Leo a una tuitera espantada por los últimos asesinatos de mujeres, pero también por que algunas féminas que se manifestaban en Madrid contra la violencia agredieran a otras maltratadas. Pegaron e insultaron a algunas que pensaban que hay que erradicar toda la violencia familiar, vaya dirigida contra quien vaya dirigida. El grupo agredido, que aparece en la foto de arriba, cree que la violencia es condenable independientemente del sexo de quien la padezca. La señora todavía no sabía que el feminismo radical fuera violento y pregunta la diferencia entre éste y el feminismo civilizado. El primero es una ideología igualitaria que persigue la plenitud de derechos de la mujer, mientras el feminismo radical busca una desigualdad de signo opuesto que ahora someta al hombre. Busca venganza por el innegable machismo de los últimos siglos o milenios. Vamos por partes. El discurso y la praxis del machismo son desigualitarios y los del feminismo no extremo resultan igualitarios. La paradoja está en que el feminismo radical presenta una teoría aparentemente igualitaria, pero enmascara una práctica de absoluta desigualdad. Las mujeres, primero: para el empleo, para las subvenciones, para la presunción de inocencia del varón que ha desaparecido. Si te denuncian, al calabozo aunque no lo hayas hecho. Tanto el machismo como el feminismo radical distinguen las ideas de hombre y mujer como antagónicas; los dos ignoran el concepto integrador de persona.
El lenguaje del feminismo radical difunde un solo mensaje, el hombre es malo, y lo hace con ayuda del legislador. La Ley Integral de Violencia de Género dice combatir la violencia por desigualdad y dominio que “[…] se ejerce sobre éstas [las mujeres] por parte de quienes sean o hayan sido sus cónyuges […]”. Escrito en presente de subjuntivo, se ejerza, esto habría tenido un significado más neutro: “algunos hombres ejercen violencia sobre algunas mujeres”. En cambio, en presente de indicativo quiere decir que los hombres son violentos con las mujeres. Todos los hombres, no sólo los asesinos malnacidos de estos últimos días. Siempre. Acabamos de crear, con la herramienta formidable de una ley orgánica, el concepto de un enemigo universal y malvado al que hay que combatir utilizando esa misma ley.
El legislador que citábamos tiene nombres y apellidos. El Congreso aprobó en 2004 una ley que establece penas más graves para los maltratadores masculinos ante los mismos delitos y viola el principio de igualdad ante la ley. El principio de igualdad es incompatible con sistemas legales de dominación como la esclavitud, la servidumbre o el feminismo radical dominante en España gracias a las subvenciones. El principio de igualdad reconocía a la persona cualidades esenciales comunes a todo el género humano que le conferían dignidad en sí misma, lo que prohíbe toda forma discriminatoria negativa o positiva.
El Tribunal Constitucional ha declarado constitucional esta norma, que jurídica y gramaticalmente ha atropellado el Artículo 14 de la Constitución convirtiéndolo en papel mojado: “Los españoles son iguales ante la ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento, raza,sexo, religión […]”. El feminismo radical ha ido más allá que el franquismo, porque además de practicar la discriminación consuetudinaria la ha convertido en ley. Por su parte, el Diccionario de la Academia recoge la demencial expresión discriminación positiva. Una excusa para justificar la desigualdad, semánticamente tan absurda como envidia sana o como sería decir asesino bondadoso. El sintagma discriminación positiva camufla un término peligroso uniéndole otro con buen aspecto…pero contradictorio. Un oxímoron de libro, decididamente intencionado.
No todos los hombres matamos, aunque sea rentable simular que sí es así. En Madrid, hoy hay mujeres que tienen miedo de manifestarse por si otras les pegan.
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