No es fácil contactar estos días con Pablo García (Gijón, 1984). El músico asturiano que se oculta detrás de Pablo Und Destruktion se encuentra «perdido en un pueblo en la comarca de la sidra». Prefiere que no diga el nombre. «Así mantenemos un halo de misterio, porque todavía es extraoficial», subraya. Se ha mudado con unos «colegas» a una casa grande y muy vieja de piedra que, antaño, era el bar de ese municipio asturiano de 135 habitantes en el que se encuentra durante esta llamada. Uno de sus compañeros es pintor y el otro, Pibli (Pablo González), el batería de Doctor Explosion y de su propia banda. «Estamos haciendo obras para habilitar un sitio donde poder ensayar y grabar. También vamos a empezar a vivir aquí ya y a poner una huerta en funcionamiento para ser lo más autosuficientes que podamos. Nos vamos a hacer un poco hippies, que no está mal, pero sin volvernos talibanes», explica.
Mucho se ha hablado ya de este «rara avis» de la escena musical española, protegido de Nacho Vegas, desde que publicara su debut en 2012: «Animal con parachoques» (Pauken). Páginas y páginas en todos los medios de comunicación españoles en las que tan pronto se le ha comparado con Nick Cave, Serge Gainsbourg, Daniel Higgs, Lee Hazlewood o Nick Drake, como con Víctor Manuel y Paco Ibáñez, sin que él rechace a ninguno. Y por el camino, una demanda contra Atresmedia y la SGAE por utilizar sin su permiso uno de sus temas para un anuncio, decenas de entrevistas tan musicales como políticas y unas cuantas polémicas: «No sé si es por culpa de que me expreso mal, del receptor o de la divina providencia, pero las últimas que he hecho han sido controvertidas sin yo buscarlo. Supongo que, a veces, tengo la boca muy grande y los periodistas están encantados, claro, pero muchas de mis declaraciones hay que pillarlas con humor, aunque hable muy claro», advierte.
Son ya cinco años de carrera con una actividad desbordante en los que ha publicado cuatro discos, un epe y dos sencillos, dando también más de 400 conciertos por España, Gran Bretaña, Alemania o Austria. «En directo es mucho mejor», promete. Y antes de demostrarlo este sábado 6 de mayo en la sala Joy Eslava de Madrid, donde presenta «Predación», los responsables de Sonido Muchacho que se pusieron en contacto conmigo para ofrecerme esta entrevista, me lo venden con estas las palabras: «Tengo la sensación de que este es uno de los discos que pueden marcar la diferencia del sello y un salto muy grande en su carrera».
—¿Qué sientes cuando escuchas estas cosas?
Prácticamente nada, la verdad. Tengo la sensación de que me voy a retirar siendo la eterna promesa. El tipo de música que hago es prometedora, pero no creo que vaya a ser un pelotazo jamás, sencillamente porque no pertenezco a ninguna escena. Y reconozco que el grupo ha ido creciendo y que aún no ha tocado techo, pero yo siempre digo que soy como un pato: sé nadar, correr y volar, pero todo lo hago a medias.
—¿No pensabas en la repercusión del disco mientras lo hacías?
Cuando lo envié a fábrica puede que sí, con el objetivo de dar el mayor número de conciertos posibles con banda y salir a tocar fuera, pero mientras lo hago estoy en un estado de delirio muy grande. Al no tener conocimientos teóricos de música, es de ahí de donde saco las melodías y las letras. Y en ese momento tengo demasiadas majaradas y revelaciones en la cabeza como para ponerme a pensar en si lo voy a petar o no.
—¿Entonces el éxito de tu música no es algo que te preocupe?
Si llega, bienvenido sea, pero llevo tomándome esto como un curro desde que, hace cinco años, saqué mi primer disco como Pablo Und Destruktion. Es mucho tiempo como un vagabundo a un ritmo muy alto de conciertos, así que este último subidón de reconocimiento ya me lo tomo simplemente como una vía para poder tener una buena banda, grabar con Paco Loco, hacer una edición de vinilo mejor y poco más.
—¿Aún no vives de la música?
