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Blogs Tras un biombo chino por Pablo M. Díez

El museo de las Barbies de ojos rasgados

Pablo M. Díez el

Alrededor sólo hay grasientos talleres y destartaladas naves industriales, algunas cerradas, que delatan el más reciente pasado de Taiwán, uno de los tigres asiáticos. Desde los años 60 hasta los 80, esta isla del Mar de China Oriental se convirtió en uno de los principales centros manufactureros del mundo gracias a su barata mano de obra, pero la producción se desplazó luego al continente debido a la apertura económica emprendida a finales de los 70 por Deng Xiaoping tras la muerte de Mao Zedong.

Mientras en China sufrían la hambruna del Gran Salto Adelante (1958-61) y las purgas de la Revolución Cultural (1966-76), en Taiwán, que permanece separada del régimen comunista desde el final de la Guerra Civil (1945-49) y cuya soberanía es reclamada por Pekín, fabricaban desde transistores hasta televisores pasando también por las famosas muñecas Barbies de Mattel, un auténtico icono de la cultura occidental.
Estos legendarios juguetes para niñas y no tan niñas procedían, en su mayoría, de la factoría que la marca estadounidense abrió en 1967 junto a la firma local Mei-Ning en Taishan, un suburbio a las afueras de Taipei, la capital de la isla. En su momento de máxima actividad, a principios de los 80, la fábrica llegó a contar con 8.000 operarios (un tercio de la población de esta urbe periférica) que producían la mitad de las Barbies que se vendían por todo el planeta.

Pero toda esa pujanza industrial desapareció a medida que aumentaron tanto el nivel de vida como los sueldos en Taiwán, que dejó de ser competitivo frente a la ascensión de China como la fábrica global. Por ese motivo, la planta de Mattel se fue desmantelando gradualmente y, cuando tenía sólo 300 empleados, cerró sus puertas en junio de 1987 para trasladarse a Guangzhou, en la provincia china de Guangdong (Cantón).
Taishan perdió entonces su empresa más emblemática y buena parte de su memoria colectiva, pues la mayoría de sus habitantes había trabajado para Mattel.

Con el fin de recuperar ese trozo de su pasado, el anterior alcalde de la ciudad, Lee Kuo-shu, abrió en 2004 un centro cultural que se ha convertido en el Museo de las Barbies de ojos rasgados. No en vano, en este recinto se exponen 800 muñecas, entre las que destacan algunos modelos salidos de la fábrica de Mei-Ning, como la primera Barbie producida en Taiwán (que iba vestida de novia), y otros diseñados exclusivamente por los vecinos de Taishan.
Para la inauguración, el anterior director general de Mattel en la fábrica, Bill Aver, volvió a Taiwán y entregó nueve muñecas de su colección personal. En este sentido, el museo se enorgullece en mostrar algunas colecciones limitadas de Mattel, como Venus Barbie Doll, Evening Splendor o Birthday wishes, así como piezas de coleccionista valoradas en más de 10.000 dólares de Taiwán (223 euros). Y es que aquí se pueden apreciar varias rarezas como una Barbie china que fue diseñada en Taishan o una edición especial con traje de noche.
Especialmente caras son una Barbie esquimal, otra ataviada como una geisha japonesa e incluso dos figuras de Ken, una de boda y otra con traje de baile.

También se exhiben en sus estanterías las primeras muñecas que empezaron a venderse en Taiwán a partir de 1982, denominadas Pink y Pretty, puesto que hasta entonces pocos habitantes de la isla podían permitirse el lujo de regalar dicho juguete a sus hijas. Para hacerse una idea de cuál era la situación por aquel entonces, la guía del museo recuerda que una muñeca Barbie costaba unos 1.200 dólares de Taiwán en los años 70, mientras que los salarios de los trabajadores eran de sólo 1.358 dólares al mes.
Como las coquetas muñequitas eran un lujo por el que suspiraban todas las niñas, a las puertas de la fábrica había unos guardias que registraban a los trabajadores cuando volvían a sus casas, explica a ABC la guía del museo, quien sin embargo aclara que las condiciones laborales eran muy buenas y todo el mundo prefería trabajar aquí antes que en una empresa taiwanesa.
Así lo atestiguan las fotos de la época que forman parte de la muestra, y que retratan a los operarios con sus uniformes provistos de chapas identificativas y sus tazas de té con el logo de Mattel, algo impensable en otras fábricas de la zona.

Al principio, toda la producción en la planta de Mei-Ning era prácticamente manual, pues sólo se usaban alicates, tijeras y limas para ensamblar las muñecas y hasta palillos para rizar los cabellos. Como consecuencia, la fabricación era muy artesanal y compleja, por lo que los trabajadores debían tener gran destreza a la hora de pintar las cejas y ojos de los juguetes.
Tal y como recuerda en un folleto explicativo el jefe del departamento de modelado, Huang Cheh-miao, cinco empleados manejaban una máquina de la que salían 180 pares de piernas en ocho horas, pero en los 80 dichos artilugios sólo precisaban dos operarios y podían producir 2.000 pares en el mismo tiempo.
La factoría se fue tecnificando con el tiempo y contando con hornos de 300 grados donde se solidificaba el plástico líquido en los moldes de las cabezas, así como con secciones especialmente dedicadas a los cabellos de las muñecas y a la confección de sus vestidos.

Hoy en día, son muchos los vecinos de Taishan, antiguos trabajadores de Mattel, que saben coser los trajes en miniatura de las muñecas. Así queda demostrado en las Barbies que lucen originales diseños como el creado por Chen Yu-sheng, un estudiante que ganó un concurso de trajes militares vistiendo a la muñequita con unos ropajes post-apocalípticos hechos jirones y unas trenzas a lo rasta sin perder su habitual aspecto tan sexy.
Por su parte, el jubilado Chang Yin-lin ideó para Ken un atuendo de diario y bastante informal basado en vaqueros, mientras que otras estudiantes de diseño e incluso grandes modistos taiwaneses, como Tsai Mong-hsia, han confeccionado sus trajes para Barbie con servilletas y hasta con materiales reciclables.
Pero no sólo de este personaje vive el museo, donde también se muestran muñecas como Jenny, una especie de Barbie nipona de la compañía Takara, y Kewpie, otro juguete japonés.
Cada mes, unas 3.000 personas se acercan hasta Taishan con el fin de recordar una juventud que, para muchos taiwaneses, sólo tuvieron mientras ensamblaban de sol a sol muñecas Barbies por un sueldo de miseria.

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