Cuando tienes y te ordenan “vete a hacer un mandado” te tiemblan un poco las piernas. Se denomina mandado tanto al encargado de cumplir el encargo como a éste mismo. Si no quieres colaborar en lo doméstico o si contestas con cualquier objeción, escuchas la más cordial frase ancestral de diálogo entre padres e hijos:
– Si no te gusta, ya sabes dónde está la puerta.
Te dictan una lista de la compra, te encomiendan que visites unos puestos determinados y, al final de la descripción de todos y cada uno de los tenderos, se te advierte tajantemente:
– Dile que son para mí.
Esto no es baladí. Cada señora tiene sus comerciantes que le reservan lo mejor y, al final, la fruta blanda y el pescado pasado se los acaba llevando algún extranjero, alguien ajeno al barrio que no suele comprar allí. Al subir a casa, tu madre o tu abuela siempre insisten mientras desenvuelven los bacaladitos:
– ¿Le has dicho que eran para mí?
Si se demuestra que se lo has dicho pero, aún así, los peces resultan añejos, al pescadero se le va a caer el pelo. Tu abuela le echará la bronca en público la próxima vez que pase por allí y lo enviará en acto de escarnio general al cadalso de los pescaderos de lo rancio.
Otro mandado trascendental para el preadolescente es “ve a por avío para el cocido”. Hermosa voz castellana, entre los pastores y las gentes del campo el avío es la provisión que se lleva al hato para alimentarse durante el tiempo que se tarda en volver al pueblo o al cortijo. Una amiga me cuenta que en su Ciudad Real natal se dice “apaño p’al cocido”. De niño sólo alcanzo a entender que el avío es la parte del cocido no formada por garbanzos.
Hoy, en el hipermercado hay pocos tenderos con los que hablar y el preparado para el cocido (preparado forzosamente tiene menos sustancia que apaño) está en unas frías bandejas de poliuretano. Las señoras se baten a primera sangre por el último cartón de leche en oferta de la cabecera de góndola y los trocitos de embutido de degustación que te ofrece la chica de la bandeja tienen aspecto de estar tan sobados como el guante de un halconero. Además, mucha gente no se lava las manos al salir del tigre. En España, si está en juego un trocito gratis de fuet, inmolamos a la azafata a empellones…
…para pelearnos por él como las hienas se darían de tarascadas por los despojos del costillar de una cebra.
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