Ahora sí. Los tres primeros años de Pablo Und Destruktion los pasé con 300 euros al mes, pero vivir, vivía. Y los dos últimos he estado ya como una personica normal. En el penúltimo, porque también he hecho teatro, he dado alguna clase en la Carlos III sobre autogestión musical y he currado de técnico en el festival de Cine de Gijón, mientras que el último ya puedo decir que he llegado a mileurista con, principalmente, la música.
—Siempre a un paso de que Pablo Und Destruktion sea tu única profesión…
Eso ya no me preocupa excesivamente. Fueron muchos años de lucha concentrado en una cosa y ahora me apetece diversificar: producir a otros grupos, hacer música para teatro, montar nuevas bandas… Con este disco se acaba una etapa para mí. Es el punto y final a todos los planteamientos estéticos, éticos y poéticos que he tenido hasta ahora.
—¿Quieres decir que es tu último disco como Pablo Und Destruktion?
No lo sé, la verdad… puede. Cuando acabé de grabar «Predición» algo se rompió dentro de mí. Y voy a seguir haciendo música, seguro, pero por mi bien que sea muy diferente a lo que he hecho hasta ahora.
—Y en lo que respecta a esta profesionalización, ¿estás metido en el nuevo Sindicato de Músicos que se ha creado?
Un poco sí. Se puso en contacto conmigo David G. Aristegui a raíz de la demanda que tuve con la SGAE y Atresmedia, que yo la llevé por vía sindical con la CNT. Estuve muy presente al principio, pero, conforme se iba formando, me fui alejando un poco. Ahora soy simpatizante, pero no militante. La razón es que a mí me interesan más los sindicatos de clase que de gremio, sin más. A mí me parece mejor el sindicalismo de militancia, para no delegar ni tener liberados. Para ser consciente de lo que cuestan los procesos de las asambleas y llegar a acuerdos. Por eso sigo colaborando más con la CNT, donde ya está creado el sindicado de Gráficas, Comunicación y Espectáculos, dentro del cual está la música.
—El otro día leí a J. decir en una entrevista a «Mondosonoro» que «el capitalismo lo han hundido Los Planetas con sus ocho discos», pero luego ponía las entradas de su último concierto a 37 euros. ¿Alguna vez te has sentido incoherente con respecto a lo que cantabas o expresabas?
Con los discos anteriores estoy a gusto, aunque con este último sí que me ha pasado, hasta el punto de que he vuelto a grabar cuatro temas porque creía que había pecado de soberbio. Ahora tengo que pagar las copias de nuevo, porque ya estaban fabricadas. Es decir, que tengo mucho cuidado con lo que digo, sabiendo que las canciones tienen su vida. Algunas, de hecho, ya no las toco, y llegará un momento en el que no toque ninguna de esta etapa, pero no pasa nada.
—¿Cuántos vinilos has tenido que tirar a la basura de los que habías fabricado?
Mil y pico. Y luego fabricar otros 1.500 con las cuatro canciones ya cambiadas. Todo eso me va salir por 2.500 euros, que no los tengo ahora mismo. Me los han tenido que adelantar y lo que saque ahora de los conciertos de Murcia y Madrid irá destinado a pagar eso.
—¿Cuál es tu caché?
En el WAM Festival de Murcia me pagarán 2.000 euros para toda la banda, donde luego hay que descontar los desplazamientos, lo que cobran los músicos, etc. Y en el concierto de Joy Eslava cobraremos en función de la gente que vaya. Nosotros calculamos que será algo más de 2.000 euros y con lo que a mí me toque pagaré mi penitencia. Todo el mundo me insistió en que no lo hiciera, pero a mí me picaba y lo quería cambiar, porque eso va a quedar para toda la vida y tiene más importancia que otras historias. A la banda evidentemente les pagaré, pero dormiremos en casas de colegas y nos apañaremos para ahorrar un pelín más. Pero yo normalmente cobro muchísimo menos, ¿eh? Cuando hago una gira de 30 conciertos yo solo, voy a lo que salga de las entradas. Y, claro, si toco en Madrid me va guay, pero si actúo en Albacete, pues no.
