Escribo esto con un evidente estado de indigestión. Vamos, lo que se dice que me he pasado con la comida. No puedo más. Es un mal que me ataca siempre que aterrizo en Estados Unidos, no lo puedo evitar. Me consuelo pensando que no soy el único, que todo turista que viene aquí acaba pasado de kilos, pero siempre que voy a regresar me propongo sin éxito evitar los excesos.
En la NBA pasa lo mismo. Los hay que se controlan con la comida y los hay que no. El otro día me dio por hablar de eso con Pau. Le pregunté por un buen sitio para ir a comer en Los Ángeles y me habló de varios restaurantes. Ninguno de ellos de comida rápida. Me extrañó que después de tantos años viviendo en Estados Unidos no se hubiera rendido a la cultura americana. “Nada de hamburguesas ni de comida rápida. No como nada de eso”. Gasol siempre lo ha tenido claro y es algo que le inculcó a Marc, cuya transformación tras vivir en Memphis cuando su hermano llegó a la NBA ha sido evidente. Jugando en Girona, el mediano de los Gasol equilibró su dieta y comenzó a perder peso, punto clave en su carrera. Fue ahí cuando empezó a mejorar y a mejorar su juego.
Como él, ha habido otros que han seguido el ejemplo. Kevin Love, aspirante principal al MVP esta temporada, ha elevado su nivel al mismo ritmo que perdía peso. También Kendrick Perkins, compañero de Ibaka en los Thunder, es de la misma cuerda. Más de 40 kilos de peso menos que han surtido un cambio evidente en su aspecto y en sus habilidades en la cancha.
Lo de la dieta personal es cosa de cada uno. Aquí muy pocos pasan controles de peso (que se lo digan a Raymon Felton) y no es extraño ver a los jugadores comer una hamburguesa o unos espaguetis minutos antes de empezar el partido. Sí, porque la mesa de fruta que hay preparada en los vestuarios pocas veces se queda vacía. Y eso que comer, comen, que esos cuerpos no se cuidan solos. El mío tampoco, así que volveré más ancho a España, pero contento. Total, yo solo tengo que rendir en las pachangas, y ahí voy sobrado.
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