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Blogs Pienso de que por Rafael Cerro Merinero

Los ricos

Los ricos
Rafael Cerro Merinero el

La ideología convierte determinados términos en peyorativos a fuerza de deformarlos. Uno de los más utilizados es rico. Si alguien afirma que todo enriquecimiento es ilícito  tantas veces como sea necesario para que absorbamos el embuste, al final ya no será necesario que el intoxicador insista. La riqueza será considerada equivalente a ilicitud. Por defecto. El rico lo ha robado todo porque lo dice una fuente desconocida, pero creíble y progresista. No hay humorista gráfico que no dibuje ricos gruesos, con gafas negras y una sonrisa ávida y desafiante. Para determinar a quién ha robado el opulento y conseguir la anuencia de todos, elegimos el nombre de una colectividad que represente a prácticamente todo el mundo: los trabajadores. Los ricos roban a los trabajadores. La contraposición lógica sería ricos/pobres, pero la más utilizada es efectivamente ricos/trabajadores. Con el término trabajador también se ha operado un maquillaje semántico efectivo. Todos sabemos que una parte de la población laboral española recibe una remuneración por desempeño, pero otra cobra sólo por asistencia. Es una alusión políticamente incorrecta a lo que ilustra el dicho popular “le mandan el sueldo a casa”. Políticamente incorrecta pero cierta.

La palabra trabajador utilizada como adjetivo (“Mariano es muy trabajador”) destaca la laboriosidad del que sí desempeña alguna función, pero la voz trabajador empleada como un sustantivo y preferentemente referida a un colectivo es más genérica: “Los derechos de los trabajadores”. Jamás hemos oído hablar de los deberes de los trabajadores, como agudamente señalaba el maestro Manuel Martín Ferrand. La mera pertenencia al grupo “trabajadores” parece garantizar que uno sí ocupa su horario laboral con alguna actividad productiva que va más allá de los sudokus y es, por lo tanto, una de las víctimas del expolio en el que hemos convertido todo enriquecimiento. El término sindicalista es abiertamente peyorativo en el uso de buena parte de la calle y por eso no necesita calificativos. A menudo, la consideración del sindicalista depende más de la posición ideológica del observador que de su papel real en el entramado laboral, si lo tuviere. Al hombre de izquierdas le suena bien la música del sindicalista aunque, a diferencia de los supuestos ricos mangantes del principio, aquel ni se moleste en disimular que no hace nada a cambio del jornal.

La voz empresario, situada en un plano similar a rico y a veces nebulosamente confundida con esta palabra, también ha adquirido un claro tinte despectivo a lo largo de los años. La mayoría de las veces, las instituciones recurren a decir emprendedor. Un eufemismo que la Academia define yendo más allá de lo meramente laboral: “Que emprende con resolución acciones dificultosas o azarosas”.

El lenguaje mueve realidades que están por encima de lo lingüístico. Como prueba, la frase que mató toda nuestra iniciativa y la poca productividad que nos quedaba: “Aquí todos ganamos lo mismo”. Los más reaccionarios la esgrimen con orgullo y, de nuevo, cuestionarla es políticamente incorrecto. Pero bastaría con preguntar “¿Por qué?”. Necesitamos al niño de Andersen, que cuando el emperador pasó desnudo gritó delante de él “¡Pero si no lleva nada!”

A Montse Legido Martín.

 

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