—¿El anarquismo lo mamaste en casa?
Lo mamé por ciencia infusa. Mi abuelo era anarquista, pero yo me enteré cuando fui por mi propia cuenta a la CNT de Gijón y él ya había muerto. Me dijeron allí: «Tu abuelo estuvo afiliado y aquí aprendió a leer, escribir y estar con chicas» [risas]. Este amor irracional de vincularme con una ideología pudo venir de ahí. Y ojalá me vinculara más, porque, desde luego, disto mucho de ser un ejemplo. Al final la vida es muy complicada.
—¿Qué música escuchaba tu abuelo?
Mucha tonada asturiana, que es lo que se me quedó. Tenía unos cuantos vinilos por ahí de Juanín de Mieres o José González Cristóbal «El Presi». También habaneras, rancheras y boleros.
—¿Y tú cuando eras más joven?
En mi infancia quemé dos cintas: una de grandes éxitos del Dúo Dinámico y otra de AC/DC. A los 11 años me metí en el punk, el grindcore y el hardcore, que fue la etapa de rechazo de todo lo anterior. A los 17 o 18 años fue mi época «asturleonesa», como la llama el guitarrista de Schwarz, Alfonso Alfonso, que ahora toca conmigo, en referencia al revival que vivimos aquí de música mod y sixties. Y con 20 años me pegó el último ramalazo del Xixón Sound, con Nacho Vegas, AA Tigre o Eliminator Jr. Ahora me estoy metiendo en cosas de electrónica y hip hop, pero con más distancia.
—Teniendo en cuenta todos esos estilos diferentes, ¿crees que se pueden controlar los factores para que un disco tenga éxito?
No lo sé… hay una parte de suerte y otra de saber ver las modas, pero yo siempre he tratado de ir en contra de ellas. Creo que el rock and roll como camino espiritual, no comercial, siempre fue un salto mortal en contra de los discursos hegemónicos de cada momento. En los 50 y hasta principios de los 80 tenía sentido porque estaba en contra de la rigidez moral y los discursos totalitarios. Ahora tendría que ir contra el relativismo moral y el individualismo, que actualmente es una idea represora, en vez de liberadora como lo fue en los 70. Por eso traté de hacer este giro de cadera para poder hacer mi último disco de rock.
—¿Tienes líneas rojas en tu carrera como músico?
Tengo muchas. Imagínate, si hasta le puse una demanda a la SGAE y Atresmedia por usar una canción mía para un anuncio sin mi permiso. Estoy petado de líneas rojas. Sin querer caer en la grandilocuencia, para mí la música, antes que para ganar dinero, servía para otras muchas cosas hace 70 años. Yo intento respetarlas. Hay muchas cosas que no estoy dispuesto a hacer por fama, como usar mi música para uno de esos anuncios. Cuando uno se da cuenta de que la música tiene un componente sagrado, se hace más presente el sacrilegio. Y eso es lo que más me preocupa ahora en mi vida, no ser un sacrílego.
—¿No fue un sacrilegio para ti tocar para una marca de cerveza?
Sí, bueno, toqué para Estrella Galicia. Tampoco he hecho mucho más. No tengo problema cuando me ofrecen esas cosas. Una marca de cerveza patrocinando un concierto me parece bastante normal, pero antes miro si hay grandes conflictos laborales abiertos en la empresa que me contrata o patrocina un concierto mío. Y si no los hay, pues claro que lo hago. Para mí la música tiene tres dimensiones: la sagrada, la social y la laboral. Se trata de buscar un equilibrio entre las tres. Si solamente hiciera música de los Hare Krishna sería un problema, y si solo la hiciera para hacerme famoso y ganar dinero, también. Intento mantener un equilibrio sensato.
—¿De verdad compruebas si las empresas que patrocinan tus conciertos tiene conflictos laborales?
Exacto, pregunto directamente en el sindicato de la CNT. Si no los tiene, mi intención no es abolir toda la actividad económica de España. Y aunque lo quisiera, en fin, soy realista con respecto al mundo en el que vivo.
