Cerca de la estación de metro de Rossly y en las inmediaciones del cementerio de Arlington, ya en Virginia pero con Washington siempre presente, se encuentra el memorial que rinde homenaje a los Marines de EE.UU., lugar «sacrosanto» para este cuerpo del ejército estadounidense que ha combatido desde 1775 (comienzo de la Revolución) hasta nuestros días.
La escena es de sobra conocida. La toma del monte Suribachi y el alzamiento de una bandera de EE.UU. como gesta que aúna los principios de esta fuerza de asalto anfibia. Iwo Jima, 23 de febrero de 1945, Japón aún libra feroz batalla en la Segunda Guerra Mundial.
Junto a los veteranos marines que se acercan a este lugar de peregrinación destaca un grupo de turistas chinos a los que preguntamos el porqué de su visita: «Un lugar muy bonito, con mucha historia y también que sale en muchas películas», nos responde una joven tras tomarse una fotografía.
Lugares como esta «bandera de Iwo Jima» hecha en estatua de bronce, el cercano cementerio militar de Arlington (aquí el respeto y el silencio impera), el mismo Capitolio y, claro está, la Casa Blanca son una suerte de centros turístico de una ciudad, Washington, que tiene en el interior del Pentágono su mejor y desconocido museo de historia (y presente) militar.
El memorial de los Marines fue inaugurado por el presidente Eisenhower en 1954 partiendo de la famosa fotografía de Joe Rosenthal (Associated Press) que inmortalizó el izado de la bandera en Iwo Jima, una isla japonesa clave para la guerra en el Pacífico. El izado de la bandera, como bien nos relató Clint Eastwood en «Banderas de nuestros padres», tuvo su intrahistoria ya que correspondía al segundo izado, y no al primero:
Realizada en bronce y sobre un pedestal de granito sueco, las estatuas miden 9,75 metros mientras que el mástil que sujeta la bandera suma otros 18 metros más. Es obra del escultor Felix de Weldom. El monumento tuvo un coste de 850.000 dólares de la época, cantidad recaudada por los propios marines, la US Navy y amigos, según se nos explica.
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