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Blogs Pienso de que por Rafael Cerro Merinero

¿Quién es la última? (II).

¿Quién es la última? (II).
Rafael Cerro Merinero el

Un día, mi abuela compró altramuces, “alcahueses” (así llamaba ella a los cacahuetes) y, dos puestos más abajo, paraguayas.

–         “Pónmelas buenas”.

Siempre “pónmelas buenas”. Hasta los siete años creí que había fruta mala para quien no decía “pónmelas buenas”. Puede que sea así. Una vecina destacaba con sorna lo buenos que eran los huevos del carnicero. Conversaciones de sabor castizo. Caldo madrileño.

Para ordenar las olivas negras, que nos gustaban mucho adobadas por ella con cebolla y pimentón, decía:

–         “Ponme cuarto y mitad”.

Cuarto y mitad de kilo era una medida que hoy se nos antojaría complicadísima: trescientos setenta y cinco gramos de aceitunas. Sólo faltaba que las contaran. Si estábamos solos los dos, ella solamente pedía “mitad de cuarto”, que eran 125 gramos. Un follón, también. Como para pedírselo ahora a un chino de ésos cabreados veinticuatro horas al día. Perdón: a un “ciudadano de origen chino”, como dicen los estandartes de lo políticamente correcto para no llamarles chinos a los chinos ni gitanos a los gitanos (“ciudadanos de etnia gitana”).

En la pescadería decía “límpiamelo todo”. Limpiar el pescado quería decir quitarle las escamas, abrirlo en canal, destriparlo, decapitarlo y partirle la mandíbula de un hachazo certero. Un golpe seco con un hacha de pescadero tremenda que de cuchillo sólo tenía el mango. Al pescadero le faltaba el índice de la mano izquierda.

Ante todo, y metalingüísticamente hablando, el mercado es el lugar donde nació el llamado imperativo invertido del español:

–         Me dé mitad de cuarto de pimentón del picante.

 

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