—Nunca había visto esa forma de proceder en un músico…
Pues he dicho que no a muchas de las cosas que me han ofrecido por las marcas que estaban detrás. Pero Estrella Galicia, sin hacerle la gran campaña, me ha parecido sensato. Es una empresa que busca su lucro, pero que opera con una mínima coherencia y a mí me sirve para decir que sí. Hombre, hubiera preferido que no hiciera falta, sinceramente.
—¿Y tocar para ayuntamientos o instituciones públicas, sean del partido que sean?
Depende. Yo no tengo muchísima más afinidad con un partido que con otro. Sí que me niego, por ejemplo, a conciertos patrocinados por bancos. Hace poco surgió la posibilidad de hacer alguno con BBK detrás y no quiero. Pero si me llaman del ayuntamiento del pueblo en el que vivo para tocar, depende de muchas cosas. Tengo muchos compañeros de la CNT que trabajan en otras cosas, como en un banco o en una fábrica de armas, pero nadie los cuestiona. La música tiene esa dimensión sagrada de la que hablábamos, pero la gente tiene que trabajar y sobrevivir en el mundo que tenemos ahora. Cuando te posicionas dentro del anarquismo tienes el deber de colaborar en la transformación social, pero no vivir en la pobreza extrema.
—¿Te cansa que te pregunten de política?
Sí, porque no se me pregunta sobre política, sino sobre las decisiones parlamentarias o sobre cómo gestionar un ayuntamiento. Yo, como músico, puedo hablar de emociones, de lo irracional, que es la materia prima con la que trabajo. Hay gente muchísimo más preparada que yo para hablar de política… yo no hago ordenanzas municipales. A mí no me interesa hablar sobre quién gobierna, sino sobre los planteamientos éticos que nos trazamos como sociedad, porque esos parámetros crean el tablero de ajedrez en el que luego juegan PP, PSOE y las multinacionales. Sin embargo, está tan mal visto hablar de ética que, cuando lo hago, se lo toman como un ataque, como si fuera un discurso moralista que juzga a los demás porque se toman una cerveza. Nada más lejos de mi intención, no quiero que la gente ande por la calle dándose cabezazos de arrepentimiento por lo que hace.
—¿No debemos tomarte en serio cuando en tu último disco dices que España es «un país de puticlubs, farlopa y jubilados»?
Es que es una canción, no un discurso. Y, sobre todo, no es una ley. Existe una comprensión lectora bastante regular y muy literal. Joder, yo estoy diciendo eso dentro de un contexto excesivo, en un tema tratado con ironía. Pero tampoco me gusta hablar de esto, porque si alguien lo quiere entender como algo taxativo, que lo haga. Se trata de que la canción provoque algo en el receptor. Hay muchas formas de hacer canciones y yo he escogido esta para el que las quiera escuchar.
—¿Hay, quizá, demasiada susceptibilidad porque la sociedad te obliga a posicionarte en un bando u otro? O eres de izquierdas o de derechas, o independentista o español, o demócrata o facha…
Totalmente de acuerdo. España siempre ha sido así, pero ahora estamos viviendo en una época de peligrosa polarización. Todo se lleva a un extremo muy peligroso. Y si hay algo que a mí me pueda preocupar en mi entorno más cercano es la polarización, porque mata la ironía, el espíritu crítico y la libertad individual, entre otras cosas. Además, es una polarización completamente estéril, porque realmente no hay detrás un compromiso real, solo sirve para enfadarse en Twitter y condenar o arrodillarte ante cuatro líderes. Yo pienso: ¿esta polarización sirve para hacer una revolución social? No. ¿Sirve para que haya solidaridad? Tampoco. Sirve para que haya conversaciones vacías en las cavernas virtuales, que son las redes sociales? Para eso sí. Así que cuidado con esa polarización.
—Y la política no tiene porqué interesarle a todo el mundo o entenderla lo suficiente como para polarizarse en un bando, ¿no?
