José Manuel Otero Lastres el 04 sep, 2018 El uso del Diccionario de la Lengua Española de nuestra Real Academia es mucho menos frecuente de lo que sería deseable. Tal vez por ello, no caemos en la cuenta de que las palabras tienen varias acepciones y no todas poseen el mismo significado. Esto es lo que sucede, por ejemplo, con la palabra diálogo. En su primera acepción, diálogo significa «plática entre dos o más personas, que alternativamente manifiestan sus ideas o afectos». Según esta significación, hay diálogo en un mero intercambio de ideas entre dos sujetos. Lo determinante en este significado de diálogo es, pues, que cada uno pueda exponer al otro lo que piensa sobre determinado asunto. Sin embargo, esta palabra significa también «discusión o trato en busca de su avenencia». Pues bien, basta la simple lectura de esta acepción para reparar de inmediato que se está ante una significación distinta de la anterior. Aquí no se trata simplemente de que cada uno exponga alternativamente al otro lo que piensa, se exige algo más: hay diálogo si se discute para transigir entre posiciones diferentes. En política pueden darse diálogos con cualquiera de las dos acepciones reseñadas. Hay veces en que los representantes de dos formaciones políticas se entrevistan con el único objeto de que cada uno exponga al otro su postura sobre determinada cuestión. Este diálogo sólo parece útil y conveniente cuando los interlocutores desconocen la respectiva posición de cada uno. Pero parece que tiene menos sentido cuando las posturas son de sobra conocidas y, además, invariables. En otras ocasiones, en cambio, los políticos tratan de ajustar sus posiciones sobre un punto discutido, cediendo cada uno lo necesario para lograr un convenio. Lógicamente, no es admisible la postura del político que se niega por sistema a cualquier tipo de diálogo con sus adversarios. Las cosas son, en cambio, diferentes cuando se trata solamente de negativas ocasionales sobre determinadas cuestiones. En este caso, la calificación que habrá de darse a la actitud del político en cuestión dependerá de la significación que tenga la palabra diálogo y del asunto de que se trate. Porque si lo que se pide es platicar alternativamente sobre posturas ya conocidas e inamovibles, es comprensible que uno de los protagonistas se niegue a dialogar. Y lo mismo sucede cuando se solicita el diálogo sobre cuestiones sobre las que no se quiere transigir. En estas hipótesis, la disposición a dialogar, sabiendo que no es posible la avenencia, parece más una postura para la galería que una verdadera actitud dialogante. Una de la líneas diferenciadoras de la “nueva política” de Sánchez, frente a la que imputaba a Rajoy, fue su disposición al diálogo. Lo que nunca aclaró fue si utilizaba la palabra diálogo en la primera de las acepciones señaladas o, por el contrario, en la segunda. Por fin, Sánchez acaba de hacer pública su oferta de diálogo: propone a los independentistas un referéndum para aprobar un nuevo Estatuto de Autonomía. La propuesta acaba de ser rechazada por Torra, el cual ha contrapropuesto pactar con el Gobierno de España únicamente un referéndum de autodeterminación, al tiempo que ha determinado que no cumplirá las sentencias sobre los golpistas si son absolutorias. O sea, que de “diálogo” nada, como no sea un dialogo de “sordos”, porque ninguno de los interlocutores se presta atención. En todo caso, conviene tener bien presente que el verdadero interlocutor de este “diálogo para la galería” que pretende Sánchez no es ni Puigdemont, ni Torra, sino Jordi Pujol, al cual solo le servirá de contrapartida que los tribunales archiven su causa penal por corrupción. Y esta es una contrapartida muy difícil, así que, mientras el cuentista Sánchez dialoga consigo mismo, el Jordi Pujol se sigue frotando las manos al ver que sigue teniendo en jaque el Estado español. Otros temas Comentarios José Manuel Otero Lastres el 04 sep, 2018