Ayer fue domingo. Vía crucis y jornada de reflexión. Me desperté una hora antes de levantarme de la cama, entretenido como estaba con el desfile de cuchillos. Un calabobos tontorrón hacía puntillismo en la ventana. El pantalón y la camisa componían un gato negro de proporciones inquietantes. La habitación estaba densa.
¿Por qué la diversión se vuelve un espejismo programado? Todo se concentra en un instante breve, que no deja ni mojar los labios. La división de la semana en días nos predispone a una cierta excitación mecánica, como el espolón que apunta hacia la nada cuando amanezco perezoso. Con ademán de petite mort, de la explosión del sexto día se pasa al vacío del séptimo, y otra vez a masajear el tiempo hasta que llegue el weekend.
En la noche del sábado uno espera redimirse del tedio semanal que la precede. Ahora en vacaciones es todo mucho peor: cada vez que se sale toca redimirse de un año entero de sinsabores. Esta presión hace que muchos nos vengamos abajo en las grandes citas, como le pasaba a Guti. Toca acodarse en la barra y calentar lo suficiente para que, cuando estemos listos para saltar al campo, el árbitro ya haya pitado el final.
Por supuesto sería estúpido pensar que lo que sucede de lunes a viernes es irrelevante o simplemente un trámite. La vida pasa y va dejando cosas. También sería estúpido negar que desemboca en el ombligo. Uno tiene el pelo revuelto pero las ideas claras –el malditismo, si es de universidad privada, nace con un tono entrañable e inofensivo–, y sabe a ciencia cierta que la juventud, por mucho que se estire, se alimenta solamente de presente.
¿Qué hice aquel día? Nada especial. El capullo, como siempre. Beber, darme una vuelta, mirar, ser mirado, gestionar mis piernas con torpeza, interesarme por cosas absurdas que no valen de nada; en fin, vagar un poco excitado sobre los deseos de otros. Todo para llegar al domingo, y despertar. Con mis deseos intactos, y por tanto insatisfechos. Con un arrepentimiento injusto que brota a partes iguales de la pereza y la conciencia. Y oyendo llover. Hasta el finde que viene.
Vida