Claro. Yo creo que el objetivo de las artes es ampliar esa humanidad y el círculo de consideración moral. Yo soy anarquista, pero trato de ampliarlo a la gente que son de otras ideologías, ya sean de izquierdas o de derechas. Me pasa que, si digo algo malo de la derecha, todo el mundo me va a aplaudir, pero si lo digo de la izquierda, es el acabose. Y yo, sinceramente, no considero que mi vecino del pueblo, que es del PP, sea mi enemigo. Y si trato de crear un discurso de clases más universal, no me queda otra que ampliar mi círculo. Y cuanto más amplíe esa consideración moral, menos certezas voy a tener, porque veo la gran cantidad de factores que intervienen en los grandes problemas del ser humano. La principal característica del fascismo es, precisamente, que los simplifica. Y no olvidemos que el fascismo es una escisión de la izquierda, fundada por el principal activista del partido socialista italiano: Mussolini. Eso también se hace ahora desde los distintos espectros políticos, intentan acotar los problemas a uno o dos aspectos, que luego son el objetivo de todas nuestras iras. Por eso no me gusta hablar de política.
—Pues para terminar con la política, ¿por qué crees que hablamos de los pecados de la derecha, pero los de la izquierda parecen un tabú?
Porque si uno habla de los pecados de la nueva izquierda, desde la izquierda, te apartas no solo de la derecha, sino también de esa izquierda y parece que la única opción que te queda es irte a vivir a un pueblo apartado.
—Como si uno no pudiera tener una opinión personal dentro de las corrientes principales…
Para mí, el eterno problema de la izquierda es que se convierte en un dogma, algo que viene incluso de la Primera Internacional, donde se separaron los anarquistas de los socialistas. Y no he nombrado a ningún partido en concreto y espero que tú tampoco los hagas… estoy hablando de cuestiones más generales.
—Por cierto, ¿por qué no puedo escuchar tus canciones en Bandcamp, pero sí en Spotify?
Entre otras cosas, porque perdí mi contraseña y no puedo acceder al sitio [risas].
—Y yo que pensaba que era un cuestión de posicionamiento ético ante las plataformas digitales…
—Pues no. Lo cierto es que Bandcamp está guay, pero es la única plataforma digital en la que no te dan absolutamente nada. Así que, aunque sea más moderna, parezca más «underground» y más enrollada, lo cierto es que para el músico es peor que Spotify, que tampoco es para tirar cohetes. En YouTube, Deezer o iTunes recibimos algo, aunque no sea ni mucho menos la solución. Entonces, a mí que más me da que estéticamente Bandcamp parezca más guay. En un plano práctico, no me vale para nada. El todo gratis y las creative common, tampoco son la solución. Quizá habría que hacer otro tipo de plataformas streaming desde las autoridades competentes o desde la economía colaborativa. Una plataforma creada por el Ministerio de Cultura o desde la Unión Europea, con un reparto justo y en la que, simplemente, se paguen los gastos de soporte de ese espacio. Y no lo que tenemos ahora. Cuando eso se pone en un régimen de libre competencia como el que tenemos, es imposible desde la iniciativa individual crear una plataforma que plante cara a estas grandes plataformas.
_______________________________________________________
Otras entrevistas:
– Matt Elliott: «En las giras vivo altibajos emocionales».
– Refree: «¿Miedo al flamenco? Los guitarristas de Pepe Marchena eran unos punkis».
– Forastero: «Es triste que Spotify te dé toda la música del mundo por el precio de una copa».
– Isasa: «A Room With A View fue un grupo muy intenso para mí».
– Santi García: «La primera vez que escuché a Fugazi, pense: ¿pero qué mierda es esto?».
– Steve Gunn: «Hasta el año pasado no me consideré músico profesional».
– Geoff Farina: la delgada línea entre Minutemen y «Mississipi» John Hurt.
– Rick Froberg (Drive Like Jehu): «Vendí mis vinilos para comer».
– Ian Williams (Battles): «Vivir en Malawi coloreó mi visión de la música».
– Alan Sparhawk: «Todos los ingresos de Low son de tocar en directo».
– Nueva Vulcano: las estrellas de rock no brillan por aquí.
ArtistasEstilos MusicalesOtros temas