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Blogs Pasando por el aro por Emilio V. Escudero

Holocausto entre canastas

Emilio V. Escudero el

El ser humano se sobrepone a todo. Busca vías de escape para escapar de las situaciones críticas y lo consigue. Solo así se explica que en medio de un drama como el del holocausto de la Segunda Guerra Mundial y tras la ocupación rusa de Lituania, los campos de concentración de la Antigua Unión Soviética se convirtieran en improvisadas canchas de baloncesto.

Caminar por los angostos pasillos de los calabozos que la KGB tenía en el centro de Vilnius provoca cierta aprensión. La imaginación vuela, los sentidos se empapan de recuerdos y uno llega a preguntarse por los límites de la mezquindad del ser humano. Cierto es que la tortura no pertenece a ninguna época ni tiene nacionalidad, pero las atrocidades cometidas durante la última gran guerra mundial del siglo XX y en sus años posteriores, por su proximidad en la evolución, escuecen incluso más.

Convertido en un museo que recorre la historia de la ocupación nazi y rusa en Lituania, la antigua sede del cuartel general de la KGB en Vilnius es un vetusto edificio situado en el centro de la ciudad. En una de las múltiples salas que alberga, una foto llama la atención entre retratos de dolor y ansia de libertad. Un grupo de hombres desafían al frío siberiano al amparo de una canasta. ¿Baloncesto en un campo de concentración? Sí, hasta ese punto llega el amor de este país por el deporte de la canasta.

La imagen, aislada, deja de ser anécdota cuando uno irrumpe en el patio. La valla de madera coronada por un alambre de espino, antiguo límite entre la libertad y la muerte, sostiene ahora un tablero de madera y un rudimentario aro. Los partidos en mitad de la nada, dentro de los campos de concentración del norte de Rusia, se multiplican. Lo que a priori parecía una excepción se revela como insólita costumbre dentro de los gulags rusos.

Decenas de fotografías con una canasta como protagonista se asoman a los ojos del visitante. Partidos disputados en un paisaje de drama y tortura. Duelos que arrancaban una sonrisa fugaz a las víctimas del horror. Popular desde la década de los años 20, el baloncesto se abrió paso en la barbarie. Según se recoge en la muestra, muchos de los grandes jugadores lituanos de la época fueron obligados a pasar sus días en los campos de trabajo, sepultando sus días de gloria y condenando sus muñecas al anonimato de la historia. Lituania ganó consecutivamente los Europeos de 1937 y 1939, lo que encendió la mecha del basket en el país. Una llama que no pudo apagar la represión y que sirvió de nexo de unión para luchar por la independencia.

50 años de ocupación salpicados de canastas que ahora, decenas de años después, su pasión salen a la luz para hundirse en las raíces de un país, Lituania, que vive enamorado de un tablero y una red. Orgullo de una nación joven, por cuya sangre corre cuero naranja. Basta con pasear por sus calles. Basta con presenciar un encuentro de su selección.

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Emilio V. Escudero el

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