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Blogs Puentes de Palabras por José Manuel Otero Lastres

Paredes privilegiadas

José Manuel Otero Lastres el

En el suplemento del ABC Cultural de hoy, se publica un artículo sobre una de las últimas visitas que admitió Gabriel García Márquez en su casa de Cartagena de Indias. Su autor es Emilio Sánchez Alsina y el recuerdo del encuentro que narra es un homenaje del citado periódico al genial escrito colombiano de cuya muerte se cumplirán el próximo 17 de abril dos años.

Desde el pasado domingo hasta ayer, estuve en esa maravillosa ciudad fortificada bañada por el Caribe y, entre otras cosas, tuve tiempo para visitar la librería Ábaco en la que estuvo el premio nobel en alguna ocasión y que frecuentaron sus hermanos, especialmente Jaime.

Y esta mañana con la idea de escribir estas líneas en una especie de personal homenaje a tan gran escritor recordé que guardaba entre mis libros una obra de Humberto Fiorillo, titulada “La Cueva. Crónica del grupo de Barranquilla”, adquirida en un viaje a esta ciudad en junio de 2005, en la que se narraban los años que pasó Gabo en ella. Permítanme que recupere hoy algunos de los pasajes curiosos que leí entonces en dicha obra y que se refieren a episodios poco conocidos de su vida.

El primero es que cuando Gabo vivía con sus padres en Barranquilla en 1937, su padre Eligio Garbriel, que tenía un negocio de botica, estuvo a punto de trepanarle el cráneo para eliminar ciertos dolores de cabeza que se debían, según aquél, a una lesión cerebral. Por fortuna, lo evitó su madre, Luisa Santiaga, amenazándolo con enterar a todo el mundo de “que Eligio García se ha vuelto loco y quiere abrirle la cabeza a su hijo con un cuchillo de zapatería”.

Otro relato interesante es el modo en que lo describe Germán Vargas, quien después de conocer a Gabo una visita inesperada de éste al periódico El Nacional, acabó por integrarlo en los que visitaban la Librería Mundo, que fue el origen del Grupo de Barranquilla. “Gabito –dice Germán- era muy silencioso, discreto, callado, hablaba pasito…, sobre todo al principio. Es lógico, porque a decir verdad él era el más pueblerino del grupo. Usaba… una camiseta a rayas, y la usaba tanto que un día tuvimos que ir a los Almacenes Ley a comprarle otra para que se la cambiara y no seguir viéndolo con la misma”. Y más adelante añade: “Él personalmente estaba convencido de que iba a hacer algo grande y nos lo decía. Y a Álvaro (se refiere al gran amigo de Gabo, Álvaro Cepeda Samudio) le hacían gracia tales afirmaciones”.

Finalmente, –y a esto se refiere brevemente Sánchez Alsina en su artículo del ABC Cultural- el mismo Germán Vargas relata que vino a buscarlo su madre a Barranquilla para que lo acompañara a Aracataca a vender la casa de los abuelos. Llegaron, madre e hijo, a las dos de la tarde de un domingo caluroso a una Aracataca polvorienta y sin un alma en la calle. En silencio, recorrieron el pueblo. “Llegamos –ahora es Gabo el que lo cuenta- a una pequeña botica, una farmacia que había frente a nuestra casa. Entramos y había una mujer detrás del mostrador, cosiendo a máquina. Y cuando entramos mi madre dijo: ¡Comadre! Ella levantó la vista y la vio y se levantaron y se abrazaron, y lloraron, sin decirse una palabra, abrazadas por lo menos cinco minutos”. “Yo empecé a ser escritor en ese momento. Mi vida cambió por completo. En ese momento me surgió la idea de contar por escrito todo el pasado de aquel episodio”.

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