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Blogs Pienso de que por Rafael Cerro Merinero

Selección natural (II)

Selección natural (II)
Rafael Cerro Merinero el

Uno pasa sus primeros cinco años de vida laboral e inocencia creyendo que el mercado perdona la mediocridad. Luego asume que realmente la fomenta. Para ocupar un puesto no hay que demostrar preparación, sino conocer al empleador. La política, en concreto, es un esquema de contratación diseñado específicamente para los más ineptos. Es un mundo de simpáticos y aduladores y también la estructura laboral donde se puede llegar más lejos sabiendo menos. El presidente Zapatero sonreía con la boca abierta en los corrillos de las cumbres internacionales, esenciales para muchas decisiones, porque el inglés era un misterio para él. Rita Barberá no necesita hablar valenciano para ser alcaldesa de Valencia. Acusan al señor Pujol de haber robado miles de millones y él responde “bla, bla, bla, bla, bla, bla”. Lo que más nos llama la atención no es oír que este hombre que fue parlamentario durante décadas balbucee para defenderse, sino que el diputado Albert Rivera sea campeón de oratoria. Hace muchos años que a nadie le llama la atención que los parlamentarios no sepan hablar; la prueba es que cuando buscamos un ejemplo de buena dialéctica acudimos a Herrero de Miñón o a Carrillo. Mucho ha llovido.

Otras estructuras, como la periodística, también muestran la realidad de nuestra oratoria. He oído a una redactora llamar varias veces en antena “Sharon Stone” a Ariel Sharon, que acababa de fallecer. Los confundía. La misma trabajadora repetía que el primer ministro británico era “Cameron Díaz”. Para periodista también sirve cualquiera.

Los intelectuales más escuchados son los futbolistas, cuyo discurso resulta más que previsible porque les pregunten lo que les pregunten contestan “bueno…”. Conocemos las alineaciones completas de Primera División, pero somos incapaces de citar un solo neurocirujano, filósofo o pintor. Sonreímos en una sociedad que desprecia la inteligencia y además desconfía profundamente de ella. Que incluso ha acuñado un eufemismo para no seguir llamando superdotados a los más inteligentes: “altas capacidades”. Que ofrece al necio oportunidades inauditas para llegar lejos. Que, para hacerlo, no exige cultura en general ni dominio de los idiomas en particular, sino un don innato para las relaciones públicas y una alta capacidad de succión expresada en vatios.

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