Cada vez se extiende más la convicción de que las parejas, lejos de unirse “para toda la vida”, lo están mientras convenga. Esta idea se ha impuesto claramente entre los jóvenes y comienza a calar entre la gente que ha superado la cincuentena. No me interesan tanto las causas de la ruptura –generalmente porque se evaporó el amor- como el hecho de que se vive en pareja mientras conviene. Y por aquí empiezan los problemas, ¿conviene a quién? ¿A los dos? ¿Solo a uno de los dos?
La realidad demuestra que dos personas viven en pareja hasta que, al menos, uno de los dos decide romperla. Sucede en ocasiones que las cosas empiezan a ir mal porque los implicados, ambos, dejan de hacer los esfuerzos necesarios para mantener una convivencia satisfactoria entre ellos. En estos casos, la justificación de la ruptura suele ser que dejaron de amarse y que se disolvió, hasta desaparecer por completo, el pegamento misterioso que los había unido.
No puede sentarse una regla general, pero cuando dos personas deciden de común acuerdo dar por finalizada la convivencia, la definitiva separación de ambas no es excesivamente traumática. Duele, es verdad, que se acabe algo que fue muy bello mientras duró, pero la paulatina disipación del amor va preparando a los concernidos para continuar el futuro por separado. Habrá soledad en ambas vidas, pero de existir será una consecuencia barajada y aceptada por los dos al dar el paso de poner fin a su vida en común.
Las cosas son diferentes cuando la pareja de cierta edad se rompe por la incursión inesperada de otra persona en la relación. En este supuesto, uno de los dos encuentra un nuevo amor con el que inicia una nueva vida en pareja, en tanto que el otro se queda abruptamente solo sin que le hayan dado tiempo, no ya a rehacer su vida, sino ni siquiera a prepararse para la peligrosa soledad que lo acecha.
Esta situación es especialmente dolorosa cuando, como sucede en no pocas ocasiones, es el varón el que cambia a su compañera de muchos años y con la que ha construido su vida por otra mujer más joven, que busca frecuentemente en el varón mayor más la seguridad económica que un amor apasionado.
No creo equivocarme demasiado si digo que cuando las mujeres relativamente mayores son “abandonadas” por su pareja se siente estafadas. Sobre todo cuando lo único que les queda es bracear con toda su energía en el denso y pegajoso mundo de las soledades peligrosas: las que vienen impuestas y no se sabe cuanto tiempo durarán.
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