguir el ritmo, el público solo reacciona con sonoros aplausos cuando aparecen en pantalla los cohetes del régimen y los retratos de la dinastía Kim, que va ya por su tercera generación. En Corea del Norte, todo el mundo baila al son que marca Kim Jong-un. De momento, a través de las Moranbong.
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