Vaya por delante que apenas conocí a Andrés Montes. Si me apuráis, lo conocía de lo mismo que la mayoría de vosotros. Yo era uno más de los que le escuchaba con asombro en las noches furtivas de NBA en casa de mis padres o que farfullaba con sus narraciones de fútbol en La Sexta en sus últimos años de vida. No lo tuve casi nunca cerca, pero sí lo sentía como tal.
Se cumplen hoy cinco años de su adiós abrupto. Cinco años en los que he tenido la ocasión de interesarme y conocer más esa figura extravagante que caló tanto y tan adentro en muchos de los primeros espadas del periodismo de la canasta que hoy en día aún le echan de menos. Siempre hay una conversación sobre Andrés Montes en los viajes con la selección o en la Euroliga. En una cena con compañeros o en una rueda de prensa. Andrés Montes se fue, pero sigue presente en la vida del periodismo del balón naranja, como lo hace también en la de miles de aficionados.
Montes murió un mes de octubre de hace cinco años y nunca pensé que el vacío que dejaba fuera tan grande. Hablo de lo profesional, que en este caso es lo que me toca. La frescura de sus entrevistas canallas en Radio Marca o sus apodos infinitos no han tenido parangón. Imitadores hay muchos, pero Montes solo hay uno. Las copias siempre suelen fracasar.
Para mí, su mejor recuerdo es tener un modelo en el que fijarme de vez en cuando. Lo de los motes no es lo mío, pero sí que me gustaba e intento seguir en cierta manera esa cara B que él buscaba de los personajes. Seguro que no me acerco (nunca me he atrevido a llevar pajarita), pero es bonito intentarlo. Allá donde esté el bueno de Andrés seguro que siguen disfrutando. Mientras, vaya aquí un recuerdo a su memoria. Homenaje sinceroy sin carga de amistad. Para eso tendréis que buscar en otros rincones, aunque sus amigos de verdad siempre se resisten a hablar en público de él. «No le gustaría», reconocen. Un saludo, porque «La vida puede ser maravillosa».
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