José Manuel Otero Lastres el 24 mar, 2018 Cualquier lector que siga con mediana atención la actualidad, recordará las imágenes triunfantes, reiteradas una y otra vez hasta la saciedad, de los líderes del secesionismo catalán. Los veíamos caminar por las calles de Barcelona en el trayecto que los llevaba desde la sede del govern al Parlament, perorar en éste orgullosos sobre la gran mentira política que daba soporte a su golpe de Estado jurídico, y aplaudirse unos a otros frenéticamente con caras de niños traviesos cuando arrumbaron el Estatut para aprobar en lectura única la creación de la “non nata” República Independiente de Catalunya a través de la declaración unilateral de independencia. Entonces se pavoneaban orgullos con sonrisas “profiden” y saludando a un lado y a otro a los hooligans de su secta como si se tratara de las “majestades” del nuevo Estado, aunque estuviera interrumpido. La ciudadanía, tras una etapa de estupor, al estar poco familiarizada con la actuación de la justicia, reclamaba escandalizada que se impidiera toda aquella mascarada. Y hasta hacía reproches de dejadez al Gobierno de la Nación por no poner fin a aquellos flagrantes incumplimientos de la Constitución y la leyes. Muchos de los que estamos inmersos en el mundo de la justicia, y yo entre ellos, no nos cansamos de decir que como el desafío era jurídico la respuesta tenía que ser de la misma naturaleza y que como ello suponía la actuación de los tribunales, la respuesta llegaría, aunque tardara más de lo deseable. Y al igual que siempre, la justicia, como si se tratara de la marea, empezó a acercarse lentamente a la orilla del mundo de los sediciosos. Comenzaron a desfilar ante los tribunales para prestar declaración sobre sus conductas presuntamente delictivas. Eso sí, en la pasarela judicial de los primeros momentos, todavía saludaban ufanos a los grupúsculos de exaltados que iban a animarlos. Pero no tardaron los encarcelamientos. Los que barruntaron lo que se avecinaba no dudaron en obsequiar a sus seguidores con el acto heroico de fugarse a un país extranjero desde del que dirigir la obra teatral que seguían demandando sus seguidores. Los demás fueron renegando, uno tras otro, de los días de vino y rosas con los que se habían entretenido en lugar de atender las necesidades reales del pueblo catalán. Y ayer, cuando por fin el instructor dictó auto de procesamiento y el ingreso en prisión de gran parte del govern y de miembros del Parlament, las sonrisas se congelaron por el frío que produce la respuesta de la justicia. Esta noche seguramente aquellos rostros que reflejaban en el pasado el lado amable de la victoria se habrán convertido seguramente en rictus de sorpresa y desagrado, porque en su infantil captación de la realidad nunca creyeron que seguir el mandato de una parte de las urnas, que suponía cometer presuntamen actos de rebeldía y sedición, iba a dar con ellos en la cárcel. Hay un refrán español que resume lo sucedido: las cañas se volvieron lanzas. Y hoy los ciudadanos que respetamos las leyes y que creemos firmemente en la convivencia democrática que garantiza la Constitución estamos de enhorabuena porque la grave crisis que desató el independentismo catalán ha puesto de manifiesto que las instituciones -aunque tarde- funcionan: se aplicó el artículo 155 de la Constitución y, de momento, han ingresado en la cárcel los que no se han fugado de la justicia. Y el tiempo demostrará que no tardará el día en que también a éstos los veremos ante nuestros tribunales. La justicia, como la marea, alcanza el nivel al que debe llegar y luego baja, pero va dejando avisos para los navegantes intrépidos. Otros temas Comentarios José Manuel Otero Lastres el 24 mar, 2018