Del martirio de los “Aló presidente” cada fin de semana a la desaparición total. Esa es la manera con la que el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, está haciendo frente en España a la pandemia del coronavirus. Un drama que ha desplomado la economía española, una caída del 11% del PIB, y ha provocado la muerte de más de 70.000 ciudadanos.
Pues con estos datos en la mano y en plena tercera ola de la enfermedad, Sánchez ha decidido que lo más importante ahora es ganar las elecciones en Cataluña, y se ha ido a hacer campaña. Desde hace un mes, ni está ni se le espera, en la gestión de esta crisis.
Entre sus propagandísticos mensajes televisivos con los que nos torturaba el confinamiento con sus ridículas frases de “moral de victoria” y “saldremos más fuertes y unidos”, a no querer coger el toro por los cuernos para que España no se siga hundiendo, media un abismo.
Si no quiere mojarse, no vaya a ser que le salpique el desastre, al menos que deje hacer a los demás. Que deje de agilizar leyes ideológicas, como la eutanasia y la educación, y ponga el acelerador en aquellas que pueden servir para salir del atolladero al que nos ha llevado por su incompetencia.
Solo se le pide un mínimo esfuerzo, y que en vez de estar tan dedicado a controlar a los jueces cambiando la ley, que apruebe reformas legislativas para que las autonomías puedan confinar a la población. Que le desate el nudo que le ha puesto en las manos y deje hacer.
Si él no quiere hacer, que se aparte, que siga de campaña electoral en Cataluña, con sus estrategias políticas del laboratorio Redondo, pero que deje el camino libre a otros políticos, sean del color que sean, que puedan tomar las medidas que él no quiere adoptar.
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