La ausencia del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en el funeral organizado por la Conferencia Episcopal Española para recordar a las vÃctimas del Covid-19, es uno de los mayores actos de desprecio que se recuerdan a los fallecidos de la tragedia sanitaria más importante que ha sufrido España. Asà de claro y de sencillo.
No era una cuestión de religión, daba igual quien lo organizara, sino de respeto, de humanidad, de empatÃa emocional con quien tanto ha sufrido por esta pandemia. Pero para este presidente, que todo tiene una lectura en términos de márketing, de propaganda, de control de los riesgos hacia su imagen, era muy peligroso salir a la calle y tener que escuchar lo que estaba claro que iba a oir.
Pero gobernar no es solo estar encerrado y protegido tras los muros de la Moncloa, controlando las ruedas de prensa y las preguntas de los periodistas, o sencillamente no dar la cara como hizo el Gobierno en el último consejo de ministros. O lo que es peor, sometiendo a la población española, confinada en sus domicilios, al Aló presidente de cada fin de semana.
Gobernar es aguantar que te critiquen, que te griten por la calle, que cuestionen lo que has hecho, y mucho más si tú gestión, negligente y responsable, se ha traducido en más de 28.000 muertos, o 40.000 como dicen los registros civiles de defunciones. Qué se lo pregunten a Aznar tras el 11-M o a Rajoy con el ébola, un perro muerto y 22 manifestaciones.
Pero, aunque desapareciera del mapa español y se fuera a Portugal, la gente no olvida, y cuando finalizó el funeral, el pueblo alzó la voz en la explanada de la Catedral de La Almudena: “¡Gobierno, asesino!”, “Justicia”, “¿Dónde están los muertos?“. Se esconda donde se esconda, vaya donde vaya, este grito pidiendo justicia le acompañará, a él y a Pablo Iglesias, durante toda su vida polÃtica.
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