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En la cola del cielo

En la cola del cielo
Santiago Isla el

 

Este viernes, después de varios meses de feliz borrachera de bar, volví a una discoteca. Como pasa siempre en el recuerdo, había olvidado los detalles más oscuros para centrarme en lo feliz: creo que lo más correcto sería decir que este viernes estuve en la cola de un par de discotecas. Y eso que en la primera entré. Acostumbrado al agradable tránsito de Malasaña, papar media hora de frío bajo el puente de Juan Bravo me pareció un atentado contra mi dignidad gentrificada. Yo, Claudio, pijo mártir e insumiso.

 

Mientras esperábamos, entraron varios grupos. Palmada en el hombro, qué pasa fenómeno, aquí están mis niñas, todos pa dentro. Agobiante el peso de mi comunismo de salón ante tanto privilegio. La gente dice que el poder corrompe, pero yo creo que el poder ocupa: nunca vi nadie tan ocupado como los relaciones de una discoteca. Y nosotros, pobres nosotros, con las manos en los bolsillos y el DNI ya preparado. Son tan difíciles de entender los mecanismos de la exclusividad. Supongo que, como el materialismo en general, funcionan porque siempre hay alguien más exclusivo que tú.

 

Dentro tengo que decir que todo fue bien. Es increíble la relación entre dinero y belleza: ni un piño mal puesto. La gente era fantástica porque todos estábamos felices. Me lo pasé genial y me sentí tan calentito como en el útero materno. Eso sí, mucho viejoven a pesar de que, como nos recuerda el Hola, somos unos cachorros.

 

Luego cambiamos de local. Nos presentamos a las puertas de una cola insuperable. El pesimismo se apoderó de mí, y de los demás, y hasta de Julia, con lo guapa que estaba. Presenciamos de cerca una avalancha de posibles, bling bling, la gente como loca intentando colarse en la tierra prometida. Los gorilas enormes y sudando en arameo. Poco quedaba que rascar.

 

Viendo el panorama, me fui. El profesor de religión de mi colegio nos había explicado que la luz verde y parpadeante de una de las cuatro torres era una capilla. Para apuntar a Dios cuando rezabas. A mis amigos les pidieron veintiséis. ¿Dónde estaba Dios ahora? Nos moriremos y seguirán pidiendo más. Y yo tan lejos. La cola se mantuvo estable. Y Julia guapísima. Mi taxi subió Colón dejando una estela roja.

 

Vida
Santiago Isla el

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