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Blogs Tras un biombo chino por Pablo M. Díez

La balada de Fukushima

Pablo M. Díez el

Cubrir el tsunami de Japón y el desastre nuclear de Fukushima ha sido mi experiencia profesional más intensa. Y también de las más duras. Caminar entre las montañas de escombros que dejaron las olas gigantes, o adentrarse en los pueblos fantasma de la “zona muerta” de 20 kilómetros evacuada en torno a la siniestrada central, es como colarse en una apocalíptica película de catástrofes. Pero sabiendo que, por desgracia, todo es real: la destrucción, la desolación y la muerte.

Mar de escombros arrastrados por el tsunami en Onagawa (Miyagi).

Uno se siente diminuto en medio de una triple catástrofe de tales dimensiones: primero un terremoto de magnitud 9, luego un tsunami con olas de hasta 20 metros que arrasa 600 kilómetros de la costa oriental de Japón y se cobra casi 19.000 vidas y, para terminar, el peor desastre nuclear desde Chérnobil en la siniestrada central de Fukushima 1, que obliga a evacuar a 160.000 personas por el peligro de las fugas radiactivas. De ellas, la mitad vivía en lo que hoy es una “zona muerta” de 20 kilómetros alrededor de la planta, un tétrico escenario de pueblos fantasma abandonados a la carrera.

Protegiéndose de la radiación con un traje especial, un hombre recoge sus pertenencias entre las ruinas de su casa en Futaba, a siete kilómetros de la central de Fukushima.

Pero la vida sigue, para bien o para mal, y ya han pasado dos años desde entonces. Decenas de miles de personas siguen alojadas en refugios temporales mientras duran los trabajos de reconstrucción del litoral, que avanzan muy lentamente y tardarán aún varios años en devolverles sus hogares, tragados por el mar. Peor lo tienen los evacuados nucleares que vivían cerca de la central de Fukushima, que no saben cuándo podrán regresar a sus casas porque la radiactividad durará décadas o, quizás, siglos. La radiación ni se ve ni se siente, pero está ahí y, tarde o temprano, pasará factura en forma de enfermedades, malformaciones genéticas y tumores.

Control en un centro de evacuados de Fukushima por el miedo a la radiación en un osito de peluche.

Mientras aparecen dichas consecuencias, el Gobierno nipón se plantea reconectar de nuevo el casi medio centenar de reactores nucleares repartidos por todo el país. En un archipiélago sin recursos naturales y muy industrializado, de ellos depende el nivel de vida de la hipertecnológica y consumista sociedad japonesa. El mundo debería tomar nota de lo que ellos hagan. Aunque se trate de un país oriental, Japón se ha erigido en la avanzadilla de las desarrolladas sociedades occidentales, que todas las naciones en vías de desarrollo intentan copiar. Tras Hiroshima, Nagasaki y Chernóbil, Fukushima estará siempre unida al recuerdo de las devastadoras consecuencias de la energía nuclear.

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