No hubiera apostado ni un euro por ello, pero cuando hace unos meses me llevé el disgusto de que la separación sentimental de Thurston Moore y Kim Gordon traía consigo el paréntesis indefinido (o definitivo) de Sonic Youth, no me imaginaba ni por asomo que el bueno de Lee Ranaldo sería capaz de llenar en solitario gran parte de ese hueco.
No, no soy bobo. Soy consciente (y como tal lo llevo disfrutando desde hace años) de que el ahora guitarrista de pelo cano y energía «teenager» es uno de los artistas más importantes que ha dado la música contemporánea en las últimas tres décadas. Y no lo digo con la boca pequeña. Uno de los pocos a los que la etiqueta de «revolucionario» no se le queda corta, capaz de hacer vibrar a los presentes con tres acordes punk y, medio minuto después, lanzarse a la improvisación y la experimentación más absoluta de una manera totalmente natural.
Pero acostumbrado como estoy a que los grandes músicos aprovechen sus desbandadas musicales para explorar su faceta más acústica y tranquila –que en el caso de Ranaldo bien podría haberse traducido en un viaje solitario de ruido y caos–, pensé que aquello iba a ser todo menos un «concierto». Pero me equivoqué. «¿Esperabais un show acústico?», preguntó después del primer manojo de canciones, tras joyas como «Angles», «Tomorrow Never Comes» o «Shouts», con el Teatro Lara ya en el bolsillo.
Ranaldo es un musicazo, en el sentido más amplio de la palabra. Así de sencillo. Y ayer me demostró que, además, es mejor cantante de lo que yo intuía cuando escuchaba temas de Sonic Youth como «Mote», «Eric´s Trip» o «Hey Joni». Capaz de construir las melodías más delicadas, por encima de estribillos y obviedades, dejarlas escapar en abrumadoras tormentas eléctricas, volverlas a recoger para exprimirlas de nuevo… y así cuantas veces quiera, sin que parezca una actitud forzada.
Ya nos había dado una pista cuando hace un año publicó «Between The Times And The Tides» («Entre los tiempos y las mareas»). Un álbum redondo, personal y brillante, lejos de todo aquello que huela a un mero entretenimiento y lejos también de sus otros ocho trabajos en solitario, infinitamente más experimentales. Rindiendo homenaje a sus primeros ídolos de juventud, desde Leonard Cohen a Bob Dylan, pasando por Joni Mitchell, The Byrds o el mismísimo Neil Young, con cuyo «Revolution Blues» cerró ayer un concierto perfecto con el que sacudirnos la morriña de verle junto a los que han sido sus compañeros de viaje desde 1981: Kim y Thurston.
Y así fueron sonando «Off The Wall», «Xtina As I Knew Her», «Hammer Blows», «Lost» o «Fire Island (phases)», con un Lee Ranaldo incombustible, elegante y contundente a la vez, parlanchín y cercano, recordando batallitas de su pasado sónico y de sus novias de adolescencia. Y, más importante aún, rodeado de una banda de lujo formada por su compañero de Sonic Youth, Steve Shelley, a la batería; el guitarrista Alan Licht, uno de los músicos más destacados de la vanguardia estadounidense, y el bajista Tim Luntzel, que ha tocado con artistas tan dispares como Norah Jones, Natalie Cole, Emmylou Harris o Kris Kristofferson, pero también con músicos de jazz de la talla de Bill Frisell, Jenny Scheinman, Wayne Horvitz o Anton Fier.
Tras dejarnos saciados, y cómo si no tuviera 57 años, llevara más de 30 girando y no se hubiera convertido en uno de los músicos más respetados del mundo, al acabar el bolo sacó sus vinilos, preparó el cambio y se puso a venderlos mientras charlaba con todo aquel que se le acercaba. Así da gusto.
Algo me decía a mí que ir a ver a Lee Ranaldo me iba a traer muchas más satisfacciones que quedarme en casa viendo la semifinal de la Champions del Barça contra el Bayer. Y no me equivoqué… ¡uf!
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