Maria C. Orellana el 29 jul, 2015 Leo esta semana en Linkedin un artículo de Liz Ryan, una profesional de RRHH, en defensa de que los empleados puedan mantener relaciones sexuales en su lugar de trabajo, sin que ser sorprendidos suponga despido inmediato por contravenir las normas. Según la autora, hoy en día se busca hacer de la empresa un lugar estupendo para trabajar, un sitio más humano. Y al fin y al cabo, el sexo es un hecho más de las interacciones normales entre personas que suceden cada día, que demuestra vitalidad. Al parecer, en un bufete neoyorkino repleto de jóvenes abogados tuvieron que retirar las cámaras de seguridad de ciertos lugares porque las grabaciones de encuentros sexuales eran tan frecuentes que impedían a los responsables de seguridad realizar su trabajo con normalidad y en manos de desaprensivos podían constituir pruebas peligrosas. Puedo admitir que pasamos muchas horas en la oficina y que un episodio sexual consentido entre adultos en una escalera de incendios no hace mal a nadie. Pero no acabo de estar de acuerdo con la tendencia en muchas compañías americanas a hacer de la oficina una extensión de los hogares de sus empleados, facilitando salas de siesta, de juegos, fruta fresca o pizzas para comer en cualquier momento, permitiendo que los trabajadores vistan como les venga en gana, o tengan sexo en los lugares más recónditos. Una especie de Disneyland donde los empleados entreguen todo su tiempo y energía en pos de la productividad, para el máximo beneficio de la empresa. Pues no. La oficina es el lugar donde ejercemos nuestro trabajo con profesionalidad, compromiso hacia la compañía que nos remunera y respeto al resto de compañeros durante un número de horas diarias que debería de ser razonable. Y también, por supuesto, hacer amigos con los que compartimos momentos agradables en un entorno cómodo. Pero no la confundamos con nuestro hogar. Eso es lo que buscan. mundo laboral Comentarios Maria C. Orellana el 29 jul, 2015